Hablar de Sin límites y no ponerse de mala leche es complicado. Siempre he creído que algunos directores, montadores y demás profesionales que trabajan en la posproducción de una película, no ven el resultado final. Este es un ejemplo, aunque no el peor. La falta de un guión correcto, unido al descuido por cerrar algún que otro tema, es el fallo de esta película.
La historia comienza cuando el escritor Eddi Morra (Bradley Cooper), anclado en un pésimo momento profesional, comienza a ingerir un medicamento que da un vuelco a su vida hasta llegar a convertirse en un hombre de éxito, capaz de leerse un libro en segundos y aprender todo lo que ve a su alrededor (como uno de los personajes de la serie Héroes). Pero no todo dura eternamente, y los problemas empezarán cuando la dosis se acabe. Dos actores son el cebo de este filme: Bradley Cooper y Robert de Niro. Viendo esta plantilla, puede que la cosa pinte bastante bien. Pero se queda lejos de lograr las expectativas. Partimos de la base que la historia tiene algunos puntos flacos en los que falla, lo que la hace a veces incomprensible y despista al espectador, y añadimos que la actuación de las estrellas hollywoodenses es menor. Y eso que Robert de Niro, para lo poco que aparece en pantalla (casi en la segunda parte del filme), lo hace correctamente, como es él, un profesional. Pero en el caso de Bradley, no chirría, pero no acaba de cuajar. Hay algo en sus gestos, en su forma de llevar la historia que parece que ni él mismo se la acabase de creer.
El prólogo vaticina casi toda la película, además que es tremendamente típico: un hombre subido a una azotea decidiendo si se tira o no. Luego, el director, Neil Burger (El Ilusionista) cree conveniente, como muchos anteriormente lo hicieron y lo que marca la lógica, contar los hechos que llevan a su personaje a encontrarse en esa situación. Y a partir de ahí, un cúmulo de acontecimientos aderezados con unas imágenes (quizás las mejores de la película) muy bien producidas, pero que se ven en los créditos iniciales, aunque en ese momento marean un poco y se hacen eternos. Como digo, a lo largo de la película, cada vez que el personaje ingiere cierta sustancia, empieza a ver su vida más rápida y estas secuencias, por su color, por el empleo de la música, por lo bien montada que están, es el acierto de un filme que poco más tiene que ofrecer.
La película está basada en el primer libro de Alan Glynn, The Dark Fields (2001) y el guión está adaptado por él mismo y la guionista Leslie Dixon (Matrimonio Compulsivo, Hairspray, ¡Mira quien habla ahora!). Siempre es complicado trasladar lo que has imaginado para un libro a imágenes en el cine. Y mucho más si es el propio autor quien trabaja en la adaptación, porque tiene que elegir qué deja y qué no es importante para la historia. Y por naturaleza, un escritor es egocéntrico y considera que todo es importante. Aquí hay cosas que sobran y otras que no tienen explicación ni resolución y acaban igual que empiezan, sin pena ni gloria.
Por ir concluyendo, porque esto os puede resultar incluso más pesado que la película, aunque eso es complicado. Lo mejor es la producción artística de esas pequeñas secuencias llenas de color, movimiento y música. La historia no es consistente y eso que en este caso todo tiene un orden y una sucesión correcta, pero es la base, el guión poco creíble que han creado lo que impide al resto del filme seguir coherentemente con la historia, hasta llegar a querer salir del cine antes de que acabe la película.
Nota:
3
Por Rocío Campos