Tras un merecido descanso (las carreras presidenciales son realmente agotadoras), Michael Moore pasa página. Lejos queda su sorprendentemente galardonada ‘Fahrenheit 9/11’; algo más borroso está ya el recuerdo de las torres gemelas. Pero lo que sigue con ganas de morder es el espíritu rebelde de este controvertido documentalista. Consciente de que su amada nación es un gigante con pies de barro, Moore carga de vez en cuando su rifle y apunta sin piedad hacia los que le impiden vivir en un lugar libre de miedos. En este caso, el blanco fijado son las empresas privadas encargadas de la sanidad en los Estados Unidos.
Los hechos son estos: en la primera potencia mundial no existe la sanidad universal. Siguiendo los dictámenes de las frías leyes de la oferta y la demanda, el sistema sanitario del país ha terminado en manos de compañías privadas que como tales, buscan obtener los máximos beneficios para ellas mismas, aunque ello implique negar la asistencia médica a los que realmente la necesitan. La más visible consecuencia de esta orgía ultraliberal se traduce en incontables casos de norteamericanos que han visto arruinada su vida mientras los directivos de las grandes aseguradoras iban engrosando sus pingües ganancias.
Ante tal situación, seguramente estemos pensando todos lo mismo: “Michael, ataca!” Y para nuestra tranquilidad, Michael lo hace… de tres modos distintos. El primero de ellos lo lleva usando desde el documental que le lanzó a la fama, su muy recomendable ‘Roger and Me’. Cámara en mano, el intrépido investigador se lanza a la calle en busca de testigos que ayuden a reforzar sus tesis -y ya de paso, su inmenso ego-. Una táctica que en más de una ocasión roza lo morboso, pero que a la vez supone una excelente manera de ver la realidad más dolorosa. En efecto, las víctimas que va dejando tras de sí este inmenso y deshumanizado aparato, son desgarradoras y de buen seguro tocarán la fibra sensible del espectador. En este aspecto, Moore se descubre de nuevo como un maestro manipulador de sentimientos, en el buen y el mal sentido de la expresión.
No puede decirse lo mismo cuando saca a relucir su faceta de analista implacable. Esto unido a una personalidad crítica e irónica, crea un discurso clarividente y sobretodo exento de cualquier atadura externa. Ese es el Michael Moore que se vio en la magnífica ‘Bowling for Columbine’; ese es el Michael Moore por el cual estoy dispuesto a pagar para que me cuente sin pelos en la lengua las locuras que se dan al otro lado del charco. Por suerte, el “documentalista de la gorra” sigue sin temerle a nadie, y es por eso que no se lo piensa dos veces a la hora de mostrar los datos/fechas/números necesarios para señalar con su dedo inquisidor a los culpables de turno. En esta línea, especialmente impactante es la parte del documental centrada en la figura de la actualmente intachable Hillary Clinton. Nadie se salva de la quema...
Absolutamente nadie. Incluso Michael Moore acaba consumido por las llamas que él mismo ha avivado. En el momento en que saca a relucir su tercera y última arma de combate, es cuando todo se viene abajo. Seguramente arrastrado por un complejo de santo salvador, el director y -ahora sí- protagonista absoluto de la cinta, decide buscar un hospital donde los enfermitos que él ha elegido puedan curarse sin pagar un centavo. Una idea loable pero que puesta en contexto está descaradamente enfocada a regodearse en el más deleznable sentimentalismo. Una bomba lacrimógena en toda regla que, lejos de aportar algo nuevo, más bien destruye todas las buenas intenciones y sólidos recursos que ha aportado hasta entonces la película. Por eso; porque a pesar de todo pienso que ‘Sicko’ es un interesante trabajo, y porque aún sigo apreciándole, me gustaría citarle a él mismo a modo de recordatorio para el futuro, con la esperanza de que esto haya sido sólo un ligero traspié. Así que, con todo el cariño del mundo:
“Shame on you, Mr. Moore… shame on you.”