'Ricki' - Hace ya más de 20 años de
Lo mejor/peor de 'Ricki' lo encontramos en la confluencia en su cartel de los nombres de la actriz Meryl Streep, el director Jonathan Demme y la guionista Diablo Cody. Para bien, pues la presencia de los tres dota a 'Ricki' de la dignidad de la que hubiera podido carecer de haber caído en manos de un humorista del estilo a Adam Sandler, por ponerle de ejemplo. Y para mal, pues la presencia de los tres dota a 'Ricki' de unas expectativas de las que hubiera podido carecer de haber caído en manos de, no sé, ¿un humorista del estilo a Adam Sandler por volver a ponerle de ejemplo?
Meryl Streep, Jonathan Demme y Diablo Cody saben lo que es ganar un Óscar. Pero nadie lo diría viendo 'Ricki', una distracción tan ajustadamente digna como para situarse en ese punto intermedio en el que su melodía ni agrada ni molesta. En términos musicales, sería como el hilillo musical de una cafetería cualquiera en dónde el volumen está lo suficientemente bajo como para no tener que gritarse los unos a los otros. Siquiera para pedir la cuenta. Agradable, pero siempre de fondo y sobre todo, poco más que para rellenar los ocasionales silencios, funcionando en las distancias cortas no así en las largas.
De agradecer su cortesía diligente, apta como comedia blanda o como drama igualmente blando, según hacia dónde queramos ver que se inclina una balanza animada por cuatro o cinco canciones que bueno, que por ahí suenan para elevar su metraje por encima de los 100 minutos. Como si la cinta quisiera contarnos algo aparte de la sempiterna historia de redención familiar de corte feel good, servida con tanta amabilidad que uno es incapaz de no sospechar de lo que perfectamente podría ser un producto al servicio de un humorista del estilo a Adam Sandler, sólo que mucho más respetuoso con el medio ambiente en casi todos los sentidos.
Tanto es así que ni siquiera podemos añadir la coletilla "merece la pena por Meryl Streep", en un papel resuelto con tanta esperable suficiencia como para carecer del debido factor sorpresa. La tónica general, en realidad, de esta al menos humilde producción demasiado parecida a una canción pop de temporada dónde no hay acordes que destaquen y/o la hagan destacar, tampoco la voluntad apartente como para que no sea así. No lo suficiente como para que deje de ser "la película en la que madre e hija trabajaron juntas"; no lo suficiente como para olvidar que hace ya más de 20 años de 'El silencio de los corderos'...
Nota: 5.5
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex
La familia musical la adora, la sanguínea ni la conoce, las notas suenan fantásticas y vibrantes, el discurso narrativo descafeinado y pobre, ¿es que no puede lograr un pleno?, " es que ¿no se pueden tener dos sueños? No, no se puede", expresa como excusa un guión poco curioso en su propia temática, a quien habría que contestar con sus propias palabras, "...¡si eres feliz creyendo eso!"
Amor, falta o abundancia del mismo, afecto, cariño y elección, todo gira en torno a ese inmeso y loable sentimiento, amor demandado, amor renegado, ausencia del susodicho, sustitución del mismo, imprescindibles emociones no satisfechas como se espera o cabe, necesidades no cubiertas, alternativas no consideradas, vacío sentimental a rellenar por quien se ofrece voluntario y dispuesto pues siempre estuvo ahí, presente, aúnque no se le estimara ni considerara en su valía.
"¿Por qué quieres a una fracasada que fracasa la vida de los demás?", porque no se elige a quien se quiere, porque simplemente se hace, porque "da igual que tus hijos no te quieran, ¡estás obligada a quererlos!", vieja, ridícula, desfasada y engordando a la carrera, sí "¡enhorabuena!, eres un monstruo" entre tanta damisela, cuyo mal rollito apenas se saborea ni caldea el ambiente, y cuyo cajón de los desastres no es tan interesante ni indiscreto como se insinua, ya que apenas despierta cuatro recuerdos para relegarlos y devolverlos, al instante, al olvido.
"A veces un chico necesita a su mamá", y a veces la trama sugerida cojea por evidente debilidad, floja, estéril, ni sensible ni afectiva, amén de un poco fingida y falsa pues hasta el afeitado de cabello de la estrella y sus trenzas son, descaradamente, ficticias, de corte y pega.
¿Quiere curar la herida o sólo poner una tirita?, ¿entrar de lleno en el lodo y pringarse, o jugar a tibia y moderada partida de damas donde nadia se altera ni ofende?
No incide, ni penetra, ni profundiza, apenas se molesta en ofrecer un ligero paseo, amena ruta aunque trivial e insustancial, únicamente juega al titubeo, a la visita incómoda que pronto se marcha, descuida la intensidad del drama, la fogosidad del enfrentamiento verbal, al tiempo que cuida, con cariño y esmero, la performance musical, una combinación de escaso beneficio pues no es suficiente con el sentimiento musical, por espléndida y lograda que esté, la veterana y sabia actriz, enfundada en su disfraz de resistente rockera.
"No huyas, ¡adelante!", haz tu sonora actuación Meryl Streep, pues a ti está dedicado el guión, por ti se acude a verla y, aunque es palpable tu esfuerzo, no parecen tan absorbentes los beneficios para el público pues, el logro es individual, exclusivo tuyo, los demás son coro adherido como apoyo.
Tensos y maduros temas se sirven en la mesa, pero los comensales no se manifiestan con credibilidad y agudeza sobre los mismos, circulan con modestia, educación y brevedad sobre ellos para volver, cada uno a su lugar y darle al micro y la guitarra, lo único en que, es obvio, son expertos.
No sirve como terapia, no tiene validez trágica, no es un emotivo concierto donde tocar todas las piezas y el público aplauda contento, son teloneros aficionados que saben agradar y contentar en el escenario pero, la parte que transcurre en bambalinas, fuera de los focos, ni da para melodrama ni para comicidad espontánea, el fracaso y abandono de una vida familiar no posee coraje, no se siente en su destape, en cambio, la adopción de ese unido clan que comparte ilusión, aventura y empeño de continuar con la pasión de su sueño, se advierte y aprecia con lúcida precisión; tal vez sea porque su responsable, Jonathan Demme, parece llevar la melodía en sus venas pero se olvida de insertar en su razón, la solidez y densidad de un argumento de potentes diálogos y arrebatadoras escenas.
No hay excitación, ni entusiasmo, ni palpitación acelerada del corazón, hay música, músicos y actuación meritoria del grupo, compañeros a muerte en alegrías y penurias que no se sabe trasladar a la otra parte, a la odisea dramática, descuidada y poco considerada.
A Bruce Springteen le hubieras encantado en la parte rítmica, de hecho al espectador le fascina, pero el desgaste viene después, cuando sueña el teléfono y la llamada te devuelve a tierra hogareña hace tiempo no catada; allí, la invitación, es menudencia poco lograda.
Nota: 5,25
Le doy un 6.
Miedo al pasado. Nota: 6.