Fue la semana antes de Navidad cuando el joven y aventurero Pietari descubrió la verdad sobre Santa Claus. La leyenda cuenta que el alegre anciano es más un enemigo que un amigo. Un grupo de científicos americanos busca desentrañar algunos hechos en el tranquilo pueblo de Pietari, en el norte de Finlandia. Parece que el secreto mejor guardado de la Navidad descansa a quinientos metros bajo tierra. Este oscuro secreto y Pietari desencadenan una inesperada cadena de sucesos, tras la cual, la Navidad no volverá a ser lo mismo nunca más.
En el poco memorable remake de la también poco memorable -admitámoslo- 'The Haunting', de Robert Wise, un bonachón Owen Wilson manifestaba que no se fiaba un pelo de los que por entonces eran unos de los personajes televisivos más queridos por los niños de todo el mundo. Vivían en una colina cubierta de hierba, sobre la cual salía siempre un sol radiante y sonriente. Ocupaban gran parte de su jornada jugando, comiendo alegremente, aprendiendo nuevas palabras y maravillándose con la fauna y flora de su mundo multicolor. Se querían los unos a los otros, y no desperdiciaban ninguna ocasión para compartir ese amor con los millones de telespectadores que cada día se congregaban frente al televisor. Así eran los Teletubbies, los seres más adorables del momento.
Sin embargo, a Owen Wilson le daban cierto repelús... y razón no le faltaba. No hablamos de las irrisorias teorías conspiranoides con tintes homófobos que giraban en torno a uno de sus miembros, sino más bien a la fachada inmaculada que ofrecía el conjunto. Puede que los chavales, por pura inocencia, picasen, pero el resto de la humanidad no. Porque en nuestros tiempos los santurrones son tan falsos como la declaración de la renta de Iñaki Urdangarín. No existen. Porque todo el mundo tiene trapos sucios, y el que intente demostrar lo contrario, lo hace porque quiere desviar la atención; porque no quiere levantar sospechas... porque en realidad es malvado. Bravo pues por los desconfiados a los que no les dan gato por liebre.
Son estos entrañables personajes amargados, a los que no hay quien les quite de encima la imagen de paranoico, hasta que la amenaza que llevan tanto tiempo profetizando se abalanza sobre la masa incrédula. Entonces ya es tarde para retirar los insultos, pero al menos se habrá demostrado que tantos temores no estaban injustificados, por muy absurdos que fueran. Hablando de estupideces, ¿se acuerda alguien de John De Bello? ¿Sabe alguien quién es? Se trata de un director y guionista cuya obra, distribuida en varias series y películas, gira siempre alrededor del mismo tema: los tomates asesinos. Este delirante leitmotiv dio como fruto la que durante mucho tiempo fue considerada como una de las peores películas de la historia del cine (que encajaría mucho mejor en la categoría de pequeña joya trash, si se me permite).
Además es ideal para presentar la figura de Jalmari Helander, un artista cuyo legado artístico hasta el momento (que se traduce en dos cortometrajes y el filme que ahora nos concierne) se centra exclusivamente en advertirnos sobre el peligro que corremos todos en estas fechas. Un peligro con un nombre de sobra conocido por todos nosotros: llámese Santa Claus, llámese Papá Noel... llámese criatura despiadada y sanguinaria con poderes sobrenaturales. Esta idea en Sitges le valió un sonoro abucheo a Dick Maas (un cineasta que en su ópera prima nos habló de un ascensor asesino... sí, hoy la cosa va de peligros ridículos) y a su injustamente masacrada 'Saint'. Pero un año atrás, en este mismo escenario, la idea le valió al mencionado Helander el Premio a la Mejor Película y Dirección.
Decisión más que discutible (como todas las que provienen de cualquier jurado), sobre todo teniendo en cuenta las sospechas concerniendo al hecho de querer alejarse deliberadamente del certamen hermano de Austin (quizás era demasiado pedir que la excelente 'Secuestrados' repitiera éxito en ambos lados del charco). Una decisión que a la vez también era comprensible, ya que para encabezar el palmarés de la cuadragésimo quinta edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges, se optó por la que acabó conociéndose como ''la película que no disgustó a nadie'', que teniendo en cuenta la disparidad de opiniones que reina en toda celebración cinéfila de estas características, ya es un señor mérito.
Es esta la máxima virtud de 'Rare Exports, un cuento gamberro de Navidad', y a la vez su principal defecto, al menos dentro del siempre odioso juego comparativo entre expectativas y resultados finales. Al fin y al cabo, una vez planteada la temática central era de esperar un poco más de ritmo, o al menos de mala leche por parte de Helander. Más aún viendo sus notables trabajos previos, cuya Esencia (ésta sí que es verdaderamente gamberra) queda aquí relegada a un epílogo que resulta ser la pieza que mejor funciona del conjunto. Eso sí, no deja de ser sintomático el que sea una nota a pie a de página la que ofrezca mayor gozo. El resto se queda en la sensación agridulce que quedó en Sitges: simplemente no desagrada. Es apreciable la voluntad del director de recuperar ese viejo y casi olvidado aroma a cuento de terror tradicional y adaptarlo en forma de caramelo navideño envenenado, pero a alguien que tiene la osadía de tirar piedras a iconos de nuestra cultura tan teóricamente intocables, debía exigírsele a la hora de la verdad un poco más de descaro; un poco más de locura.
Nota:
5,4 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas