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'Prometheus': Creacionismo para no-creyentes

Vía El Séptimo Arte por 02 de agosto de 2012

Breve repaso de un mito cinematográfico: 1979, con un solo largometraje en su haber, y todavía bajo la sombra del todopoderoso Roger Corman, Ridley Scott presenta una película que, al igual que algún otro gran logro en su posteriormente longeva carrera (y esto es importante recordarlo), contó con el menosprecio generalizado de la comunidad cinéfila. Su famoso ''octavo pasajero'' tardó en consolidarse en el sitio dentro de la historia del celuloide que debió corresponderle desde el mismo momento de su estreno, pero la cada vez más perceptible aceptación -y posterior amor incondicional- del gran público para con las babas alienígenas y la sangre ácida hicieron posible la reaparición de la Teniente Ripley, siete años terrícolas después.

A partir de ahí, la sufrida heroína por accidente vivió distintos episodios (más o menos delirantes, pero todos disfrutables en cierta medida) de amor-odio con la misteriosa y letal criatura del espacio exterior que marcaría su vida. Al final del trayecto (y sin contar las batallitas contra los Depredadores), el recuento de directores que habían pasado por el universo Alien (se encargarían de las sucesivas secuelas James Cameron, David Fincher y Jean-Pierre Jeunet, casi nada) haría arder por la envidia a la mayoría de sagas cinematográficas... pero en un rincón quedó el pionero Ridley Scott, quien no logró entender cómo nadie se tomó la molestia de profundizar en la escena más inquietante -por enigmática- planteada en la primera entrega de la franquicia.

Hablamos obviamente del ''space-jockey'', cuerpo humanoide gigante fosilizado en lo que parecía ser un puente de mando, cuyo hallazgo quedó eclipsado por la terrorífica irrupción de un organismo parasitario poco amistoso. Por mucho que la memoria se olvidara -muy injustamente- de aquel episodio, nada le quitó la razón a Mr. Scott. Sabe él mejor que nadie que ahora mismo, quedan muchas preguntas a las que contestar. Es por esto que sorprende el hecho que para buscar respuestas se haya asociado con Damon Lindelof, uno de los principales artífices de 'Perdidos', la que -por mucho que les duela a algunos- sigue siendo, de principio a fin, la serie televisiva más influyente de nuestros tiempos. Lo cual no quita que para encumbrarse hasta el Olimpo de la pequeña (?) pantalla se echara mano constantemente de aquella táctica que tan de los nervios llegó a poner sobre todo a los más curiosos. Esto es, solucionar un enigma... mientras se plantean otros cuatro.

Es por esto que tener una charla directa con Lindelof debe ser una de las experiencias más frustrantes que puedan llegar a imaginarse. ''¿Cómo se llama usted?'' ''Damon... por cierto, su tatarabuelo me manda recuerdos para usted.'' ''Pero esto es imposible, mi tatarabuelo murió veinte años antes de que yo naciera. ¡Jamás le conocí!'' ''Por esto último no sufra, pues va a tener la oportunidad de saludarle... la semana que viene. Hasta entonces.'' Siete días más tarde, el esperado encuentro se da, pero el bueno de Damon ha aparecido a la cita con un coche volador alimentado por la energía de la fusión fría, lo cual obviamente alimenta las ganas de saber más sobre el personaje en cuestión. Lástima que a estas alturas el cacao mental ya haya superado al causado por haberse zambullido en el estudio de todos lo árboles genealógicos de la Tierra Media de Tolkien.

'Prometheus', esperadísimo regreso a la sci-fi por parte de Ridley Scott, no escapa -ni lo pretende- del toque Lindelof, siendo su multitud de frentes abiertos una muy atractiva puerta de entrada hacia lo que es un nuevo camino que de momento ha empezado muy bien. En este sentido, debe entenderse la apriorística -y autoinducida- crisis de identidad (¿es una precuela?, ¿es un reboot?, ¿es un apunte de pie de página dentro del mundo 'Alien'?) del filme como una astuta táctica de marketing que, unida a la excelente promoción viral (volviendo a la Isla, la marca J.J. Abrams en este apartado es innegable), ha servido para que la expectación a su alrededor haya crecido, a lo largo de su gestación, de forma exponencial. Buena noticia para la vida comercial de una propuesta que, pensando a lo grande, debe alargarse durante años... no tan buena por el forjamiento de aquella peligrosísima arma de doble filo que es el hype.

Altísimas expectativas a parte, y si uno sabe sobreponerse al cabreo fruto de salir de la sala de cine sin todas las respuestas en el saco (algo que por otra jamás se nos prometió, que quede claro), conjunto de circunstancias que pueden llevar a la incomprensión, incluso maltrato de la película por parte de la audiencia (una vez más, ¿se acuerdan de cómo se recibió a 'Alien'? ¿Y a 'Blade Runner'? Conviene tenerlo en mente), lo cierto es que 'Prometheus' es una más que bienvenida expedición que ha aterrizado -por fin- a nuestras salas de cine, al ser ésta un muy buen ejemplo de cómo debe ensamblarse correctamente esta tan apetecible pero a menudo demasiado infumable mezcla entre ciencia-ficción y terror.

Desde sus primeras tomas aéreas, lo nuevo de Ridley Scott muestra todo su potencial, y éste no tarda en materializar las mejores sospechas. Imágenes poderosas, impresionantes efectos visuales, un brillante diseño de producción, un -atención- excelente aprovechamiento de la tecnología 3D... 'Prometheus' es en efecto una película impecable desde el punto de vista técnico. La siguiente pregunta que cabe plantearse es, ¿hay algo más allá del envoltorio? Sí, al ser éste un escenario al que se nota que el director británico le tenía muchas ganas; un terreno que deseaba volver a pisar... y explorar. Porque a estas alturas, no importa las veces que se nos haya dicho desde más arriba que 'Prometheus' es una pieza independiente con respecto a toda la maquinaria 'Alien' (y de hecho, así es), porque los puntos comunes con la legendaria saga son más que reconocibles.

A falta de Sigourney Weaver, buena es Noomi Rapace en el papel de guerrera intergaláctica; a falta de Ian Holm / Lance Henriksen / Winona Rider, bueno -por no decir genial- es Michael Fassbender encarnando al droide de rigor, en este caso uno fascinado por Peter ''Lawrence de Arabia'' O’Toole; a falta de la Nostromo, buena es la impresionante nave que ahora da título a la cinta... La lista sigue con el planetoide LV-426, Weyland Industries, la voz en off que da cierre a la aventura y otros muchos guiños auto referenciales más o menos reconocibles que ayudan a crear una atmósfera familiar para los fans de 'Alien' (y nunca hostil para los no-iniciados) y para que el ingeniero formule un nuevo relato, empezando de cero, que ayude a satisfacer tanto al inventor de nuevos mundos como al filósofo que lleva dentro.

Esta conjunción de inquietudes, siempre bien compensadas en el constante juego de contrapesos planteado por Scott, retoma clásicos del género como la magistral '2001: Una odisea en el espacio', o incluso la más reciente e injustamente machacada 'Misión a Marte' de De Palma para reflexionar sobre el origen de la vida en nuestro planeta. Hasta aquí la punta del iceberg. Un poco más al fondo está el auténtico meollo, encarnado en el personaje de la Dra. Elizabeth Shaw, definida por una en principio imposible mezcla de fe absoluta tanto hacia la ciencia como hacia la religión. Acompañándola está un misterioso viajante sintético, cuya relación de falsa bilateralidad con sus creadores esconde también buena parte de las claves para comprender el mensaje del conjunto.

Al igual que el titán de la mitología griega que robó el fuego a los dioses y se lo entregó a los hombres, 'Prometheus' actúa de mediador entre el origen y el fin; entre el inventor y el invento; entre la divinidad y su creación, reflexionando con lucidez, y sí, planteando muchas preguntas, única actitud comprensible cuando se levanta la vista y se mira hacia la apabullante inmensidad del infinito. La mejor noticia es que la ambición no ahoga al producto, ni las lagunas del guión, quedando al final un producto igualmente disfrutable tanto para los que van al cine a darle a la mollera, como para los que buscan emociones fuertes. Sí, si es receptivo, el cerebro estará dándole vueltas al asunto durante tiempo... y el sistema nervioso se estremecerá más de una vez con esta pesadilla lovecraftiana (estupendo el aprovechamiento de la obra de H. R. Giger, y más que servido el morbo con respecto al proyecto cancelado de Guillermo Del Toro para adaptar 'En las montañas de la locura') con pinceladas del mejor body-horror ideales para que vengan a la memoria recuerdos de 'La cosa (El enigma de otro mundo)'. Con tanto material sobre la mesa expuesto de forma tan fascinante, es muy difícil volver de este fantástico viaje con mal sabor en la boca... y más difícil será aguantar la espera hasta la próxima entrega.

Nota: 7 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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