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'Project X': North Pasadena ardió en una noche

Vía El Séptimo Arte por 07 de junio de 2012

Para bien o para mal, cierto canal de televisión que antes solía prestarle atención a la música (el cometido por el que originalmente fue creado) se ha erigido desde hace ya tiempo como uno de los mejores medidores del estado de un sector de la población que por definición, es casi imposible de comprender. La cadena en cuestión sigue siendo mundialmente identificada a través de una gran ''M'' (de Música, se entiende, no de lo otro que da a entender su actual parrilla), y un rápido vistazo a sus distintos programas sin duda ayuda a hacerse una idea bastante acurada sobre qué deseos, miedos, inquietudes, obsesiones... mueven a la adolescencia americana, que por supuesto, es el principal punto de referencia de gran parte del mundo.

Un tour por tan distinguidos e intelectualmente elevados espacios televisivos es algo parecido a una visita por el museo de los horrores. Orangutanes de Nueva Jersey que hacen todo lo posible para ocultar lo rápido que les está consumiendo el tiempo, así como su ritmo de vida. Están también los machos alfa que sacan a relucir todas sus armas para eliminar a su contrincante y así conseguir una cita ''romántica'' que a buen seguro servirá para satisfacer sus placeres más carnales. No deben olvidarse las teenagers que, lejos de hacer un drama de su inminente y preocupante condición de madre, han conseguido su minuto de gloria gracias a la caja tonta (el título 'Embrazada a los dieciséis' habla por sí mismo). Cómo dejar de lado a aquellos jóvenes intrépidos que se hacen con la atención mediática por la titánica proeza de haber dejado de emular a Moby Dick cada vez que se pesan en la báscula.

Para seguir con esta demencial freak parade, por supuesto también hay un espacio especial reservado a aquellos petardos y petardas que se funden todo el dinero de sus papis en la organización de la fiesta que definitivamente les ayudará a mantener su posición en lo más alto de la pirámide social. Correcto, estamos en el querido y temido universo del instituto. Alumnos correteando por los pasillos, tratando de introducir correctamente la combinación numérica que abrirá el cerrojo de su taquilla; tetra-bricks de leche y comida industrial inundando un comedor abarrotado; profesores refugiándose bajo su mesa cada vez que suena el timbre porque son conscientes de la avalancha humana que se les viene encima. Pero también encontramos en el lavabo las manchas de vómito, producto de un grave caso de acomplejamiento. Al mismo tiempo, en un rincón del patio, un grupo de chavales con cara de pocos amigos ha acorralado a un pobre pardillo.

Lo banal y lo trascendente; lo bueno y lo malo. Todo tiene cabida entre las paredes del ''insti'', adquiriendo éste vida propia, así como una capacidad sobrenatural para convertirse en cristalino reflejo de sus habitantes y costumbres, inmersos en la maravillosa pero problemática etapa de su propia construcción como persona adulta. Durante ésta, hay algo que está por encima de los deberes, de los exámenes, de las obligaciones familiares... está la popularidad. Este concepto tan ambiguo e incomprensible para determinada gente es no obstante el centro de gravedad alrededor del cual gira la vida de millones y millones de mozuelos. Puede parecer algo irrelevante, pero la diferencia entre tenerla o no tenerla va mucho más allá de contar con infinidad de amigos en Facebook o, en el caso contrario (y como expresaba a la perfección el influyente Ryan Murphy en su en un principio fresca y descarada 'Glee') recibir una generosa dosis de granizado en toda la cara. Por pringao.

Para cambiar dicho status, nada mejor (y volvemos a fijarnos en la todopoderosa MTV) que una fiesta. No importa que el organizador no sea cool (como es el caso), ni mucho menos que te caiga gordo (ídem), sino más bien cuánta y qué tipo de gente va a asistir, o sobre todo las posibilidades que va a ofrecer (escuchar buena música, emborracharse, mojar... todo entra). Sea como fuere ''¿Alguien dijo fiesta?'', pregunta Todd Phillips, un juerguista consumado, como acreditan sus taquillazos de la saga ''Resacón'', o la menos conocida pero igualmente divertida 'Aquellas juegas universitarias'. El director neoyorquino aparece como principal garantía de calidad de 'Project X', cinta en la que actúa en calidad de productor, un cargo que teóricamente debería proporcionarle esta cómoda (comprometida, dirán otros) posición de control del proyecto, que al mismo tiempo le permite dejar paso a las nuevas generaciones.

Al fin y al cabo, y contrariamente a lo que nos tiene acostumbrados, los protagonistas de esta farra no son personas adultas con un agudo síndrome de Peter Pan. En esta ocasión los protagonistas son, como no podía ser de otra manera, adolescentes. Sostenía Katsuhiro Otomo en su magistral 'Akira' que no existe ninguna criatura más (auto)destructiva que un chaval en plena revolución hormonal. En aquel título clave para la consolidación del anime, el ''crío'' en cuestión poseía poderes sobrenaturales que hacían que la función terminara en algo no muy distante al mismísimo apocalipsis. Elemental. Pero resulta que, a veces, los teenagers no precisan de telequinesis para provocar la misma destrucción. A veces solo se necesita un escenario similar al que se encontró Tom Cruise en 'Risky Business', a saber, una casa exenta de la amenaza del autoritarismo paternal, y claro está, las ganas de desmelenarse a lo bestia.

Este deseo es el que precisamente comparten Thomas, Costa y JB, quienes con la excusa del decimoséptimo cumpleaños del primero, tienen la intención de ''cambiar las reglas del juego''. Volvemos a la popularidad. Ni falta hace decir que estos tres amiguetes no son ni mucho menos los reyes de su promoción. Se quedan en vasallos, y gracias. Hartos de ser ninguneados, aplican al pie de la letra el manual de su cadena favorita de televisión, y deciden montar la celebración del año, de la década... y por qué no, del siglo. Requisitos para materializar su sueño: una casa de dos pisos con jardín y piscina a su entera disposición, un equipo de música capaz de despertar a una ciudad entera, toneladas de alcohol y droga dura, y por supuesto, cuánta más gente mejor. Rock and roll... y hasta que el cuerpo aguante.

La pregunta obvia que cabe plantearse ahora es: ¿Se habrán cumplido las expectativas? Al final de la farra, ¿los asistentes volverán a sus respectivos hogares con la sensación de que, efectivamente, han vivido algo legendario? A juzgar por los primeros segundos de 'Project X', en los que se pide perdón a las autoridades de North Pasadena por lo que estamos a punto de ver, sí. A juzgar por los inmediatos minutos precedentes, no. Y es que como ya se ha dicho, el éxito o fracaso de una fiesta viene determinado por la gente que participa en ella. En este aspecto, la comitiva organizadora está a años luz de las mejores creaciones de la factoría Phillips. No hay carisma, y mucho menos se despierta simpatía, principalmente debido al dibujo simplón y arquetípico de Thomas, Costa y JB. Su compañía es más bien insípida, y sus chistes están tan sobados que en el mejor de los casos, a penas consiguen que el espectador dibuje una leve -casi imperceptible- sonrisa.

A pesar de que el metraje no llegue a la hora y media (uno de los mejores activos del filme), las expectativas en ''la fiesta con la que sólo podríamos soñar'' caen en picado, y todo apunta a que el tiempo va avanzar de forma muy lenta... hasta que llega el punto de inflexión. El momento en el que el anfitrión ve que la demolición de su casa es inminente. Decidido a evitar la catástrofe, consigue, no sin pasar antes por varios intentos frustrados, imponer su voz para anunciar que va a procederse al desalojamiento general. El problema -o señal divina- es que al verse este pobre paria social como el amo del cotarro, no le queda otra que rendirse ante la evidencia: el desastre que ha organizado lo ha sentado en un trono con el que ni se había atrevido a soñar. Estar allí le gusta; le encanta; le excita. Mientras, se ha confirmado la aparición de un nuevo personaje.

Como sucede con su centro educativo, el cada vez más colocado trío protagonista se da cuenta de que su creación ha adquirido vida y conciencia propia. Ha dado sus primeros pasos... y debido a su expansión viral, no hay manera humana de pararle los pies. La criatura ha evolucionado a monstruo incontenible, de encanto tan embriagador como destroyer. La manera de filmar esta explosión púber se descubre como uno de los grandes aciertos de este 'Project X'. La elección del formato found footage, muy implantado entre el público teen a través de interesantes y muy representativos trabajos como la híper-rentable franquicia 'Paranormal Activity' o la ya injustamente olvidada 'Chronicle', parece un guiño a los inicios como cineasta del propio Phillips, en los que filmó junto a Andrew Gurland el casi inédito y espeluznante documental 'Frat House', sobre los ritos de iniciación de las fraternidades de las universidades norteamericanas, cinta que por cierto, parece haber definido en buena parte el resto de su carrera.

A través de la filmación a manos de un más que inquietante e omnipresente gótico llamado Dax, se va pariendo un falso documental que se ríe de sus propios marcos, y que es ideal para convertir al espectador en justamente lo que promete el cartel promocional de la película: un testigo de excepción. ¿De qué? Del desfase padre. Algo parecido a, y que no se ofendan los puristas, una versión sucia, descerebrada y con mala leche de aquel célebre 'Guateque' celebrado por Blake Edwards y Peter Sellers. Esto es, la versión más moderna y desquiciada del subgénero al que podríamos llamar ''película-fiesta'', un terreno para criaturas nocturnas que el acné vuelve a reclamar como patrimonio exclusivo con esta notable ópera prima de Nima Nourizadeh.

Este director londinense ya puede irse preparando, porque como parecen vaticinar los títulos de introducción de su film, van a caerle muchos palos por un producto que por punto de partida y por ejecución pide a gritos el que los de juicio más precipitado se abalancen a tildarla de aberrante memez. ¿Pero acaso no exige lo mismo cualquier joven cuando se revela (vaya-usted-a-saber por qué tontería) contra una autoridad que quizás no hace más que velar por su bien? ¿Acaso este acto de rebeldía no es, a fin de cuentas, una soberana e insignificante tontería? 'Project X' lo entiende a la perfección, y por esto, de manera casi imperceptible, pone toda la maquinaria en funcionamiento para plasmar este sentimiento, cristalizado en una fiesta que es quizás la manifestación más innegable de esta estupenda enfermedad llamada adolescencia.

Cuando los motores de 'Project X' se han calentado del todo, esta fantasía hetero (estamos en un auténtico paraíso de pechos de infarto y culos turgentes, cuya única concesión a la homosexualidad se escribe con la ''L'' de lesbianismo) convierte el mockumentary en aquello que tarde o temprano tenía que hacer acto de presencia: un videoclip non-stop que borra del mapa al individuo para que hable, a su manera, el ente fiestero al que rinde culto este particular proyecto. Los diálogos y la complejidad de las relaciones humanas se esfuman en pos de una excelente selección musical (a destacar los geniales remix del Heads Will Roll, de los Yeah Yeah Yeahs, o del hit de elocuente título, Pursuit of Happiness, de Kid Cudi), que permite que desfilen ante nuestros ojos una serie de imágenes, a cada cual más demencial.

Una algarabía de proporciones bíblicas, si se permite la blasfemia, que a través de su calculadísimo caos, condensa todo lo que implica ahora mismo la adolescencia. La fiesta, especialmente en su apoteósica recta final, es un alocado huracán nihilista y narcisista a partes iguales. Tan divertido como aterrador por su exceso (una combinación letal de la que ya había dejado constancia Roger Avary adaptando la obra de Bret Easton Ellis en la infravalorada pero también acertadísima 'Las reglas del juego') este desastre -biológicamente- natural, se permite el lujo de citar, a través de la visita de ciertos lugares o situaciones, a ilustres conocedores de la materia como el John Landis de 'Granujas a todo ritmo', el Richard Linklater de 'Movida del 76', o incluso el George Lucas de la magistral 'American Graffiti'.

Un gesto algo pretencioso e incluso ofensivo, pero síntoma inequívoco de que el equipo de Todd Phillips en el fondo sabe que este experimento que -muy a propósito- se les ha ido de las manos, merece ser recordado como lo que seguramente es: el retrato más acertado de la adolescencia en unos tiempos que quizás estén dando sus últimos coletazos haciendo lo que mejor han sabido hacer, entregarse al exceso y opulencia insostenibles que obligatoriamente van a pasar factura cuando se apague la música. Una vez ha salido el Sol, efectivamente es hora de recapitular y hacer examen de conciencia. El balance nos dice que hemos hipotecado parte de nuestro futuro por un placer tan nocivo y efímero como orgásmicamente bello. ¿Les hacían falta más explicaciones a los adictos a la heroína de 'Tarinspotting'? No, porque en el fondo, valió la pena verlo quemar todo.

Nota: 7 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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