En los exteriores de Barcelona vive Arnau, un adolescente cuya vida no es precisamente fácil. Deambulando junto a sus mejores amigos, un zorro y una tropa de pájaros cantores, ve como pasa el tiempo, y como la tensa convivencia con su hermana se hace cada día más asfixiante. No es fácil para un chaval crecer con su madre en la cárcel, es por ello que Arnau empieza a trazar un plan para cambiar esta dramática situación. Pero toda buena perspectiva de futuro va a verse rápidamente ahogada por la abrumadora realidad.
Lo intento de todas las maneras pero no lo consigo. No hay manera. Me esfuerzo por entrar en la historia pero fracaso una y otra vez. Termina una escena, aumenta mi decepción, pero ello no merma mis ganas de coger en la próxima estación a este lento tren. De modo que probemos suerte de nuevo, a ver si la precedente situación da más motivos para atraer mi atención. Tampoco. Pasa el tiempo y cada vez se hace menos probable que Marc Recha me sorprenda... o que por lo menos consiga hacerme salir del perpetuo estado de aburrimiento.Hablaba antes de la alarmante falta de incentivos, pero la verdad es que haberlos, -aunque de forma poco perceptible- los hay. Me impacta el poder visual de la cinta, capaz de empequeñecer a sus protagonistas frente a un paisaje a camino entre lo desolador y lo hipnóticamente bello. En este aspecto, es de rescatar la visión que ofrece el director de las zonas periféricas de las grandes ciudades. Estamos en un entorno donde parece que el mundo urbano y el rural van cogidos de la mano (lo cual deja intuir al mismo tiempo la dualidad entre la parte más humana y animal de nuestro espíritu); pero sobretodo, donde los habitantes que lo pueblan parecen estar condenados por una especie de mal fario que jamás podrán sacarse de encima.
Esta fatalidad; este destino de dudoso gusto es lo que marca el devenir de los acontecimientos. La lástima para las mentes simplonas como la de un servidor es que este trágico sino tarde tanto en hacerse latente... o que por lo menos dé síntomas tan poco evidentes de su control sobre los personajes. Es por ello que, durante buena parte del metraje, la sensación de ir a la deriva no sólo está presente en la taciturna mirada de Marc Soto, sino en todo el conjunto. De modo que sólo queda la clásica solución de fijarse en los pequeños detalles. Ahí está el fiel retrato del ambiente sórdido del ya desaparecido canódromo de la Meridiana, o el aire a fábula terrible que Recha imprime sobretodo al final de la historia... o incluso el ver a Eduardo Noriega atreverse con el catalán. Todo lo demás cae fácilmente en el olvido.
por Víctor Esquirol Molinas
Pero que buena labor de informacion hacen los criticos de esta seccion
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