Llega un momento en la vida de todo ser humano que uno se pregunta, ¿... y para qué sirve un oso? En apariencia una sencilla pregunta con una no tan sencilla respuesta que, mira por donde, '¿Para qué sirve un oso?' no acierta a concretar de forma satisfactoria. La nueva película de Tom Fernández, quien aquí intenta apurar los relativos logros de 'La torre de Suso' con resultados más bien decepcionantes, presenta como excusa la historia de dos hermanos, uno zoólogo y otro biólogo, con una no muy buena relación como presuntos adultos que se reencuentran varios años después con Asturias como telón de fondo para subrayarnos a cada paso, entre bostezo y bostezo, un ingenuo y bienintencionado mensaje ecologista tan simple, sencillo y ramplón como termina siendo la propia producción en sí.
Si '¿Para qué sirve un oso?' fuese una película norteamericana diría que estamos ante una producción netamente comercial, prefabricada, una de esas comedias diseñadas con tiralíneas al servicio de la estrella de su cartel y concebidas con una meticulosidad profesional incuestionable por más que se encuentren carentes de alma alguna más allá de su pose acartonada. Siendo española se puede decir exactamente lo mismo pues la nacionalidad no influye y no deja de ser lo que es, pero dado que el concepto de industria resulta tan poco representativo de nuestra cinematografía, Segura aparte, no deja de sorprender para bien descubrir cada día más empeño en aplicarlo con interés en el producto nacional aunque para ello haya que reducirlo a eso mismo, a un simple "producto", la parte mala a este lado del medio ambiente.A veces es difícil distinguir si una producción es sencillamente simple o simplemente sencilla, al mismo tiempo que discernir cuando la falta de complicaciones es buena o mala tampoco se escapa al momento en el que podemos sentarnos a ver una película cualesquiera. '¿Para qué sirve un oso?' podría ser las dos cosas incluso a la vez, pues tiene una premisa bastante simple y resulta en toda sus líneas un relato de lo más sencillo, sin que por ello aparente merecer ser criticada de por sí. En todo caso sí que se merece, sin embargo y a pesar de sus evidentes e inmaculadas intenciones, ser acusada de plantear su propia sencillez de una forma harto simple y, lo que es aun peor, de forma escasamente inspirada, dando lugar a un relato insípido al que le falta la chispa necesaria para funcionar como algo más que un esquema resuelto de forma mecánica y, contrapuesto a su propio y demasiado prominente mensaje ecologista de carácter tan moralizador y populista que roza el absurdo, de manera poco natural. No es que se le vea el plumero simplemente, sino que sencillamente el plumero es casi la propia película en sí.
No es el único pero que podemos encontrarle a una producción fría y distante que ejerce el catenaccio como toda buena comedia industrialmente del montón, por más que pueda resultar algo efectiva a ratos en su búsqueda de sonsacar una simple sonrisa a su audiencia que, repito, como intención se aprecia a pesar de que el resultado no esté a la altura. A falta de pan buenas son tortas y no todo depende de la táctica, sino también del nombre de los que tienen la capacidad de crear juego en la línea de flotación, donde '¿Para qué sirve un oso?' encuentra algo parecido a un salvavidas con la pareja formada por Javier Cámara y Gonzalo de Castro quienes, aun sin estar para nada a la altura de lo que su propia inspiración les permite, al menos y al igual que Xavi e Iniesta en el Barsa saben mover la bola lo necesario para que el partido llegue vivo al final del tiempo reglamentario. Ambos se aplican con cierta eficacia y la misma profesionalidad con la que Emma Suárez o la joven Sira García también cumplen con sus respectivos roles, eso sí aportando además ese punto extra que les permite además resultar parcialmente simpáticos aunque no se basten solos ni para compensar las limitaciones de la producción o el estropicio que causa el aporte al juego de los "Chigrinskys" de la función, Jesse Johnson y Oona Chaplin, a los que les toca defender sin gracia ni convicción la parte más superflua, innecesaria y aburrida de un relato que de por sí cae en estas tres mismas taras, tarea que además ejercen con evidente artificio y que convierte las bandas del equipo en un auténtico coladero para que aflore los pensamientos negativos que, finalmente, declinan la balanza por debajo del aceptable que sirva para salvar a una producción cuyas promesas están muy por encima de la realidad.
Menos mal que nos queda la siempre hermosa Asturias, marco ideal para lucir un fondo ecologista y personaje que siempre está a la altura cuando como es el caso es fotografiado con efectividad y mucho respeto, una efectividad y aprecio mucho más convincente del que parece haberse depositado en una banda sonora un tanto desubicada y rancia, y que recuerda a las que acompañan a las malas 'sit com' que se entrometen entre los anuncios de los horarios de más baja audiencia en los canales de la Segunda División. Este spot ecologista con forma de largometraje deviene en un fallido intento por resultar entrañable y simpático, modestas ambiciones que no llega a alcanzar de tal manera que las posibles sonrisas que aguardan en su metraje se ven ahogadas por unos bostezos que se combinan con furtivas miradas al reloj, algo previsible desde el punto en que uno se da cuenta de que lo que se proyecta en pantalla no será capaz de desvelar su propio propuesta. ¿Y para qué sirven los osos? Seguimos sin saberlo.
Nota:
4.0
Por Juan Pairet Iglesias