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'Outlander': Las invasiones… ¡alienígenas!

Vía El Séptimo Arte por 27 de noviembre de 2008

En el año 509 de nuestra era, se estrella en Noruega una nave alienígena. Dentro va Kainan, un guerrero humanoide que ha sido atacado por una abominable criatura del espacio exterior conocida como Morwen. El conflicto entre ambos nació mucho tiempo atrás, cuando la raza del primero invadió el planeta del segundo. Una lucha interestelar que vivirá un nuevo capítulo entre los majestuosos fiordos nórdicos. Desprovisto de su avanzado armamento, Kainan se verá obligado a entenderse y cooperar con los vikingos para dar muerte al monstruo, que ahora amenaza con arrasar toda la población del lugar.

Sí, es eso. No es broma, la película trata de vikingos peleándose a muerte contra alienígenas. Primera señal de alarma encendida. Y por si no ha quedado claro con la sinopsis, repitámoslo de nuevo: el segundo filme de Howard McCain -que llevaba retirado diez años de la dirección, por algo será- fusiona a vikingos con alienígenas. Lo primero que me viene en mente ante tal panorama es que después del visionado de la película, pocas cosas me quedarán ya por ver en esta vida. Las malas vibraciones van tomando fuerza al contemplar el cartel promocional, que tampoco tiene desperdicio: un grupo de aguerridos vikingos acechando a su presa, y entre ellos se erige la figura del protagonista, un tirillas sujetando una espada más grande que él. Una comicidad que no hace más que disparar la segunda señal de alarma.

Éste protagonista de pacotilla al que me refiero es el susodicho extra-terrestre, y pertenece a una temible raza de robots. El tema de los organismos cibernéticos no se nombra directamente en ningún momento de la historia, pero se deduce por la interpretación de James Caviezel. En tiempos de asfixiante crisis financiera, el hombre nos deleita con una clase magistral sobre cómo economizar esfuerzos. Ya sea por la escasa solidez del guión o ya sea por lo poco que debió cobrar, el actor se niega a cambiar en ningún momento su cara de palo. Felicidad, tristeza, rabia, odio, medio… todos los estados de ánimo están cubiertos por la misma expresión. A su lado, el mismísimo Steven Seagal daría el pego como ilustre actor shakesperiano.

Siguiendo la tónica de ahorro de gastos marcada por la supuesta estrella del reparto de actores, el director Howard McCain de buen seguro decidió acudir al mercadillo de ofertas hollywoodienses y adquirió por un módico precio algún que otro decrépito decorado que aún seguía en pie tras el rodaje de ‘El Señor de los Anillos’. Y como aquél día estaban de rebajas en la Tierra Media, se hizo asimismo con los servicios del doble de Éomer (en serio, tuvo que pasar una hora para darme cuenta que a quien yo consideraba Karl Urban era en realidad un tal Jack Huston). Detalles que al fin y al cabo son de poco calado, pero también son estas pinceladas las que acaban encerrando a ‘Outlander’ en una gris sensación de déjà vu.

El resto queda en manos de la habitual pirotecnia. Luces brillantes, monstruos chillones, explosiones y mucha sangre… fluorescente. Al transcurrir dos horas en el interior de esta trampa mortal, a uno ya le empieza a dar todo igual. Incluso llegué a pasar por alto lo absurdo del planteamiento de la trama (total, como ahora parece que todas las cintas de serie B deban ser consideradas como obras de culto…). Pero lo que bajo ninguna circunstancia estoy dispuesto a perdonar es que una película me aburra, y en este caso la palabra “aburrimiento” se queda muy corta. Si no fuera porque los Razzie se han convertido en un banal instrumento de lapidación pública hacia figuras como Tom Cruise o Madonna, ‘Outlander’ sería este año mi gran favorita con respecto a tan singulares premios.

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