El telenoticias vuelve a abrir con lo mismo del otro día. Y no es para menos. Ha vuelto a suceder. Una vez más. Y van... ''Nuevo estallido de violencia en Oriente Próximo'', reza el titular. Lo habrás leído como mínimo en otras mil ocasiones. A uno deben acabársele las palabras, la combinaciones... todo. Y lo entiendes, porque llega un punto en que
ya no sabes si estás viviendo en un -terrible- déjà vu permanente o si, por increíble que parezca, la situación sigue yendo cada día a peor. Sigue el relato de la noticia, y la voz notablemente agotada del periodista (como para no estarlo) cuenta que una multitud furiosa de palestinos la ha tomado con un compatriota suyo al que han confundido con un ciudadano israelí.
La brutalidad de las imágenes sólo es superada por el contexto en el que se han dado. La historia de la región hace demasiado tiempo que está escrita con sangre, y los sucesos más recientes tampoco invitan al optimismo. Cohetes mortíferos, secuestros, redadas... muerte en un bando y en el otro.
Las futuras víctimas de esta vomitiva carnicería se confunden las unas a las otras. Lo mismo te sucede a ti, que lo estás contemplando desde la seguridad y confort de tu hogar. Apagas la tele y ya ni siquiera eres capaz de asegurar quién es quién. ¿Un comerciante hebreo cualquiera ha sido atacado por gente de su pueblo porque le han tomado por un yihadista? Imposible asegurarlo, pero podría ser. Y si no ha ido así, seguro que en algún momento u otro de esta macabra locura se ha dado algún episodio como el que ahora mismo ronda por tu mente.
Nada nuevo en este aberrante desastre llamado Israel. Siguen los ataques, las construcciones más bochornosas y el más deleznable desprecio por la tontería esa de los Derechos Humanos. El horizonte sigue estando ocupado por nubarrones negros: la diplomacia está estancada y cada vez que hace el amago de avanzar, no hace más que empeorar las cosas. Los intermediarios se muestran igualmente ineptos y la Comunidad Internacional, en general, sigue apartando la vista, que el espectáculo es demasiado desagradable.
Normal que el periodista se repita con los titulares, porque a estas alturas, y a falta de novedades en el frente, ¿queda algo nuevo por contar? Con esta amarga reflexión despedíamos la última incursión (llegada a nuestro territorio) por parte del cine en el interminable conflicto palestino-israelí. 'El hijo del otro', de Lorraine Levy, a pesar de proponer un extremadamente peliagudo caso de paternidades cruzadas, no conseguía llegar al nivel subcutáneo quizás por la razón ahora comentada. En el año 2014, y perdón por el escepticismo,
¿se puede aportar a la causa algo más allá de un -necesario- titular tan machacón como machacado? Por suerte para todos, Hany Abud-Assad opina (y demuestra) que sí. Después de hacernos pasar ''veinticuatro'' horas en la cabeza de un kamikaze en la sobrecogedora 'Paradise Now', y justo cuando habíamos vuelto a creer que después de esto, ya no podía añadirse nada más, este
palestino con ascendencia israelí se supera da un salto cualitativo a todos los niveles.
En el edén de las barreras... 'Omar' es, a simple vista, un capítulo más en este terrible cuento de terror de nunca acabar. Un joven de complexión atlética se juega literalmente la vida cada vez que va a reunirse con sus amigos y con la chica de la que está perdidamente enamorado. Recordemos, estamos
en el país de los muros de las vergüenzas, donde un billete en primera clase para pasar de un lado al otro implica confiar la integridad física a una cuerda que va a ceder en cualquier momento... y rezar porque ninguna bala de francotirador tenga la mala suerte de perforar tu cuerpo. Así empieza lo nuevo de Abud-Assad, quien se confirma desde estos nuevos primeros pasos como un maestro escalador, capaz de sortear, burlar o directamente derribar cualquier obstáculo (y en la tierra de donde viene, como ya sabemos, no hay precisamente pocos). Suyo es un cine que,
sin grandes alardes, consigue causar un profundo impacto. El excelente estado de forma físico es evidente; el dominio de la técnica fílmica también. Inconcebible, pero la salud mental es también envidiable.
Y es que en este sanguinario manicomio parece que sigue habiendo voces capaces de hablar con la fuerza y rigor necesarios para alcanzar la categoría de necesariamente imprescindibles.
Voces a las que, en definitiva, hay que escuchar. Omar va a ver a sus colegas de toda la vida, y a flirtear con la chica de sus sueños, sí, pero también se dispone a preparar un atentado contra las autoridades israelíes. Y volvimos a topar. Lo que sigue son los titulares de toda la vida (''Disparos'', ''Explosiones'', ''Contraataques'', ''Traiciones''...), solo que para ir de uno al otro, vamos a transitar por las cloacas que la luz de los focos mediáticos no pueden / quieren iluminar. La auténtica proeza de Hany Abud-Assad consiste
en exponer de forma entendedora y contundente la cruel lógica que en este entorno nos lleva del punto A al punto B. El ''Qué'' (que tanto creemos conocer) deja paso al ''Cómo''. 'Omar' no es sólo un muy satisfactorio filme de denuncia (más bien de exposición sin concesiones), es un
impresionante ejercicio de precisión cinematográfica, cuyo máximo responsable es consciente de que para ser creíble (ahí está el reto) tiene que tocar muchas teclas... y en la justa medida cada una de ellas.
Amor, intriga, acción, suspense, investigación... la película sortea, trepa y se inmiscuye en todos estos (y más) terrenos, luciéndose en cada uno de ellos para a la postre darles sentido. El puzle se dispone y se resuelve (es un decir) en poco más de -intensísima- hora y media para dejarnos, aparentemente (y
después de haber estado jugando con nosotros, pero siempre de forma respetuosa), en el punto donde empezamos... y sumidos en una depresión aún más profunda. Pero no tiene que pasar ni un segundo, tras el fin de la proyección, para que nos demos cuenta de que la experiencia ha valido la pena, pues de alguna manera,
el cine contagioso de Abud-Assad nos ha empapado con un poco de su sabiduría. No hemos resuelto nada, y tampoco parece que vayamos a hacerlo en un futuro próximo, pero ayuda el entender que, incluso cuando tu comunidad está prácticamente aniquilada, y ''la otra'' sigue destruyendo, queda al menos la fe en un individuo que, aunque sea en un grado irrisorio, sigue teniendo un mínimo control sobre su destino. Nada quita que el regusto final siga siendo insoportablemente amargo, y quizás a esta moraleja no pueda extraérsele ninguna conclusión positiva... A pesar de todo esto, la clarividencia y contundencia con las que se formulan las tesis consiguen abrirse camino. Motivo sobrado de celebración, pues
en medio de tantas tinieblas, ha aparecido alguien capaz de usar a su favor la asfixiante demencia que le rodea.
Nota:
7,5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas