Juan se cruza por calle con José, y como hace tiempo que ambos no se veían, deciden discutir, obviamente, sobre literatura. El primero le cuenta al segundo que está leyendo
un libro Histórico asombroso que le tiene completamente enganchado. José, que nota cómo el interés va creciendo en su interior, pide a Juan que le dé más detalles al respecto. ''Claro'', responde el otro, ''Mira, por ejemplo, justo ayer me leí un capítulo fascinante, en el que un meteorólogo, temiéndose lo peor, prepara un refugio para él y toda su familia. El caso es que lleva meses comprobando los mapas isobáricos y todo apunta a que una gran tempestad está a punto de arrasar la zona en la que vive, de modo que desempolva sus libros de ingeniería y arquitectura y en unas pocas semanas levanta una inmensa edificación en la que poner a salvo a todos sus familiares, así como un montón de animales, por su durante la tormenta aprieta el hambre. Total, que
al final todo el mundo que se quedó fuera del refugio muere ahogado, y tanto los supervivientes como el causante del desastre (¿te había dicho ya que todo esto estaba provocado?) celebran lo sucedido.''
José, que nació en el año 1980 (es decir, que no nació ayer), no da crédito. No entiende nada, y se lo hace saber a Juan. ''Perdona, pero estoy aterrorizado. Esto que dices es horrible, ¿realmente sucedió así? No, de ninguna manera. Lo siento, pero esto yo no me lo puedo creer.'' ;
''Pues mira que si te lo llego a contar como realmente viene en el libro...'' El chiste, si coge al Éxodo como escenario de fondo y si lo cuenta Eugenio, por supuesto tiene mucha más gracia, pero en cualquier caso la broma permanece. ¿Por qué será? Exacto. Porque la Biblia, a diferencia de la mayoría de mitos, ha pervivido como una especie de realidad universal (¿milagro obrado por la inmortalidad de la escritura?), lo cual, irónicamente, ha acabado convirtiéndola en lo que aquel humorista con gafas de sol vio tan claro:
una broma con muy mala leche (de nuevo,
culpen a la escritura). La cuestión está en que sabemos perfectamente que de ninguna de las maneras un toro blanco pudo raptar a la pobre Europa para poco después hacer lo que quisiera con su virginidad, pero por alguna extraña razón, sigue existiendo (hablamos por supuesto de la cultura occidental) cierta voluntad generalizada en creer que la separación de las aguas del Mar Rojo (por ejemplo) no dista demasiado de lo que podría interpretarse como un hecho estrictamente Histórico.
Cosas de la Iglesia, pero sobre todo de la estupidez del género humano, que inexplicablemente le sigue el juego, de momento, por los siglos de los siglos. El problema (o la gracia) está cuando alguien con un poco de sentido común se da cuenta de que lo que está sucediendo aquí (es decir, en pleno siglo XXI; en cualquier sitio comunicado con el resto del mundo) es la convivencia imposible entre
dos maneras de ver y entender la vida (dejémoslo así) que, ahora mismo, no tienen nada que ver la una con la otra. Como los mencionados Juan y José, que en un principio no saben si creerse o no lo que están leyendo / escuchando... para poco más tarde caer en la cuenta y reírse, a carcajada limpia, de lo estúpidos que han llegado a ser. Pero no pasa nada, dudar es de humanos; la certeza respecto a lo que es cierto y lo que es falso; respecto a lo que está bien y lo que está mal, es patrimonio y potestad exclusivos de Dios, nuestro Señor.
Darren Aronofsky, por mucho que en varios momentos de su carrera haya podido pensar (o hacernos creer) lo contrario, es tan humano como Juan y José, y claro, duda. Hasta se equivoca. Después del batacazo de 'La fuente de la vida', aquel fascinante desastrillo místico-zen, se rehízo y firmó las que sin duda son, hasta el momento, las dos mejores películas de su muy notable filmografía. Pero como también sufre esa malsana tendencia a tropezar como mínimo dos veces en la misma piedra, decidió volver a llamar a la puerta de Ari Handel (co-guionista de la mencionada cinta) para repetir colaboración con él. El resultado se titula 'Noé', y
es principalmente (o mejor dicho, a simple vista) otro desastrillo. Básicamente porque estaba condenado a serlo desde el mismísimo momento de su nacimiento (o de su concepción, a saber...); porque el experimento propuesto jugaba con materiales altamente inflamables y aún más inestables que, para colmo de males, resulta que suelen explotar cada vez que a alguien se le ocurre la brillante idea de ponerlos en el mismo recipiente.
Lo que tratan Aronofsky y Handel con 'Noé', a simple vista (o mejor dicho, principalmente), es
conciliar lo irreconciliable. El ridículo está casi del todo garantizado; el -encomiable- rigor con el que se respeta la premisa pone el resto. En otras palabras ¿pueden ser compañeros de habitación la lógica y moralidad mitológicas con la comprensión racional de los hechos de nuestros tiempos? Difícilmente, más teniendo en cuenta los siglos en la evolución del pensamiento que separan ambos extremos. Para entendernos, y para los que no hayan tenido el placer, los capítulos de la Biblia dedicados a Noé nos hablan del que vendría a ser el primer (y citamos) holocausto conocido en la historia. La razón: el cabreo del creador para con sus pecaminosas criaturas. El resultado: la devastación total. Gritos, sufrimiento y muerte. Todo esto y, por si no se había vertido suficiente sangre, un último (y citamos) holocausto a manos del feliz Noé, quien después de sobrevivir al diluvio, decide sacrificar a buena parte de las aves que había salvado, decisión que, por si habían dudas al respecto, complace a más no poder a su Señor. Esto sucedió exactamente así... o al menos se escribió de esta manera.
Ahora, a sabiendas de que esta historia (imaginada por la que actualmente sería considerada, muy probablemente, como una mente enferma) sigue siendo parte fundamental del credo de millones de personas en este mundo ''civilizado'', ¿es posible someterla a la narración cinematográfica sin caer en la parodia? Planteado de otra manera,
¿es posible una adaptación literal de las Sagradas Escrituras? Técnicamente, no. Lo cual en absoluto parece haber asustado a Aronofsky, quien, por si fuera poco, decide convertir los meros esquemas e inconcreciones bíblicas en el terreno donde plantar un muy moderno estudio psicológico de personajes. Más allá de las creencias que puedan llegar a compartir los artistas, el intento merece (por el bíblico esfuerzo intelectual que exige) una señora reverencia, más aún cuando se muestra tan
poderoso en el terreno de la ensoñación más sugestiva... y a pesar de que, a la hora de volver a poner los pies en la realidad, se convierta en un producto tan mundano.
Haciendo una
excelente lectura de las necesidades tanto por parte de la industria como del siempre cambiante arte de contar cuentos (de esto trata todo), el cineasta de Brooklyn decide apoyarse en la épica cinematográfica (tanto la clásica como la más moderna, ambas en esta ocasión igualmente sucias y fangosas) para convertir el Diluvio Universal en una epopeya que a ratos bien podría haber firmado el Peter Jackson más inspirado.
Es en esos momentos de imaginación más desbocada en los que sale a relucir, en todo su esplendor, el horror y la magia del Antiguo Testamento, al igual que el -gran- cine del propio Aronofsky. Así, el Génesis se muestra, maravillosamente, con todo el poder inconmensurable de la creación, y la visita de Cam al campamento de los humanos (este último episodio, de cosecha propia) despierta algo muy cercano a la oscuridad más aterradora.
El resto, que no es precisamente poco (ni breve), discurre,
en el mejor de los casos, en el entretenimiento más ''agradable'' típico de las aventuras con tintes apocalípticos; en el peor, en la algo cansina (por excesivamente inflada), errática (véase el epílogo basado en la Maldición de Canaán) y sí, ridícula obsesión. La de un hombre abocado al abismo, terriblemente solo, si acaso con la amarga compañía de unas órdenes únicamente refrendadas por su propio convencimiento. Pero en realidad la amargura de Noé está compartida por un director sin especial miedo a plantarse (solo, también) ante el peligro. Entre ceja y ceja, una idea: la de tomarse con el máximo rigor posible un texto completamente desfasado, para al final hablarnos de temas mucho más eternos. La maldad, espeluznantemente orgánica, y la posibilidad remota de la bondad, como caras opuestas de la misma moneda. Entre ambas, Darren Aronofsly, quien parece dudar
entre la autoría más reivindicable y la superproducción más impersonal; entre la lucidez y el disparate. Mientras, quienes dan la cara son unos actores a los que no se tendría que lapidar, pues se han dejado esclavizar muy correctamente por la causa de su Señor, quien a pesar de facturar un espectáculo más que digno, quizás no supo / quiso ver que el antaño venerable Matusalén, analizado por nuestras contaminadísimas mentes, sería poco más que un Anthony Hopkins encarnando a un risible viejo loco obsesionado por llevarse a la boca unas cuantas bayas. Como suena, y es sólo un ejemplo.
Nota:
6 / 10
por Víctor Esquirol Molinas