Una vez alcanzada aquella edad incierta que oscila entre los 25 y los 30 años, el pollito se queda sin excusas, y como en el fondo se muere de ganas, decide finalmente (que ya tocaba) abandonar el nido. En el fondo se siente paralizado por el miedo, pero como ya se ha dicho, acaba imponiéndose el espíritu aventurero; la necesidad de saber si todo lo aprendido hasta ese momento le habrá dotado (o no) de las armas suficientes como para desenvolverse en este mundo cruel. Así que empieza a aletear por su propia cuenta y riesgo...
y se mete un soberano leñazo. Nada grave. Al fin y al cabo, ''Nos caemos para aprender a levantarnos'', dijo aquel sabio. Paciencia. Con esto y con un poco de perseverancia, seguro que todo se andará (o se conseguirá sobrevolar, da igual). Es cuestión de ponerle ganas y, sobre todo, de
no perder la sonrisa. ''Al buen tiempo, buena cara'', dijo aquel otro sabio. Y así, hasta cuando se disuelvan las nubes.
Pero, ¿y si el cielo no se despeja?
¿Y si no hay manera de salir del blanco y negro? Con esas dudas más o menos existenciales rondándole por la cabeza, aparece
Noah Baumbach, ese cineasta imperfecto que tanto juego es capaz de sacarle a la propia imperfección, y se asocia, delante y detrás de las cámaras, con la
irresistiblemente encantadora Greta Gerwig, para firmar así la que seguramente sea la obra más imperfectamente redonda de su filmografía. La joven Frances vive (respira, come, duerme, habita...) en Nueva York e intenta, entre otras muchas cosas, que su paciencia no se agote a las primeras de cambio, en lo concerniente a perseguir lo que ella cree que es su sueño, esto es, convertirse en un miembro destacado de una de las compañías de danza más prestigiosas de la Gran Manzana. Aunque claro, es todo tan complicado... y la gente que la rodea parece tan empeñada en hacerlo todo tan desagradable...
Vuelve, como era de esperar,
la eterna tragicomedia del Don Nadie, el mismo (o la misma) que en un momento dado de su vida toma la no excesivamente sólida determinación de escapar de la condición que tanto su entorno como el propio destino han querido colgarle. El intento suele terminar en una derrota igualmente insignificante, lo cual es (y ahí está el qué) un motivo tan bueno como cualquier otro para montar una celebración que podría ser, ésta sí, del todo memorable. La ''buena cara'' se convierte pues en algo más que una simple pose. Alcanza la categoría de filosofía vital, que al mismo tiempo se descubre como una solución ideal para
que, tanto las lágrimas como las risas; tanto los tan odiosos conceptos de ''triunfo'' y sobre todo ''fracaso'' adquieran sabores que parecían olvidados; implicaciones insospechadas.
Con naturalidad e imprevisible sentido de la -mejor- espontaneidad, a 'Frances Ha' parece que en menos de hora y media de metraje le sobre tiempo para hablar de todo lo que realmente importa en esta vida. Así, es tremendamente fácil verse identificado con sus personajes.
La gran (?) pantalla convertida en espejo, y la tan cacareada Nouvelle Vague en algo más que la mera pose a la que demasiado a menudo se ha visto reducida. Baumbach no acude a ella para buscar un -pedante- aval cinéfilo, sino que lo hace por pura extensión lógica en el planteamiento de su discurso. Se percibe casi siempre el aroma de aquel maravilloso cine francés... pero no por obra y gracia de la nostalgia de filmoteca, sino por la rotunda inteligencia de una manera moderna de entender este arte.
Fruto de nuestros tiempos (por mucho que haya llegado a nuestras salas de cine con casi dos años de retraso), recién caído del árbol.
Cuando trata (de forma casi involuntaria pero igualmente contundente) sobre el amor, la amistad, las relaciones humanas en general, los sueños (así como sobre todo lo que les puede poner fin, reactivar o simplemente dejarlos en ''stand by'')... 'Frances Ha' jamás desaprovecha la ocasión para reivindicarse como lo que es:
una película con vocación generacional. Desde la discretísima posición donde ha sido concebida y posteriormente lanzada, ahí está, esperando a ser descubierta por todos los polluelos que se vean incapaces (al menos de momento) de sumarse al vuelo de la bandada. Cuesta pensar, mucho más en esta época, en alguien que no se haya podido haber visto en esta situación. Casi siempre capaz de atacar la(s) materia(s) con una precisión y acierto tales que los autores parecen poseídos por la infalible suerte del principiante (la de aquel a quien las cosas le salen prácticamente perfectas, sin saber del todo bien cómo demonios lo ha logrado), el dúo Baumbach & Gerwig ofrece al espectador un nada pomposo y muy apetecible banquete que
hace de lo agridulce algo exquisito; una excusa inmejorable para que la sonrisa no se borre jamás de nuestra cara.
Nota:
7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas