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'No se aceptan devoluciones': ¿Hacemos una porno?

Vía El Séptimo Arte por 29 de abril de 2014

El problema del cine porno (si es que realmente tiene alguno) consiste en que sus películas chocan frontalmente con la concepción racional (?) con la que nos acercamos a una pieza cinematográfica. La experiencia puede causar daños irreparables en la psique del espectador desprevenido. Por ejemplo, ¿por qué demonios se tiró el fontanero a la solitaria ama de casa a los pocos segundos de haberla visto? ¿Por qué aquel portentoso semental se sintió de repente atraído por el género humano? ¿Por qué aquel alienígena usó sus súper-poderes divinos sólo para introducirse en el chumino de aquella sexy investigadora? ¿Por qué le comieron lo de abajo cuando él sólo fue ahí a por trabajo? ¿Tiene alguno de estos casos algún tipo de sentido? Por supuesto, no. Porque cuando el guionista (?) escribió el guión (??) no lo hizo guiado por sus neuronas, sino por testículos.

Su producto debería analizarse pues con las mismas partes nobles. A la mierda las explicaciones, si el sagrado mástil se levanta, es que la cosa funciona. No hay más. Prohibido quejarse... menos aún cuando aparecían en pantalla aquellos dos rombos que no hacían más que indicarle a la audiencia el chip que debía activar para la correcta ingestión del plato servido: ''Lo que está a punto de ver no se dirige a lo que tiene por encima del cuello... sino a lo que tiene por debajo de la cintura.'' Entendido. Pero claro, las reglas están para saltárselas. En esta creencia viven los tramposos... algunos hasta consiguen prosperar sirviéndose de ella, porque aplican dicho mantra sin pudor alguno. Es como si un adulto compitiera en un concurso de matemáticas contra un grupo de chavales de cinco años, o sin un club de fútbol endeudado hasta las cejas se dedicara a fichar a los mejores jugadores del mundo (espera...). Seguro que arrasa... claro, ¿y quién coño no lo haría?

'No se aceptan devoluciones' viene haciendo lo propio en una taquilla que muy peligrosamente está refrendando sus igualmente peligrosos argumentos (lo cual no hace más que ahondar en la preocupante brecha que a veces separa a la crítica especializada con el gran público). Se trata de una comedia (?) que poco después se transforma en drama (?)... pero que en realidad (y ahí está la trampa) es una porno. Más box office: ¿Por qué fue 'Garganta profunda' un éxito a escala mundial? Por la conjunción astral de una época (los todavía desinhibidos y ya desengañados setenta) con unas reglas del juego listas para ser literalmente violadas: combinación ganadora, ya se vio. La película se coló en el circuito comercial... cuando seguramente había estado concebida, en una noche de borrachera, por la punta del miembro viril de Gerard Damiano, el por aquel entonces más listo de la clase. El pene de Eugenio Derbez, celebrity de la caja tonta (tontísima) mexicana, por lo visto, funciona igual de bien.

Los espectadores que han pasado por taquilla para ver su última creación se cuentan a docenas de millones, y la cifra va en aumento. El ego del artista, a buen seguro, también. Sólo así se explica que el crapulilla al que da vida en 'No se aceptan devoluciones' se lleve a la cama a todas las féminas que se alojan en el hotel que él ha invadido. Visto con los ojos (y no con los genitales), salta a la vista que se unta el cabello en agua oxigenada con tal de darle un tono de rubiales-surfero; es obvio también que su cuerpo hace tiempo que le pide un par de kilos menos, y que el rollo hippie que se trae se corresponde más al del más palurdo y casposo de los perezosos que además se niega a afrontar la crisis de los cuarenta... que por cierto debe asolarle dese hará ya unos diez años. Hagan los cálculos, la verdad está ahí fuera, en las arrugar y en los michelines.

Pero todo esto a ellas les encanta: será por sus pocas luces; será por el tan erótico complejo de Peter Pan que adolece el personajillo; será porque a veces la vista se nubla, el cerebro se desconecta... y toman el mando las hormonas. Llámese juego pornográfico. ¿Ofensivo a la inteligencia? Por supuesto, pero se perdona cuando la película advierte de sus verdaderas intenciones. Por desgracia, 'No se aceptan devoluciones', lejos de jugar limpio, se abona al despiste durante hora y media larga (larguísima)... Al chulo-piscinas se le acaba la fiesta cuando uno de sus ligues aparece nueve meses después de su primer y único (y apasionado) encuentro con una criaturilla en brazos que por lo visto lleva su firma genética. La muy golfa, además, aprovecha la primera ocasión que se le presenta para poner pies en polvorosa y no mirar atrás. ¡Horror! El solterón de oro se convierte, en un abrir y cerrar de ojos, en padrazo a la fuerza... Sí, perfecto, pero todo esto está ahí sólo para llegar a un desenlace que, en el mejor de los casos (y tirando de ironía), cabría tildar de antológico.

La recta final, imprescindible para entender el fenómeno de masas en que se ha convertido este filme, destapa, sin vuelta atrás que valga, las verdaderas intenciones de Eugenio Derbez. Y con el porno nos topamos de nuevo. Lo que había empezado como una comedieta de domingo por la tarde sobre el miedo a hacerse mayor (así como a todas las responsabilidades inherentes a dicha etapa), efectúa un giro tosco hacia los territorios del melodrama para finalmente aterrizar, de la forma más grotescamente imaginable, en una montaña de carnaza en pleno estado de putrefacción. Dantesco, apocalíptico... El proceso, durante el cual Derbez no se cansa de citar torpemente a un sinfín de referentes que quedan muy por encima de él, se antoja sencillamente como un via crucis. La línea de meta, como ya se ha dicho, es para enmarcar.

Hasta entonces, las risas en realidad habían sido tristes (podría ser por la mala gestión de un humor excesivamente familiar, o simplemente porque Derbez tiene la gracia... exacto, ahí abajo) y las tragedias, en el fondo, divertidas. Sería algo así como una mala serie de televisión (por no hablar de culebrón), igualmente mal pegada, concebida exclusivamente para el consumo masivo de los adictos al fast food fílmico (que los hay, y muchos... a las cifras nos remitimos de nuevo). El pañuelo sobre el que está escrito el texto de la obra, debía ir destinado a secar las lágrimas. Teóricamente, éstas deberían estar causadas en un principio por las carcajadas, y poco después por las situaciones dramáticas... pero en realidad son fruto de la metralleta de bostezos con la que el director y guionista somete al espectador menos impresionable. ''¿La fibra sensible? Me la tiro.'' Como suena.

Lo peor no es el aburrimiento, sino que el pañuelo de marras está realmente diseñado para limpiar el semen (no, no es yogurt). La concentración de miserias humanas de 'No se aceptan devoluciones' es la misma que la de penetraciones, felaciones y magreos indecentes de cualquier película protagonizada por Nacho Vidal o Rocco Siffredi. Se impone el mismo gusto por la indiscriminación; por la dionisíaca falta de justificación. Prohibido darle vueltas a la cabeza: no tiene ningún sentido... más allá de estimular el placer más lascivo del autor, quien para colmo de la indignación, tiene la santa desfachatez de ponerse los hábitos de sacro moralista a la hora de hablarnos de la paternidad, el amor (en tiempos de litigios civiles y sexualidades abiertas), la vida y, faltaría más, la muerte. Más allá de lo forzado, de lo descarado, de lo cursi, de lo tramposo, de lo falso, de lo agónico, de lo escandalosamente estúpido... la inteligencia emocional de la que Eugenio Derbez hace gala pide a gritos los dos rombos o, por lo menos, un título más acorde con sus -verdaderas- intenciones. ''No se aceptan devoluciones... dijeron los de los grandes pollones'' ó ''No se aceptan devoluciones... así que lámeme los cojones''. Ahora sí.

Nota: 2 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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