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'Never Say Never': ... y tú no

Vía El Séptimo Arte por 14 de abril de 2011

Nacido en Canadá en el año 1994, Justin Bieber siempre tuvo la música como su gran pasión. Ya de pequeño deleitaba a sus familiares a y a desconocidos con sus dotes artísticas, que evidenciaban que, si las sabía explotar como era debido, podrían llevarle muy lejos. Ahora, a sus dieciséis años de edad, el antes aspirante a cantante es un ídolo de masa que espera con impaciencia su consagración definitiva: una actuación por todo lo alto ni más ni menos que en el mismísimo Madison Square Garden de Nueva York.

Hay películas (en este caso, y para ser más exactos, documentales) que lo basan todo en la figura a la que rinden homenaje. Por la razón que sea, dicho personaje es tan potente que tiende a eclipsar todo lo demás. Al ser cine de lo que estamos hablando, la expresión ''todo lo demás'' implica una infinidad de factores que obviamente tienen cada uno de ellos una infinidad de gente detrás. De modo que, sintiéndolo mucho por todas esas personas, aquí no se ha venido a hablar ni de lo acertado de determinados encuadres, ni de lo bien llevado que está el ritmo de la narración, ni de la claridad en la exposición de argumentos... aquí se ha venido a hablar, nos guste o no, de la gran estrella. De Justin Bieber.

Sin ningún tipo de pudor diré que hay ciertos temas de los que muy orgullosamente me he obligado a exentarme. Si la ocasión lo requiere, no me importa nada adoptar la clásica actitud del marciano que vive en una cueva. Después de torturas mentales del calibre de 'Crepúsculo' o 'High School Musical', decidí que cualquier momento sería bueno para dejar de lado por completo el seguimiento de los iconos que mueven pasiones entre el público adolescente. La eclosión del pobre Justin llegó pues demasiado tarde, así que tuve que informarme por terceros sobre quién era el susodicho personaje. Muy sorprendido, comprobé que absolutamente todo el mundo parecía saberlo todo sobre él... y es que realmente se trata de un tipo muy famoso. El caso es que lo más fascinante, y lo que al fin y al cabo me hizo ir con ciertas ganas a la sala de cine, fue que entre la gente que interrogué, había unanimidad en cuanto al odio que despertaba el tal Bieber. Riánse de Muamar el Gadafi, o de Osama Bin Laden, o de Mahmud Ahmadineyad, o de Kim Jong Il... el enemigo público número uno; el que merecía la muerte más que nadie, era Justin.

¿Pero qué había hecho? ¿Cuál había sido su crimen? Después de ver 'Never Say Never', puedo decir sin miedo a equivocarme, que en ningún momento de su vida ha ordenado al ejército disparar a matar contra su propia población. Tampoco ha planificado minuciosamente el secuestro de aviones comerciales para estrellarlos contra edificios emblemáticos de los Estados Unidos, causando así la muerte de miles de civiles. Por lo que se desprende del documental, pondría la mano en el fuego a la hora de afirmar que nunca ha encarcelado a artistas por manifestar su inconformismo, y sobre todo nunca ha puesto en peligro la paz mundial por jugar con la energía nuclear. Nada de eso, lo único que ha hecho Justin Bieber es (moviéndose y cantando bien, ojo), que su cuerpo baile de la forma más ridícula posible, y que de sus cuerdas vocales salga una música horrible... a parte de vestir fatal, claro está. Esto, hasta que no se cree el Tribunal Inquisidor del Buen Gusto -todo llegará-, no es ningún delito.

Una reflexión que nos lleva a comprender hasta dónde llega la mediocridad de un mundo que no tiene nada mejor que hacer que tomarla con el pobre chaval. Mediocridad, pero por encima de todo, celos. Porque al fin y al cabo, todo se reduce a la más sucia y cochina envidia, aquel sentimiento que aparece con rabia a la mínima señal de fortuna ajena. ¿Y quién mejor que Justin Bieber para alimentar esta emoción tan baja? Al fin y al cabo, Justin Bieber, sin siquiera ser mayor de edad, ya es famoso en todo el mundo... y tú no. Justin Bieber ha vendido millones de discos... y tú no. Justin Bieber tiene a miles de fans a sus pies mientras canta sobre sentimientos que ni por asomo ha podido experimentar... y tú no. Justin Bieber ha entrenado con el Barça... y tú no. Justin Bieber actúa en estadios inmensos... y los llena... y tú no. Justin Bieber no se tira horas delante de una pantalla de ordenador, despotricando de desconocidos que no han hecho más que recordarle lo gris y triste que es su existencia... y tú...

Después de haber ejercido durante unos momentos de abogado del diablo (y sin haber cobrado un mísero céntimo por ello, palabra), es hora de volver a la cruda realidad... y de confirmar todos los pronósticos. Como no podía ser de otra manera, pasar más de hora y media con tan distinguida compañía acabada tornándose en algo que no deseo ni a mis peores enemigos, y que hace maldecir nuestras capacidades auditivas y visuales. El infierno no es un lugar sucio, oscuro y lleno de calderas y llamas... es un colosal recinto cubierto, con estructuras metálicas, con focos y fuegos artificiales, y cuyas gradas están abarrotadas de niñatas que, en continuo estado de trance, no paran de emitir ultra-sonidos que acallan las canciones que supuestamente han ido a escuchar.

El rey del cotarro no es Belcebú... es un crío bien peinado, al que la industria musical (la auténtica mala de la película) decidió hace mucho tiempo moldear y empaquetar para sacarle el mayor rédito económico posible... antes que las hormonas se carguen su carita y voz angelical. Sí, Justin Bieber es odioso (pero no tanto como Jaden Smith, atentos a su breve aparición, no tiene precio); sí, el fraternalismo que desprende su séquito es igual de vomitivo... e increíble. Pero más allá del odio que despierta este producto presentado en patético 3D, hay que saber apreciar las breves anotaciones a pie de página que el director Jon Chu (no se sabe si voluntariamente o no) va dejando a lo largo del camino. Ahí está la devoción desbocada del público teenager hacia sus ídolos, digna de estudio psiquiátrico, o la fuerza de las redes sociales, que han hecho de la figura del artista 2.0 una realidad más que palpable. Así de loco está el mundo... tan fascinante como lamentable.

Nota: 3 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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