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'Mommy': Dolan no hay más que uno

Vía El Séptimo Arte por 04 de diciembre de 2014

Se pavonea por uno de los photocalls más glamurosos y prestigiosos del mundo como quien se pasea un domingo por la mañana, literalmente, por su casa. Y sólo tiene 25 años. En la rueda de prensa, contesta a las preguntas de los periodistas como quien le dice al camarero que tomará el café con un poco de azúcar. Lo tiene cogido de la mano... tanto que ni le temblaba la voz cuando se veía obligado a contestar las preguntas más surrealistas escuchadas en aquella 67ª edición del Festival de Cine de Cannes (disparadas por quien se ha convertido a lo largo de esta edición en una auténtica leyenda entre los del gremio... esperamos confirmación de entrevista, por cierto, con el susodicho personaje poniendo los puntos de interrogación, por supuesto). Y sólo tiene 25 años, sí. Que no cunda el pánico. La calculadora no se ha vuelto loca, casos de precocidad más extrema se han visto, tanto en el cine como en otros sectores. ¿Verdad? Pero cuidado, el chaval no es el nuevo actor revelación del panorama internacional (por mucho que éste lo haya intentado, hay que añadir); tampoco se trata de la pareja sentimental de una estrella mucho más madura que él y, consiguientemente, mucho más necesitada de amor.

Nada de esto. El crío tiene 25 años, es de Quebec (esa región en la que cada vocal del francés ha evolucionado en la ''Ah'' más patosa), y fue también, con total merecimiento, uno de los grandes focos de atención este año en la Croisette. Por méritos propios, que conste. Al fin y al cabo, él, y sólo él, escribió y dirigió una de las mayores sensaciones en dicho certamen. ¡En el de Cannes! LE Festival. Él. Con 25 años. Y servidor, mientras, estaba partiéndose el lomo y matando las pocas neuronas que le quedan con vida en un cuchitril de... Cannes La Bocca. Madre mía, ya no se respeta nada. Jean-Dios Godard (quien compartiría el Premio del Jurado con el protagonista de la historia que ahora nos concierne) lo demostró, dos días atrás (y por enésima vez), defecando, de forma más o menos figurada, sobre el protocolo, la consideración para con sus anfitriones, los perros, el lenguaje... y sobre la madre que nos parió a todos, también. Xavier Dolan, que así se llama la perla de 25 añitos, se apresura también a dejar claro que el respeto es una virtud cuando no viene dado de forma sistemática, es decir, cuando quien lo recibe realmente lo merece. Por ejemplo, ¿acaso merece una madre nuestro amor y apoyo incondicional sólo por habernos dado la vida? Va a ser que no.

Mamá, no me mates, que no he sido yo; que la idea la ha plantado en nuestro cerebro el niñato del cuarto de siglo. Más replanteamientos destroyers: ¿El que una pantalla de cine tenga forma panorámica horizontal, implica esto que todas las películas proyectadas vayan a tener que adaptarse a dichas dimensiones? Erróneo, también, pues no son pocos los ejemplos de filmes actuales que, en un ejercicio de nostalgia juguetona, deciden volver a la forma cuadrada para emular aquellas circunstancias en las que tuvieron que moverse los pioneros de este arte. Otra vuelta de tuerca: aparece el mocoso y decide plantarnos las imágenes en un formato con el que estamos mucho menos familiarizados. Se abre el telón, se reproduce la mítica (y algo cursilona) cortinilla del Festival y a continuación todo lo que vemos aparece dispuesto en extrañísima... ¿panorámica vertical? Pues sí. Todo vale. Como si de un vídeo grabado con un teléfono móvil se tratara, 'Mommy' nos obliga a convivir con un tipo de aspecto enfermizo que es, ya de por sí, uno de los grandes hallazgos de la propuesta.

Negro absoluto a ambos lados de la pantalla, y justo en el centro, una suerte de monolito en el que va a darse toda la acción. Rápido vistazo de izquierda a derecha; de arriba y abajo, y parece que la vista no engaña. Las proporciones del marco son prácticamente las mismas que presenta, por ejemplo, toda buena fotografía de carnet. En ellas, como sabemos, hay el espacio justo para el careto del afortunado que va a hacerse el nuevo pasaporte. Del mismo modo, a lo largo de las casi dos horas y media que dura 'Mommy', exceptuando dos -gloriosos- momentos puntuales (y regodéense los fans de aquellos prodigiosos Oasis, pues son ellos quienes ponen banda sonora a uno de los momento fílmicos más poderosos del año), los rostros de los protagonistas van a entrar en encarnizada pugna a la hora de entrar en el encuadre. Se presta todo al primerísimo primer plano, a las distancias cortas, es decir, al contacto físico. El cine, y esto lo pudimos constatar a lo largo de casi día de ese Festival, no es sólo el arte de las imágenes en movimiento. Se aduce aquí al sentido del tacto, y efectivamente, la piel reacciona. A veces de forma tímida, como si aún no acabara de dar crédito a la viabilidad del experimento; otras muchas de forma virulenta, casi alérgica... como si estuviera pidiendo, a grito pelado, que se le concediera una tregua en medio del rapapolvo al que se le está sometiendo.

La quinta película del yogurín Xavier Dolan es también el Epidosio V de esa saga que lleva por título ''La potencia sin control...'' No es que ''no sirva de nada'', pero sí que puede convertirse en un material excesivamente volátil. A pesar de que el cineasta canadiense haya evitado caer en su error más repetido (esto es, el de hacer un ''Ben Affleck'' y muy desacertadamente reservarse para él mismo el papel principal de la función), siguen dándose algunos de los rasgos más distintivos de su obra: esa puerilidad, rabia (más bien rabieta) y rebeldía desquiciada a la hora de abordar cada tema de sus historias. No debería ser ninguno de estos factores anunciados razón suficiente como para condenar al producto (mucho menos cuando éste en parte se fundamenta en esta desmesura), pero por el contrario sí que pueden contribuir a que éste levante muchas más antipatías de las previstas en un principio. ¿Cosas de la precocidad? Puede, aunque nunca esté de más recordar que Dolan, excepto en 'Laurence Anyways', siempre se ha movido -muy bien- en la latitudes de esta misma verdor.

A pesar de que la premisa argumental de 'Mommy' se sustente en dos pilares (más bien macguffins) que nos podrían hacer pensar en el cine de género (el primero, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad; el segundo, un futuro próximo en el que una nueva y polémica ley permite a los padres que lo deseen, ceder al Estado toda la responsabilidad de la educación y cura de sus hijos), lo cierto es que seguimos analizando las implicaciones de una de las jugadas estilísticas más acertadas de los últimos tiempos. Se trata pues de darle la máxima intensidad y, sí, concentración a un tema ''100% dolanesco'', es decir, al amor de madre. ¿Hasta dónde puede llegar? ¿Cuántos obstáculos pueden ponérsele sin que se venga todo abajo? ¿Cuánta tensión podrá aguantar la cuerda de la -santa- paciencia antes de ceder para siempre? Recuerden: a izquierda y derecha, la sombra; en medio, un vórtice de emociones a flor de piel, nunca mejor dicho. Llevando más allá su habitualmente apabullante ambición formal, Dolan hace lo propio con un plano emocional siempre al borde de la fisión nuclear. Las lágrimas brotan en muchos espectadores... los resoplidos en otros -pocos- más, pero de algún modo u otro, en cada butaca se piensa en los malditos 25 años de edad... y en lo miserablemente desaprovechada que están las vidas de todos aquellos que en este mundo no se llamen Xavier Dolan. Envidia...

Nota: 7,4 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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