'Mis días felices': Mejores días vendrán
Vía El Séptimo Arte
por reporter 28 de noviembre de 2013
Para colmo de males, dicho centro lleva por nombre ''Mis días felices''. Peor imposible. El tiempo libre, angustiosamente inagotable, los seres queridos que van desapareciendo, la llama de la pasión conyugal que se va apagando... y ese horrible nombre: ''Mis días felices''. El lugar perfecto para que el resto del mundo acabe de olvidarse de la pobre Caroline, quien ahora tendrá la suerte de dedicarse a los apasionantes pasatiempos de la alfarería, el teatro, el encaje de bolillos (por decir algo), la ofimática y, quién sabe, el adulterio. Escándalo a la vista. El profesor de informática de ''Mis días felices'' (qué cosa más horrible...) resulta ser un encantador galán en forma de hiperactivo sexual con especial preferencia por ese estrato de la población hasta ahora poco explotado pero no por ello poco explotable. Esto es, la comunidad ''GILF'', acrónimo empleado para designar a las Grandmas I’d Like to... esto mismo. La incombustible Fanny Ardant toma las riendas del nuevo trabajo de Marion Vernoux, quien además de dedicarse a adaptar la novela de mismo título (y qué terrible título...) de Fanny Chesnel, demuestra que nadie supera a la cinematografía francesa a la hora de sacar el máximo rendimiento a sus recursos. Nada que no supiéramos, aunque nunca está de más recordarlo. Lo hicimos pocas semanas atrás con la intrascendente y, aun así, agradable 'El viaje de Bettie', en la que Madame Deneuve, sin despeinarse, se aseguraba de que el barco llegara a buen puerto. En 'Mis días felices', Ardant se encarga exactamente de lo mismo... y todo lo demás, afortunadamente, pasa a un segundo plano. Patrick Chesnais (algún día se reconocerá su titánica labor en pos de estandarizar la entrañable figura del abuelo cascarrabias), Laurent Lafitte y su caspa de galán de segunda división y otros muchos más. Todos están ahí. Se agradece su presencia, pero a fin de cuentas, poco tienen que decir. Lo mismo puede decirse de este melodrama de, sobre y para ''señoras'' (es lo que es). No trascienden más esfuerzos más allá del -provechoso- lucimiento de su vedette, quien a través de su calculadísima e innata economía interpretativa consigue reflejar los -leves- matices de una historia en constante tránsito entre la agridulce contemplación y la búsqueda del beneplácito de la audiencia. Nunca es tarde para desmelenarse, para saltarse las reglas o para permitirse buscar una felicidad personal, demasiado a menudo secuestrada por los intereses colectivos de este monstruo en potencia al que llamamos ''familia''. El mensaje es honesto, veraz y por esto difícil de discutir. Es, además, disfrutable, siempre dependiendo del tono y la perspectiva adoptados por el narrador, factores todos ellos, como no podía ser de otra forma, tenidos en cuenta por Vernoux. Es por todo esto que, . Porque sus intenciones son nobles (de manera amable y poco tramposa, pretende dar voz a los olvidados, así como dar sentido a las segundas oportunidades que con tanta facilidad se les deniegan), porque su sentido del entretenimiento, aunque excesivamente conservador (¿cosas de la edad?) es puro y efectivo, y porque, claro está, las piezas de su conjunto encajan a la perfección: no se les pide más de lo que no pueden dar y éstas dan exactamente lo que razonablemente se les puede exigir. El pasatiempo dominguero está ahí, dispuesto a cumplir su cometido... y a permitir que nos olvidemos de él antes incluso de que se vuelvan a encender las luces de la sala de proyección. El trato, teniendo en cuenta el precio medio actual de una entrada de cine, parece demasiado justo, aunque tal y como están las cosas, a muchos deben haberles salido canas esperando días más felices. Y así es como vamos envejeciendo. Nota: 5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas