Leo y Ellen forman una pareja envidiable. Él es un próspero empresario del sector de los videojuegos que maneja ingentes cantidades de dinero; ella es una cirujana que salva infinidad de vidas. Su hija Jackie es adorable, curiosa y sueña con ser astrónoma. Velando siempre por ella está Gloria, su niñera provinente de Filipanas que llegó a los Estados Unidos hace tiempo con la intención de asegurar una vida estable para sus hijos, a los que añora tremendamente cada día. Los cuatro personajes principales se irán distanciando y uniendo a lo largo de una agotadora semana en la que van a descubrirse a sí mismos.
Poco le costó al sueco Lukas Moodysson darse a conocer en el mundo del cine (en los circuitos más minoritarios, eso sí). Con sus primeros largometrajes, entre los que encontramos títulos como ‘Fucking Amal’ o ‘Lilya forever’, se forjó la fama de director duro. Sus cintas para nada eran fáciles de digerir. Se trata de un realizador cuyos trabajos iniciales son fácilmente reconocibles debido a la dureza de sus historias, todas ellas una ocasión ideal para echar un ojo crítico sobre una sociedad podrida y cargada de prejuicios. Un enfoque cuyo epicentro acostumbraba a estar en la figura de personajes adolescentes confundidos y marcados por la fatalidad. Había nacido el Gus Van Sant nórdico.
No sólo era identificativa la temática sino también un estilo directo, que huía de cualquier tipo de filigrana visual o narrativa. No se podría hablar de feísmo ya que lo que hacía Moodysson era usar la cámara como un bisturí que dejara al descubierto una realidad ciertamente incómoda. Bordeaba pues el formato documental, con un punto de vista inquieto, a veces asfixiante, que venía a reforzar la sensación de malestar generalizado que quería transmitirnos el cineasta. La cruda realidad salía a la luz por sí sola, a través de la observación y no del filtro subjetivo de la interpretación. Nos gustara o no, y aunque a veces las situaciones descritas nos parecieran excesivamente tremendistas, ello no implicaba que sus historias desprendieran un fuertísimo aroma a autenticidad.
Algo que nos lleva de Van Sant a González Iñárritu. El cineasta mexicano tampoco tardó demasiado en ponerse a la crítica y al público en el bolsillo. Y con todo merecimiento, puesto que aquel desgarrador collage urbano titulado ‘Amores perros’ (excelente ópera prima, a día de hoy, y a falta de ver ‘Biutiful’, de lejos el mejor trabajo del director) se mostraba como una experiencia límite. Un infierno cercano que agitaba al espectador y removía su consciencia, merced básicamente a la antes citada autenticidad... lo que veíamos no era agradable, pero era creíble, por lo que era imposible apartar la mirada. Pero capitales más importantes llamaron a la puerta, e Iñárritu y su antes fiel compañero de batallas Guillermo Arriaga hicieron las maletas y probaron suerte en otras latitudes. Con mayor o menor suerte, pero siempre con cierta añoranza a la tierra que les vio creer (no en vano, el fragmento de ‘Babel’ que transcurría en México era el más estimable de aquel desalentador fresco sobre el estado actual del alma humana).
Esta morriña; este “síndrome Iñárritu” se manifiesta también en Lukas Moodysson y su ‘Mamut’ (filme curiosamente co-protagonizado por Gael García Bernal, uno de los actores fetiches del mexicano). Se trata de un drama coral que gira entorno a una familia estadounidense y sus interacciones con el mundo exterior, más allá de la burbuja perfecta que es su apartamento neoyorquino. A pesar de la sintonía entre el padre y la madre, salta a la vista que los orígenes de ambos son radicalmente diferentes. Lo mismo sucede -y aquí se hace más obvio- con la relación materno filial que mantiene la niñera filipina con la hija del matrimonio protagonista. Lo mismo sucede con cada otro personaje secundario y la relación que establece con la ya citada familia. Resultado, un mosaico en el que cada piedrecita poco o nada tiene que ver con la que está a su lado, pero que juntas forman un conjunto bastante compacto, en lo que vendría a ser una metáfora del tan sobado tema de la globalización.
Muy interesante… pero cargante. Porque está muy bien que de vez en cuando se nos vayan dando toques sobre temas tan trascendentes como la familia, la inmigración o lo mal que está repartido el planeta, en el contexto de un mundo en el que las naciones -y nacionalidades- están mucho más mezcladas de lo que creemos. Pero mantener un tono tan didáctico a lo largo de más de dos horas es abusar de la capacidad receptiva del espectador. Y es que todos los diálogos, todos los gestos, todos los objetos que aparecen en escena nos remiten a otros conceptos; nos obligan a leer entre líneas. ¿Una pelota de baloncesto? No, un símbolo del distanciamiento y de los efectos del capitalismo global. Volviendo a la referencia de antes, es algo parecido a las reflexiones que despertaba el rifle con el que se hería a Cate Blanchett en ‘Babel’, sólo que aquí las intenciones son más descaradas. El balón rebota de un país a otro: se fabrica en el sudeste asiático, llega a América con el precio inflado y la inmigrante tagala lo compra para su hijo… que sigue viviendo en el lugar donde empezó el ciclo. Da que pensar.
Como ya se ha dicho, hay que prestar suma atención a todo lo que se nos muestra, ya que todo parece estar calculado al milímetro para sugerirnos algo. No hay tregua… y dudo que haya un propósito general detrás de tanta pretensión. Es ahí donde este mamut se queda congelado. A pesar de que la mayoría de actores (muy inspirados frente a las cámaras, por cierto) no se canse de repetir lo mucho que les enriqueció la experiencia, un servidor no puede decir lo mismo. No es que las aventurillas de esta tan cosmopolita familia sean aburridas, lo que pasa es que a diferencia de los anteriores y aclamados trabajos de Moodysson, ‘Mamut’ huele a impostura; a artificio (en cierta manera plasmado en la ahora más cuidada estética, una novedad en la carrera del realizador sueco) en el que los individuos han perdido su autonomía en pos de una lección que a pesar de las apariencias, es demasiado indefinida, insustancial… y por ello olvidable. Babel conoció tiempos mejores.
Nota:
5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
Dicho lo cual y con el trailer recien visto en sala grande, me dió la sensación de lo que tu has mencionado, profundidad obsesivamente buscada. Como si fuese demasiado. No sé, pero me parece que esta si la veo, no será en pantalla grande.
Hay que decir que el director y Bernal son casi sinónimos de éxito, pero algo raro le huele al mamut estoy viendo...
Gracias Sir