La mamá número 1 es una esclava de su propia condición. Desde que diera a luz por primera vez, se ha visto superada por eso de criar a los vástagos. Está que no puede con su alma porque se desvive por los demás. A la neurótica de su hija mayor le hace de psicóloga, día sí-día también. Al vago de su hijo le hace siempre los deberes y al inútil de su marido... le arregla directamente la vida. La mamá número 2 es como la mamá número 1, solo que en versión extrema, seguramente por un -inquietantemente- desarrollado gusto masoquista. A la pobre mujer, ya sea porque se lo cree o porque se lo han inculcado de mala manera,
lo del patriarcado más rancio hasta parece que le viene bien. Como anillo de compromiso al dedo. La mamá número 3 ya pasa olímpicamente de todo. Encadena trujas con ligues a los demás papás de sus amigas. Es, por ello, y con toda seguridad, la más lista de todas las mamás. No del grupo, sino de todo el instituto, las cuales están gobernadas con mano de hierro por una cruel y maquiavélica reina de hielo que en realidad no hace más que volcar sus -infinitas- amarguras interiores en sus vasallas.
El panorama es ciertamente desolador, pero como siempre con los genios, el punto está en saber ver la comedia inherente en el drama. Por desgracia,
en la dirección ni Jon Lucas ni Scott Moore se acercan siquiera a los mínimos de esa tan anhelada genialidad, de modo que toca sacar las risas sin sutilezas. A patadas, ¿por qué no? Cueste lo que cueste, vaya, sin importar cuánto tengan que gastarse en la lista de la compra. Por todos es sabido que a las fiestas americanas (a las universitarias, por no desmerecer el tono de la cinta) se va o bien porque el anfitrión es lo más y existe la posibilidad de impregnarse de su popularidad, o bien porque el muy pringado ha decidido tirar la casa por la ventana. Con aquel equipo de música y aquel DJ que van a despertar a todo el vecindario, con aquellas estructuras hinchables que van a convertir su casa en el mejor parque recreativo, y sobre todo con aquella carga etílica (aderezada con otras drogas más o menos duras) que hará que la resaca de la mañana siguiente sea la más dulce(mente jodida) de toda la historia de la humanidad. En este segundo escenario nos movemos ahora...
... supuestamente. El modelo a seguir es el de otras tantas películas veraniegas del género. Siete años después,
seguimos el rebufo (ya desgastado) de aquel punto de inflexión dirigido por Todd Phillips. 'Resacón en Las Vegas', cuyo guión venía firmado por los aquí realizadores, era una deliciosa y desmadrada celebración del síndrome de Peter Pan elevado a la enésima potencia. Algo así como una terapia de shock (con mucho rohypnol) a la crisis de los cuarenta, o si se prefiere, a la mierda ésa de ser una persona adulta con responsabilidades. Lo que pretende 'Malas madres' no dista demasiado de los objetivos conquistados por aquella -desternillante- revolución pueril, por desgracia, los resultados quedan demasiado atrás con respecto tanto a lo prometido como a lo pretendido.
El problema, o el más importante, está en la escasa (por no decir nula) capacidad de Lucas y Moore a la hora de ahondar, ni que sea lo más mínimo, en el titular de la propuesta. De gamberras va la cosa, entendido, pero con sólo esto es imposible llenar más hora y media de metraje. Es que de hecho, sumando todos los momentos que consiguen arrancar sonrisas (no pedimos más), ni debe llegarse a los diez minutos. Los noventa restantes quedan en el ya clásico e incómodo limbo del silencio.
Y ahí estoy, en otro pase de prensa (perdón, en oootro pase de prensa) en el que los personajes en pantalla se lo pasan infinitamente mejor que los personajazos que estamos sentados en el patio de butacas... Excepto aquel que se ríe tanto por dentro (se supone), y aquel otro que sí se ríe de verdad, aunque seguramente sólo sea por la desesperación crónica acumulada a lo largo de tantos años al servicio de la noble y muy agradecida (y valoradísima, claro que sí) causa de la crítica cinematográfica. (Dios, ¿éste es el futuro que me espera a mí?) La historia, la de esta película, construida sin duda a partir de alguna playlist de grandes éxitos de Spotify, es un encadenado de situaciones en las que el exceso no hiere; sólo carga, y en las que
la provocación de la irreverencia se confunde con la vergüenza -ajena- del petardeo. De acuerdo, a lo mejor los impulsos sádicos que rigen nuestras emociones se deleitan viendo la degeneración psico-física de alguna ex-estrella y cómo el prestigio (?) de determinadas actrices se hunde a ritmo de Icona Pop. A lo mejor el ''I don't care'' (en cristiano, ''Me la suda'') sigue teniendo su gracia... A lo mejor aquí no hay rastro de ella. A lo mejor he tirado a la basura otros 101 minutos de mi vida. A lo mejor hay algo de cómico en todo esto... y a lo mejor, para mí, no.
Nota: 3 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol