Karen es una mujer de cincuenta años que vive con su madre y que no ha logrado superar todavía el trauma que supuso el dar en adopción a la hija que tuvo cuando era sólo una adolescente. Ahora la hija ya ha crecido y ha triunfado en un entorno laboral en el que siempre se encarga de marcar su territorio, no obstante, vaya donde vaya, siempre se ve completamente incapaz de establecer lazos afectivos con la gente que la rodea. Por su parte, Lucy no puede quitarse de la cabeza la obsesión de adoptar un hijo para ver realizados sus instintos maternales.

Puede que la fiebre isleña se vaya apagando poco a poco después del final de ‘Perdidos’, pero ahí no termina el gran interés que suscitan las series de la televisión. Ni mucho menos. Es esta una de las máximas más usadas en lo que llevamos de nuevo siglo: actualmente, la mayor parte de la materia gris del mundo del espectáculo audiovisual ya no se encuentra en las salas de cine, si no que podemos hablar de un auténtico “brain drain” hacia una pequeña pantalla que cada día pone más en duda esta denominación. El afloramiento de series que plantean nuevas propuestas y semana tras semana retan al espectador a bucear en sus riquísimos y sesudos universos ha puesto de manifiesto la excelencia de un sector que hasta se permite la osadía de crear influencias en el cine contemporáneo.

La anteriormente conocida como “caja tonta” ya no es tal, y por el diálogo de tú a tú que mantiene con las producciones cinematográficas de primer nivel se ha convertido en una pieza fundamental para comprender el estado actual del séptimo arte. Teniendo esto en cuenta, aparece en escena un artista llamado Rodrigo García (sí, el mismo al que no se le da nada mal eso de escapar de la alargadísima sombra de su padre, ni más ni menos que el gran Gabriel García Márquez) que es imprescindible para comprender la tendencia comentada. Escritor y realizador, es también uno de los principales conductores de series del calibre de ‘A dos metros bajo tierra’, ‘Los Soprano’, ‘Carnivàle’ o ‘En terapia’. Casi nada. Un hombre cuyo papel en la consolidación de las series como un producto artístico de primerísima calidad ha sido tan demostrado, obviamente tenía que probar suerte con los largometrajes.

Y lo cierto es que en sus dos primeros intentos sonó la campana... eso sí, con una clara ayuda del formato televisivo se podría decir. Así es, tanto en ‘Cosas que diría con sólo mirarla’ como en ‘Nueve vidas’ se seguía a sus personajes siempre de uno en uno, ya que al fin y al cabo, exceptuando algunos puntos de conexión casi anecdóticos, sus historias estaban desvinculadas de las demás, en el sentido más clásico a la hora interpretar una trama que esquivaba la linealidad tradicional. Se nos ofrecía un producto claramente dividido en capítulos, lo cual cabría interpretarlo como la voluntad de conciliar lo mejor tanto de la pequeña como de la gran pantalla. Pero tal vez por querer probar otras fórmulas, Rodrigo García se estrelló de forma estrepitosa con aquella engañifa titulada ‘Passengers’, que todo sea dicho, fue también el primer trabajo que no venía escrito por él.

De modo que no es de extrañar que ‘Madres & hijas’ sea una especie de “back-to-classics”, al fin y al cabo, no existe mejor táctica para reconciliarse con crítica y público. ¿Pero garantiza esto el éxito? Sí... y no. Es de agradecer que el cineasta haya decidido volver a lo que mejor sabe: retratar con sensibilidad e inteligencia desbordantes personajes femeninos. Mujeres de cualquier edad; de cualquier profesión y procedencia, pero buscando siempre definirse y controlar su destino en un mundo que pondrá constantemente a prueba sus aptitudes. Excelente noticia que además sirve para desmentir de nuevo aquella falacia de que los hombres son incapaces de hablar con propiedad del sexo contrario.

A esta contrastadísima virtud de Rodrigo García pueden añadirse otras que obviamente no faltan a la cita. Buen uso de una banda sonora que una vez más corre a cargo de Ed Sheamur y un excelente aprovechamiento del talento de sus intérpretes. Naomi Watts, Annette Bening, Kerry Washington, Samuel L. Jackson, Jimmy Smits... todos ellos adueñándose y domando sin ningún temor a unos personajes complejos y en constante evolución. Nada que reprochar en estos aspectos. No puede decirse lo mismo de otro de los presuntos puntos fuertes de García, el guión. En ‘Madres & hijas’ indudablemente encontramos síntomas de la genialidad que atesora este artista. Son frases que condensan en pocas palabras sabiduría y mordacidad; son interacciones humanas que sin darnos cuenta nos desvelan aspectos de nuestro ser.

Pero también hay una incomprensible manía por lo que vulgarmente se conoce como el onanismo mental. Un vicio que muy fácilmente se manifiesta en las óperas primas de gente que, con las ansias por darse a conocer, se sienten obligados a hablar de todos los temas, desde todas las perspectivas habidas y por haber (¿se acuerdan del primerizo Paul Haggis?). Un tic que no esperábamos ver ahora en un trabajo de Rodrigo García. Una pena, ya que más de dos horas plagadas de tanto conocimiento; de tantos personajes que tienen tanto que decir -a la niña ciega me remito-, acaban cargando en exceso y hacen que se pierda el interés por un mundo que por otra parte ya empieza a acusar los efectos negativos de una retro-alimentación a veces desbocada.

Y esto nos lleva al mayor agujero de ‘Madres & hijas’, y es que se nota demasiado la añoranza que siente García por la anteriormente comentada división de sus trabajos en capítulos. Donde antes la brevedad de las historias conducía a un fantástico vacío informativo ideal para que el espectador rellenara los huecos con su propia cosecha, ahora se percibe un alargamiento casi artificial de las tramas. Ya no queda lugar para la interpretación, porque toda la comida nos llega debidamente triturada. Es un plato que ya les gustaría a muchos saber cocinar, pero que por el camino ha perdido buena parte de aquel maravilloso misterio y magnetismo a los que nos tenía acostumbrados el Sr. García.

Nota: 5,4 / 10

por Víctor Esquirol Molinas