Querido espectador,
Espero que esta carta te encuentre en buen estado de salud y, a ser posible,
en un lugar donde los 70mm se asocien a algo más que una simple distancia. Hoy te escribo, más que nada, para recordarte algo que tal vez haya podido escapar a tu atención. Y es que a lo mejor el bombardeo propagandístico detrás de ciertas películas, la pobre promoción de otras o, simplemente, la intoxicación de información que padecemos hoy en día, habrán hecho que te olvides de algo muy importante. Resulta que tu sala de cine (aquella a la que cada vez acudes con menos asiduidad pero con la que, de algún modo, sigues manteniendo cierto vínculo) probablemente esté de enhorabuena. Esto sí, no se sabe cuánto va a durar la alegría, seguramente no mucho, de modo que te sugiero que te des prisa. Fuera rodeos, pues: Resulta que tres años después de estrenar su último trabajo, Quentin Tarantino ha decidido volver. Sí, a pesar de las numerosas filtraciones que han marcado la gestación de su nuevo proyecto; a pesar de sus constantes amenazas de dejar la vida detrás de las cámaras. Hablando de... ¿cuántas dijo que haría? ¿Diez? ¿Y cuántas lleva ya? Pues técnicamente diez... solo que según el recuento oficial, ahora mismo acaba de llegar a las ocho.
¿Perdone? Pues eso, que como la primera se perdió para siempre (al menos en su total totalidad) y aquella otra que hizo a solas pero junto a Robert Rodriguez era más que nada una coña entre colegas, no valen. O sea, que restamos dos, y como no nos llevamos ninguna, nos quedamos con ocho. Ni una más, ni una menos. Y ya que estamos, ¿cómo se titula la dichosa peli? 'The Hateful Eight'. ¿En cristiano? 'Los odiosos ocho'. Por cierto,
¿te acuerdas de cuando no nos sentíamos obligados a traducir 'Reservoir Dogs', 'Pulp Fiction' o 'Kill Bill'? En fin, que en la era de las ingenierías, la informática y, sobre todo, el marketing, mandan los números. Y con el ocho nos quedamos. De los ocho odiosos que protagonizarán la acción de la historia; de ese odio que inglés puede abreviarse con la fórmula casi química ''H8'', y claro está, de ese octavo film en la carrera de uno de los mayores genios cinematográficos de nuestra época. Y como si de un genial guiño felliniano se tratara, un número 8 gigantesco nos presenta la que, como no podía ser de otra forma, se anuncia a sí misma (porque no hay mejor manera para hacerlo) como ''La octava película de Quentin Tarantino''. Elemental, mi querido espectador.
Una vez superado lo elementaloide de esta primera prueba de fuego para nuestra lógica, se nos plantea otro problema, esta vez de logística. Estamos a pocos años (digamos que entre ocho y diez) después del final oficial de la Guerra de Secesión, y a muchas millas de un pueblo llamado Red Rock, lugar de encuentro entre la justicia y el destino tanto para John Ruth como para Daisy Domergue. Cazador él; recompensa ella, les une una cadena metálica y la urgente necesidad de huir de una ventisca que les está pisando los talones. Los imponentes planos de apertura no mentían, se nos viene encima una de las más furiosas acometidas del General Invierno en el campo de batalla del glorioso estado de Wymonig. Por si no acabáramos de tomarnos en serio la situación, suenan de fondo, y al borde del mismísimo abismo del terror, las primeras notas de otra genial partitura de Ennio Morricone, reivindicado, por cierto, como el compositor más grande de todos los tiempos. Tanto dentro como fuera del séptimo arte. Ahí es nada. Palabra de Tarantino.
Y que viva el -sagrado- derecho a exagerar; a pasarse de la raya sin tener que pedir perdón por ello. Ese tipo de locuras que sólo les permitimos a los genios. Porque ya sabes, ellos lo valen.
El caso, recordemos, es que John y Daisy van abriéndose paso a través de la nieve... hasta que se topan con el Mayor Marquis Warren, héroe unionista muy lejos de retirarse del oficio / negocio de matar a gente, quien precede la llegada del sheriff (?) Chris Mannix, renegado confederado con ganas de dejar atrás su pasado, quien insiste en hacer una parada técnica (la climatología manda) en la Mercería de Minnie, donde resulta que aguardan Oswaldo Mobray, verdugo de insufribles y siniestros modales británicos, Joe Gage, misterioso vaquero, y cómo no, el General Sandy Smithers, distinguido comandante sureño lidiando con su propio y particular invierno. De momento, van siete... Y con Bob, el mozo mexicano encargado de velar porque el local no se venga abajo, van ocho. ¿O eran diez? No, perdón, que no nos llevamos ninguna. Seguro que son ocho.
Lo que no está tan claro es que después de 'Django desencadenado' a Tarantino le haya dado por repetir con el western. Cierto, la época y el lugar en los que se desarrolla la acción invitan a darle la razón a la ficha técnica, pero la -calculadísima- evolución del relato nos obliga-a (o debería) hacernos pensar en otras opciones.
¿Y si lo que debiera estar diseñado por, pongamos, Charles Portis, lo estuviera en realidad por, también por ejemplo, Agatha Christie? ¿Y si el refugio fuera una trampa mortal? ¿Y si la tormenta estuviera dentro y no fuera? ¿Y si nadie resultara ser quien dice ser? ¿Y si no hubiera nada más erótico que un revólver a punto de ser desenfundado?
¿Y si lo que estás leyendo ahora mismo tuviera de carta lo que servidor tiene de periodista? ¿Me sigues? Y así, en una transición cualquiera entre capítulo y capítulo, te das cuenta, quizás, de que esto tiene mucho más de thriller detectivesco que de cualquier otra cosa. Pero, ¿cómo ha podido suceder? Pues de la misma manera en que este eterno enfant terrible ha cocinado siempre sus platos.
A fuego lento... hasta llegar, en un abrir y cerrar de ojos, a la más sangrienta de las explosiones. Del punto de ebullición al estallido van milésimas de segundo. Como si se hubiera estado construyendo una excusa de lo más elaborada... sólo para mandarlo todo a tomar por saco. ¿Te acuerdas de aquella historia de clausura de 'Four Rooms' (que desde luego no se contabiliza entre una de los famosos ocho filmes)? Pues lo mismo, pero de forma mucho más sofisticada. Correcto, entre la referencia y el caso que ahora nos ocupa han pasado exactamente veinte años.
¿Qué ha cambiado entre un punto y el otro? Pues no mucho... y al mismo tiempo, prácticamente todo. Y es que tras conocer a 'Los odiosos ocho', queda todavía más claro el recorrido que Tarantino ha ido trazando a lo largo de toda su carrera. A estas alturas,
quedarse con que la película es violenta, divertida, soez e inteligente (que efectivamente, es todo esto) sería poco más que arañar la superficie. Dicho de otra manera, aquel cine que en un principio nos conquistó, entre otros muchos motivos, por lo bien que sabía interpretar sus tan atractivas sinfonías del plagio, ha terminado por
copiarse a sí mismo. Estaba escrito. Lo mismo que darse homenajes (con todos los honores que hagan falta) frente al espejo. De nuevo, licencias de genio. ¿Y si esta cabaña en el bosque se convirtiera, de forma más o menos voluntaria, en una manera de entender el arte (el suyo; el nuestro) que tenía que bunkerizarse con tal de alcanzar la siguiente etapa en su evolución? Ten esto en mente, el verbo ''apuntalar'' tiene varias acepciones. Trata de tenerlas todas en cuenta, por favor. Seguimos:
¿Y si la repetición en esos esquemas, esos giros y esas poses (¿o acaso no acude Tim Roth, por poner solo un ejemplo, como suplente de lujo de Christoph Waltz?) no obedeciera a apoltronamiento alguno, sino a todo lo contrario, es decir, a la perfección de un estilo irrenunciable en la narración de una(s) historia(s) cristalizada(s) en una pantalla tan grande como, de hecho, la propia grandeza de su autor? Es posible. Es que de hecho, es así. Aplicado a la materia que ahora nos concierne ¿Y si pudiéramos aprovechar las bases más inamovibles de los géneros cinematográficos para hablar de algo tan universal (¿y variable?) como el género humano? Por supuesto,
no es casualidad que un western (en apariencia, no lo olvidemos) nos hable tan bien de la -rabiosísima- actualidad. La violencia de género, la administración de la justicia, el egoísmo inherente en la filosofía fundacional del ''give & take'', las tensiones / odios raciales (''En EE.UU., un negro sólo está a salvo cuando los blancos están desarmados'')... La sangre, queda claro, no está aquí solamente por vicio. Entonces, ¿podemos hablar de versatilidad en la crónica histórica, o de inamovilidad en las características del sujeto estudiado? A saber... En cualquier caso, el escenario es -espeluznantemente- fascinante.
Y así, con la chimenea encendida y el café preparándose encima de la estufa, descubrimos por séptima, novena, décima u octava vez (¿qué más da?) que
pocos placeres pueden compararse al de un cuento bien contado al lado del fuego. El calor lo aporta, ni falta hace decirlo, el buen saber hacer y la pasión de quien habla, de quien filma, de quien, al fin y al cabo, capta (y captura) nuestra atención. Y así pasan, volando, prácticamente tres horas, entre medias verdades (la que le cuenta Samuel L. Jackson a Bruce Dern pónganla ya en el salón de la fama tarantiniana) que surgen de ocho bocas distintas, comprimidas todas ellas entre los labios del más -prodigiosamente- mentiroso de todos. Al final, tal vez, sumando mitades llegamos a ocho, número que, por cierto, pocas veces nos ha parecido tan redondo. Tanto como esa dirección de actores marca de la casa que sigue puliéndose para que todo lo demás (todo lo que importa) fluya. Como si mezclar el pentagrama de Ennio Morricone con las estrofas de Roy Orbison pareciera la idea más lógica.
Como si a partir de aquí, lo de la escritura (soberbia) y la puesta en escena (ídem) fueran meros trámites. Como si pasar del teatro al cine, y de paso parir una obra maestra del calibre de 'Los odiosos ocho' fuera una tarea fácil.
... Y poco más.
Solo quiero hacerte saber que estás en mis pensamientos, y que con un poco de suerte, nuestros caminos se cruzarán en el futuro. Hasta entonces, considérame tu amigo. Mary Todd me llama... creo que ha llegado la hora de irse a la cama.
Respetuosamente,
Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol
P.S.:
Nota: 9 / 10