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'Los idus de marzo': Juego de votos

Vía El Séptimo Arte por 08 de marzo de 2012

Stephen Meyers es un idealista y brillante comunicador. Es el segundo de a bordo de la campaña presidencial del gobernador Mike Morris, en quien confía ciegamente. Durante las primarias de Ohio, Tom Duffy el jefe de campaña del máximo oponente de Morris, ofrece a Meyers un puesto de trabajo. Al mismo tiempo, las negociaciones de Morris para conseguir el apoyo adicional de un senador de Carolina del Sur se estancan. Y la joven becaria Molly Sterns capta la atención de Stephen. Los republicanos guardan varios ases bajo la manga, Meyers puede haberse confiado en exceso y Molly guarda un secreto. ¿Qué es más importante: la carrera, la victoria o la verdad?

El juego de la democracia es sencillo, hasta un niño podría entenderlo. Existen varios candidatos que deben conquistar el favor de la gente con derecho a votar. Hay una población / comunidad / nación que debe gobernarse, y este privilegio -o responsabilidad- recaerá en la persona cuyas ideas y planes supongan un mayor beneficio común. No importan sus orígenes, ni su aspecto físico, ni los medios de los que disponga en la vida privada. Todo participante empieza con las mismas posibilidades de victoria, y debe confiar solamente en la honestidad, nobleza y bondad de su discurso. Si reúne estos requisitos, el éxito está más que garantizado, pues la verdad y el bien siempre acaban imponiéndose...

... y si alguien se lo cree, es su problema. Quizás en este mundo cruel sigue existiendo un pequeño hueco para todos los ideales mencionados, pero no menos cierto es que este supuesto exige contemplar la existencia intrínseca de otro juego. Más despiadado, más turbio, más malvado, más injusto. En el juego de votos, el que más importa, hay quien lucha con valentía, con nobleza, con bravura... y muere. Hay quien se remite a la frialdad e irrefutabilidad de los números... solo para que se le escupa a la cara. Hay quien gana todas las batallas... y pierde la guerra. Hay incluso quien intenta cambiar (o al menos denunciar) el sistema... y como por arte de magia, la cabeza se le desprende del resto del cuerpo.

Para su nuevo proyecto como director, George Clooney nos habla de estos dos modos de entender la política, encarnados en apariencia por los dos protagonistas de la historia. Uno de ellos, un ambicioso y enérgico asesor, sabe perfectamente qué significa tener que ensuciarse las manos para conseguir llegar victorioso a la línea de meta. El otro, un prometedor candidato del partido demócrata, cuyo estelar ascenso parece llevarle directamente a la Casa Blanca, desde la cual puede llegar a materializar una verdadera y significativa revolución social. Antes de que las aspiraciones de uno y otro dispongan siquiera de la ocasión de hacerse realidad, debe superarse el escollo de unas elecciones primarias con trampa.

Así se nos presenta 'Los idus de marzo', cuarto filme como director en la carrera de una de las figuras más notorias del Hollywood contemporáneo. Una estrella en el firmamento norteamericano que en todos sus trabajos detrás de las cámaras, ha reflexionado desde distintos prismas sobre el bocado más apetitoso al que cualquiera puede aspirar: el poder. Con mayúsculas, aunque no hace falta escribirlo así. Cómo puede conseguirse, cómo nos enfrentamos a él, cómo se usa, cómo afecta al que aspira a él... o al que lo tiene. Las paranoias soviéticas de uno de los padres de la telebasura, la lucha contra la tiranía desde la pequeña pantalla, la concepción de uno de los mayores espectáculos del mundo y ahora la carrera por las presidenciales.

Todos estos escenarios tienen según Clooney el mismo denominador común, y en todos ellos, en mayor o menor medida, el cineasta sale victorioso. 'Los idus de marzo' no es la excepción, y aunque sus tesis sean presuntamente poco reveladoras (mucho menos a estas alturas, cuando la confianza en la clase política está muy comprensiblemente por los suelos), no por ello dejan de ser tan devastadoras como impactantes. Este punch, imprescindible para que la historia deje poso, toca adjudicárselo a la inseparable dupla Clooney & Heslov, que adapta con firmeza la obra con tintes shakesperianos de Beau Willimon. El sólido guión es ideal para que un reparto ya de por sí estelar (al propio cerebro principal del proyecto se le suman Ryan Gosling, Philip Seymour Hoffman, Paul Giamatti, Marisa Tomei y Evan Rachel Wood, todos rindiendo a un gran nivel) brille con más fuerza de la que se le supondría en un principio. Efectivamente, la ficha técnica no miente al insinuar que no estamos demasiado lejos (ni mucho menos por debajo, todo sea dicho) de la denuncia glamurosa de J.C. Chandor y su 'Margin Call', uno de los debuts americanos más prometedores de la temporada pasada.

Más allá del lucimiento personal de los actores, reluce la sobriedad y el acierto en la puesta en escena de un relato en el que quedan muy pocos cabos sueltos (a pesar de su complejidad) y que no tarda nada en convertirse en un ambicioso y remarcable thriller político, de imprescindible visionado para todos los interesados en saber cómo se mueven las fichas en las más altas esferas sociales, aquellas que reinan por encima de todas las demás. Con buen pulso, con marcados síntomas que denotan la maduración de una personalidad artística (no faltan por ejemplo las visitas a los locales classy, que contrastan con la podredumbre del trasfondo argumental) y con un bienvenido control de la densidad del discurso, Clooney nos brinda un escalofriante relato sobre juego de votos por el que debe pasar todo líder de este planeta. Un juego antropófago de máscaras, de mentiras, complots y puñaladas traperas. Un juego en el que los dilemas morales (tan estimulantes como traicioneros) están por doquier. Un juego donde los que mandan están en la sombra y en el que el más pequeño error penaliza todos los logros conseguidos hasta entonces (contagiándonos del cinismo reinante, esta es quizás la moraleja más positiva). Un juego en el que se gana... o se muere.

Nota: 7 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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