La historia se desarrolla en Hawai y sigue el imprevisible viaje que emprende una familia norteamericana en un momento crítico. Matt King, casado y padre de dos niñas, se ve obligado a reconsiderar su pasado y a encauzar su futuro cuando su mujer sufre un terrible accidente de barco en Waikiki. Matt intenta torpemente recomponer la relación con sus hijas (la precoz Scottie, de diez años, y la rebelde Alexandra, de diecisiete), al mismo tiempo que se enfrenta a la difícil decisión de vender las tierras de la familia. Herencia de la unión entre la realeza hawaiana y los misioneros, los King poseen algunas de las últimas zonas vírgenes de playa tropical de las islas, de un valor incalculable.
Existe la creencia generalizada de que Hawai es uno de los pocos paraísos terrenales existentes en la actualidad. Al oír el nombre de dicho edén, acude raudo a nuestro cerebro el sonido sedante de las olas del océano, al tiempo que éste se mezcla con unas hipnóticas notas de ukelele. En el paladar se mantiene vivo el sabor de un exótico coctel, dulce, cargado en la justa medida y obviamente servido con la sombrillita de papel de rigor. El único pensamiento negativo aparece cuando renace en nuestro antebrazo el tenue dolor de un leve rasguño, fruto eso sí de nuestra última aventura sobre una plancha de surf. ¿Se corresponde esta imagen conjunta con la realidad, o es solo el producto de las clásicas colecciones de postales hawaianas?
Alaxander Payne se decanta claramente por la segunda opción, y no permite que existan dudas al respeto, al arrancar su esperadísimo (siete años sin estrenar ningún largometraje son demasiados para sus fans... y para los amantes del cine en general) nuevo trabajo con un monólogo demoledor acerca del supuestamente idílico ''Aloha State'' de la gran nación norteamericana. La primera conclusión que se extrae de él es que la vida allí puede ser tan dura y desagradable como en el continente. Es más, si alguna vez existió algún indicio de lo contrario, fue quizás porque la gente decidió no hablar de sus preocupaciones, como si este acto de negligencia fuera a acabar con ellas. Para entrar en materia, nada mejor que una obviedad que no obstante a veces se nos olvida. Esta declaración de intenciones marca a la vez una hoja de ruta de la que Payne no se ha desviado jamás, al definir ésta sus inquietudes y personalidad artística.
En efecto, se detecta en todas sus películas la misma senda, suerte de montaña rusa en la que los altibajos vienen marcados por el clásico planteamiento de toda buena historia. La introducción, el nudo y el desenlace se traducen en visiones optimistas y pesimistas de la existencia, que se van alternando sucesivamente. Para entendernos, se empieza siempre con sonrisas para dejar paso a las lágrimas y terminar más tarde volviendo a las sonrisas. Así, en 'Election' unas elecciones en un instituto (apoteosis de los principios que harían enorgullecer a cualquier estadounidense de pura cepa) desencadenan una tempestad sin precedentes para los protagonistas implicados en ellas. En 'A propósito de Schmidt', el a priori retiro dorado del protagonista es el inicio de un via crucis personal en el que siempre estará planeando la amarga duda sobre la -falsa- plenitud de su vida. En 'Entre copas' una visita al exquisito Napa Valley pone en serio peligro la amistad y las relaciones amorosas de dos pobres desgraciados sedientos de vino.
Pintan bastos para todos estos personajes, aunque al final de su travesía por el desierto, todavía les quedan fuerzas para esbozar una sonrisa, o incluso para dejar escapar una lágrima de emoción, porque llegan a la línea de meta sabiendo que su viaje no ha sido en balde. Algo similar le sucede al espectador que empatice mínimamente con el mundo de Payne... y algo similar le espera al protagonista de 'Los descendientes', Matt King, ambicioso e híper-profesional abogado que en algún momento de su ascenso hacia el éxito, se dejó olvidado en la cuneta lo intangible; lo que realmente cuenta (viene en este momento a la memoria el que podría ser su homólogo continental, el escurridizo Ryan Bingham de 'Up in the Air', que encontró en los viajes de avión el escondite perfecto para que sus grandes problemas pasaran de largo). Pero como si se tratara de una especie de revisión en clave tropical del clásico de Charles Dickens, va a recibir para su redención la visita reivindicativa de los tres... seres femeninos más importantes de su vida.
Mujer (en coma tras un grave accidente de barco), hija mayor (en plena etapa de rebelde sin causa) e hija menor (iniciando la senda trazada por su querida hermana). Pasado, presente y futuro se dan la mano en esta reunión familiar atípica, que casa a la perfección con la atipicidad de la familia King, un clan al que le va como anillo al dedo la comparación con el propio lugar donde se desarrolla la trama. Tenemos pues una prole a la que podríamos bautizar como "archipiélago King", en el que a pesar de que sus miembros estén separados por centenares de millas de mar, no puede entendérseles del todo si se renuncia a la visión como conjunto. Habemus tema central. Un leitmotiv en el que Alexander Payne, a pesar de estar doctorado en lobos solitarios, se mueve como pez en el agua.
Sin atajos, sin tópicos y sin ningún otro tipo de trampa, el director de Nebraska se cuela en casa del paciente, levanta la alfombra, abre la ventana y planta la cámara, dejando que toda la porquería tome el aire. Poco a poco, va desgranando las miserias de la familia King, en el que sobresalta un cabeza de familia que se ve incapaz de llevar la carga de sus deberes profesionales y la que suponen sus seres queridos. El bueno de Matt se ve como rey de una colina de calamidades (infidelidades, parientes-sanguijuela, retoños descarriados, muerte...) y por si fuera poco se le atraganta la venenosa herencia familiar: miles de acres de territorio virgen que esperan nuevo dueño, y cómo no, el peso de un linaje venido a menos. El encargado de dar vida a este sufridor padre/primo/cuñado... no es otro que George Clooney, luciendo un bronceado envidiable y con un arsenal interminable de camisas hawaianas.
Difícil de visualizar, y aún más complicado es el no darle credibilidad a un trabajo interpretativo que acaba siendo la síntesis perfecta de las virtudes de 'Los descendientes', que no son precisamente pocas. Mr. Clooney tiene encanto, y mucho, y permite que la cinta se empape de él. Tiene contención, tiene fuerza, tiene sutileza, tiene un toque cómico tan natural que casi parece subliminal; implícito en cada frase que dispara. Pero por encima de todo, tiene un sentido tan agudo de la naturalidad y de lo cotidiano que (y aplíquese también todo lo siguiente a la película en general, y a su prodigioso guión en especial) consigue que todas las tesis queden plasmadas con una clarividencia casi insultante (solo así se explica que los apuntes más conservadores sean un activo en vez de una losa). Consigue tocar infinidad de temas de forma más que satisfactoria sin dejar ninguno en el aire. Consigue que lo mundano se acerque a lo místico (impecable la escena de los retratos familiares). Consigue que un drama que apuntaba a dramón de pañuelo se convierta en un filme que se ve con el mismo agrado con el que se escucharía una recopilación de los mejores temas del nativo Israel Kamakawiwo'ole. Tan cierto como que, en algún lugar, los ancestros sufren y se deleitan a partes iguales con su mayor legado, que no es otro que... los descendientes, claro.
Nota:
7,4 / 10
por Víctor Esquirol Molinas