Joder... joder, joder, ¡joder! Mierda... joder, ¡mierda! Otra vez no, por favor... ¡otra vez A MÍ no, por lo que más quieras! ¿Pero qué está pasando aquí? Joder, ¿qué coño está pasando aquí? ¿Por qué todo el universo se ha conjurado contra mí? ¿Qué hice yo para merecer esto?
Joder... joder, joder, ¡joder! Me ha visto. Me han visto. Seguro. Mira, mira, mira... están viniendo hacia mí. ¡Lo sabía! ¿Y ahora qué hago yo? ¿¡Qué será de mí!? Vale, tranquilo... recuerda, recuerda lo que te enseñó el doctor en el manicomio. Recuerda cómo te enseñó a controlarte. Vale... respira hondo. Así, así, perfecto. ¿Qué venía a continuación? Sí, la cuenta atrás. Vamos allá... Diez... Nueve... Ocho... Sieeet... Siete, siete... Seis... Cinco... No, no, ¡No! ¡Mierda! Esto no sirve de nada... me han pillado, de ésta no salgo. Sí, definitivamente me han reconocido. Se acabó... Se acabó... Bueno, quizás sea lo mejor. Estoy cansado de huir, de vigilar quién me sigue... Estoy cansado de tanta sangre. Mira, que sea lo que Dios quiera... A no ser que... ¿cuántas balas me quedan en el revólver?
Saliendo un momento de la atormentadísima cabeza del narrador, la audiencia se concede unos segundos para
tomárselo todo con un poco más de calma y analizar fríamente lo que acaba de pasar. No es que el héroe de la función haya sido designado como la diana oficial de las fuerzas del mal de medio mundo... es que
simplemente está muy agobiado. Debería dormir un poco más. Descansar, vaya. No tomárselo todo tan a pecho. Porque el tiroteo que está a punto de originar al fin y al cabo se debe a que el policía que se le está acercando ha notado sus tembleques hipodérmicos y sudores fluviales, y que sólo quiere interesarse por su salud. Sólo quiere preguntarle si puede ayudarle en algo; si puede proporcionarle algún tipo de asistencia. La escena, por cierto, la presenciamos en la capital de Alemania, durante el transcurso de una fría noche de febrero. Estábamos en uno de los mejores festivales de cine del mundo... y también en una de sus secciones más peligrosas.
Berlinale Special es, para entendernos, el
cementerio de elefantes particular del Festival de Cine de Berlín. Sin ir demasiado lejos, el año pasado tuvimos la ocasión de ver, en este mismo espacio, lo último de ilustres pesados del calibre de Giuseppe Tornatore, Ken Loach y Jeremy Irons. ¿Cuál de los tres huele más a rancio? ¿Cuál de ellos está más acabado? Por ahí van los tiros. A Berlinale Special van las películas a simple vista atractivas (hablamos de su sinopsis, hablamos del material original que cogen como referencia, hablamos de nombres con pegada en su ficha artística...) pero que, a efectos prácticos, y siempre por norma general, se estampan estrepitosamente.
Glamour hueco. Lo que vino a ser 'Monuments Men' (que también vimos en ese mismo certamen), pero sin tanto encanto apriorístico. Por supuesto, hay excepciones que confirman la regla (siguiendo con el referente de la edición anterior, fue aquí donde vimos el delicioso remake 'Una familia de Tokio', de Yôji Yamada), de modo que cada vez que se entra en alguna de las sesiones comprendidas en este marco, hay que rezar para que estemos ante uno de los ejemplos del segundo grupo.
¿Es el caso de 'Las dos caras de enero'? No (¿para qué andarse con rodeos?). Es más, se convierte, casi desde su primera secuencia, en un clarísimo exponente de esta ruleta rusa cargada con cuatro balas llamada Berlinale Special. Basada en la novela homónima de
Patricia Haighsmith, la película supone el debut en la dirección del talentoso guionista
Hossein Amini (autor de, entre otros, el texto del 'Drive' de Nicolas Winding Refn), quien además se encarga personalmente de adaptar el libro original. Por si todavía quedaban reticentes, una rápida ojeada a los actores que encabezan el reparto nos descubre a grandes estrellas (?) como Viggo Mortensen, Kirsten Dunst y Oscar Isaac. To-ma. Pero claro, estamos en ''el cementerio'', y el olor a
podredumbre reina por encima de todo. 'Las dos caras de enero nos' descubre muchas otras fragancias, y casi ninguna de ellas nos deja con buenas sensaciones.
La Dunst luce una papada de lo más inquietante, Mr. Isaac parece que esté bajo los influjos hipnóticos de alguna Sesión del Diablo berlinesa (aquellas en las no hay quien aguante la vertical, créanme) y nuestro querido
Viggo... sencillamente está desternillante, cuando lo que debería transmitir su personaje es angustia, miedo, asfixia. La culpa, para ser justos, recae principalmente en un Amini que, sencillamente, todavía está
demasiado verde para hacerse con el control absoluto de una cinta que, por si fuera poco, exige jugar con muchas variables. Cineasta y personaje ficticio se funden en una extraña realidad done los retos planteados causan una ofuscación tal que el cuerpo acaba reaccionando / convulsionando de la forma más violentamente torpe. Catástrofe a la vista.
El novato no acierta en prácticamente ninguna: la ambientación en la Grecia de la década de los 60 se antoja casi siempre acartonada,
el triángulo amoroso que alimenta buena parte de la acción desprende casi tan poca química como el de la saga ''Crepúsculo'' (imagínense...), su parte más genuinamente de thriller cae habitualmente en lo involuntariamente cómico, y demasiado a menudo en el tedio. La exigencia era dura, cierto, y quizás por esto parece que, por no querer quedar en evidencia, se decidió optar por la comodidad de lo frío y lo neutro, lo cual, como sabemos, es
sinónimo directo de la mediocridad. Berlinale Special, por su parte, siguió prolongando la leyenda negra. No importa, porque a la próxima trampa que nos tienda, volveremos a caer de lleno. Seguro. Por cierto, Hossein Amini fue también el co-guionista de '47 Ronin'. Auch... como para no sudar.
Nota:
4 / 10
por Víctor Esquirol Molinas