Edward y Bella se casan en una gran ceremonia organizada por Alice. Edward cumple su promesa de tener relaciones sexuales con Bella durante su luna de miel en la isla Esme, mientras ésta todavía es humana pero luego se siente extremadamente culpable porque le causa varios moretones y lastimaduras. Sin embargo, Bella logra seducir a Edward para volver a tener relaciones dos veces más. Bella queda embarazada y el rápido crecimiento del feto mitad humano mitad vampiro afectan su salud y la llevan al borde de la muerte. Edward trata de convencerla de abortar el bebe para salvar su propia vida, pero Bella siente un lazo con su hijo no-nato e insiste en tenerlo.
En cada extremo de una sala de veinte metros de longitud, hay dos mesas. En ellas está dispuesta una innumerable cantidad de cuchillos, pistolas, metralletas y granadas. Por encima de cada arsenal está suspendido un bafle inmenso en el que suenan a todo trapo los temas más cañeros de Metallica. De repente se abren dos puertas. En una aparece con cara de resaca Bruce Willis en su mejor versión del policía John McClane. En la otra hace lo propio Arnold Schwarzenegger metido de lleno en el papel de Harry Tasker, y con cara de pocos amigos. Tanto uno como el otro sienten un odio irrefrenable hacia la persona que se halla en la otra punta del cuarto. La escena termina cuando los dos contendientes esbozan una leve sonrisa al tiempo que alargan el brazo hacia la mesa que está justo enfrente de ellos.
En el habitáculo contiguo, los pétalos de rosa forman una alfombra preciosa. Dispuestas aleatoriamente hay unas cuantas velas con aroma a canela que suponen la única iluminación. De un iPod emana un leve sonido, que no es más que una recopilación de las canciones más acarameladas y empalagosas de la historia de la humanidad. Como antes, se abren dos puertas. De la primera sale Richard Gere y de la otra Julia Roberts, ambos con cien años menos de los que tienen ahora. Son atractivos, simpáticos, carismáticos y se desean. Se ponen a cuatro gatas lanzándose miradas lascivas mientras avanzan hacia su media naranja, apagando las velas que se encuentran por el camino. Fundido a negro.
Mientras, hay dos frentes abiertos en la fría y lluviosa espesura del estado de Washington. Por una parte, está a punto de estallar una guerra encarnizada entre un ancestral clan de hombres-lobo y una temible familia de vampiros. Por otra parte, una recién llegada adolescente se enamora perdidamente de un compañero de clase. El sentimiento es mutuo. Podría parecer que en todos estos escenarios hay chicha de sobra para captar la atención del espectador, pero no. Volviendo a la primera sala, contemplamos atónitos cómo Bruce y Arnold se han apoderado de una AK-47... sólo para tener algo en lo que apoyar el peso de sus cuerpos mientras debaten sobre cómo poner fin a la crisis de la deuda pública. En la segunda sala, antes siquiera de que lleguen a tocarse, los tortolitos se han cansado de soplar velitas, y se han quedado dormidos.
No puede hablarse de coitus interruptus, porque los preliminares a duras penas habían empezado, aún así la decepción lo invade todo, y la pequeña localidad de la costa este de los Estados Unidos en la que se ubica buena parte de la acción de la saga 'Crepúsculo', no es la excepción. Es más, se erige como el máximo estandarte de la frustración; del desengaño. Esta insoportable sensación que se produce siempre que todas las promesas que se nos dan quedan en poco más que humo, así como el subsiguiente regusto amargo que se queda en la boca... han sido siempre los compañeros inseparables que han acudido a nosotros al final de cada película de esta franquicia cuya capacidad para sorber hasta la última gota de sangre de la taquilla está más que demostrada. Más allá del rendimiento económico (y de revolucionar las hormonas del público adolescente), los méritos brillan por su ausencia.
Esta conclusión llega después de casi quinientos minutos de metraje -que se dice pronto-, que siguen sin bastar para juzgar una obra literaria a la que servidor no ha tenido el gusto de conocer, pero que son suficientes para justificar la falta absoluta de fe en su hermano cinematográfico. Así como la saga Harry Potter notaba cuándo un buen director la comandaba (es decir, alguien que supiera sacarle jugo al universo de Rowling), con esta no hay manera. No importa qué realizador se ponga detrás de las cámaras: el desastre se repite una y otra vez. Sorprende la elección de Bill Condon para cerrar -en forma de díptico- la travesía cinematográfica del mundo ideado por Stephenie Meyer. Curiosa por lo menos, sobre todo teniendo en cuenta que el homenaje en forma de biopic que este director le hizo no hace demasiados años a Alfred Kinsey, personaje fundamental en el cambio de mentalidad de la sociedad americana en términos sexuales.
Ahora en cambio se adentra en esta por lo menos peculiar caverna de la mojigatería, que después de defender a capa y espada la virginidad prematrimonial, pasa a centrar sus esfuerzos en condenar esa práctica horrible que es el aborto. El asesinato a una criatura por definición desvalida, algo que obviamente sólo podrían defender criaturas diabólicas. Afortunadamente, sigue habiendo gente decente en este mundo pecaminoso, que nos alerta de los mil peligros que acechan a nuestra alma. Desgraciadamente, el público teenager traga con facilidad (evítense las malinterpretaciones), pudiendo este mensaje conservador disfrazado de falso desmelene (casi tan falso como la imagen de independencia femenina que vende, que a efectos prácticos resulta ser todo lo contrario) calar con demasiada facilidad en sus mentes.
Dejando a un lado las segundas lecturas de un texto que no merece ser analizado tan seriamente, volvemos a la moraleja de las salas. Ni la batalla entre seres fantásticos emociona (para esto, debería llegar a haber una confrontación real... seguimos esperando) ni la historia romántica engancha lo más mínimo (para esto, deberían haber personajes mínimamente definidos... o por lo menos alguno que cayera bien). ¿Qué nos queda a parte de algún pectoral musculoso y depilado? El consuelo de que este 'Amanecer' significa que estamos a una sola cinta de terminar con el suplicio. Todo lo demás es: nada. Lo mismo que las interpretaciones del trío protagonista: un monumento a la apatía. Lo mismo que la irrelevante y videoclipera dirección de Condon: confusa en la -pírrica- acción y desangelada y plomiza en el melodrama. Lo mismo que un grueso argumental que (y ahí está el auténtico drama), cinco películas después, sigue resumiéndose con el clásico ''chica conoce a chico; chicos se enamoran.'' Lo demás es intrascendente; se queda en... nada.
Nota:
2 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas