Buscador

Twitter Facebook RSS

'La plaga': Los olvidados

Vía El Séptimo Arte por 06 de septiembre de 2013

Aquello que no vemos, o mejor dicho, aquello de lo que hemos decidido olvidarnos, es como si no existiera. Elemental. La planta de la última estantería que ahora mismo agoniza en el desierto del ostracismo al que la has condenado. Aquellos familiares que se fueron a vivir a otro país y que podrían haber ganado un Premio Nobel (por poner un ejemplo), y ni así sabrías de su existencia. Aquel juguete por el que tanto suplicaste y del que tan rápido te cansaste, que en estos momentos debe estar acumulando polvo en algún sucio y oscuro cajón. Y así, hasta el infinito y más allá. Incluso mucho más allá se puede encontrar una zona igualmente olvidada, que parece no figurar en ningún mapa, y que por esto, es como si no existiera. Cogiendo el Festival de Cine de Berlín de referencia, podríamos estar pensando en secciones como Forum, donde por cada perla se encuentran cuatro -o más- ostras huecas cuya pestilencia asusta (cosas de apostar fuerte por la nueva autoría). Tiende a pasarse por alto; a olvidarse. Por seguridad.

Cogiendo la referencia de cualquier núcleo urbano, el agujero estaría en lo conocido como ''extrarradio'', ya saben, aquella indeterminación que ocupa el espacio entre nuestra primera y nuestra segunda residencia. Allá encontramos a Raúl, un campesino que intenta hacer producción ecológica, a Iurie, un luchador de lucha libre proveniente de Moldavia que se gana el pan de cada día trabajando de jornalero, a María, una anciana que tiene que dejar su casa para irse a vivir a una residencia de abuelos, a Rose, una enfermera filipina que acaba de llegar al país, y a Maribel, una prostituta cuyo flujo de clientes se está quedando más seco que su... eso mismo. Todos van a cruzar sus caminos en el indeterminado paraje urbano-rural de Mollet, en el contexto de un calurosísimo verano en el que una plaga de mosca blanca amenaza seriamente con arruinar una cosecha de la que depende mucha más gente de la que nos podríamos imaginar.

'La plaga', indiscutible joya en el Forum de la última Berlinale, es una mezcla magistral del formato ficción con el documental, que avanza lentamente pero con paso firme hacia un clímax nada obvio pero igualmente contundente. Por el camino encontramos un acercamiento a los protagonistas cálido, extremadamente veraz y por esto, propicio para que el espectador vuelque su amor hacia esos loables héroes de lo cotidiano, en especial hacia una tal Maria Ros, anciana de armas tomar y auténtica donde las haya, que después de rompernos el corazón, nos deja ante la devastadora seguridad de que el maldito amor, ciertamente, no entiende de edades. Sin excesos dramáticos ni cómicos, sin preparación artificiosa de unos pequeños / grandes momentos que si acaso surgen con la misma naturalidad e imprevisibilidad con la que lo hacen en la vida real. Y precisamente esto es 'La plaga', pequeños bocados de realidad, tan -y no es una reiteración- auténticos que, sin darnos cuenta, surge el interés -incluso la fascinación- por este espacio -y su gente- que tan injustamente habíamos mandado al exilio.

En un apreciable alarde de inteligencia, la dirección y producción parece que se entienden a la perfección, buscando continuamente, siempre dentro de sus limitadas posibilidades, el ángulo y la toma ideales para que jamás se desvanezca esa formidable sensación de estar en el lugar y el momento adecuados. Todavía más importante, al final de la proyección permanece la certeza de que este discreto (pero brillante a la vez) mosaico semi-costumbrista, fruto de cuatro años de arduo trabajo, quizás sea uno de los ensayos más certeros firmados hasta la fecha sobre la situación actual de ésta nuestra comunidad, especie de melting-pot chapucero, tan feo como encantador, y condenado a luchar incansablemente contra todos los elementos, sin más objetivo a la vista que la supervivencia del día a día... y llegar a justo a tiempo para la celebración del próximo gol del Barça. Es así. La culpable de todo esto, por cierto, se llama Neus Ballús, y al mostrar tan buen saber hacer en la puesta en escena y tan apabullante capacidad a la hora de captar el encanto de los micro-momentos y de las historias mínimas (para a la larga acabar hablándonos de algo mucho más grande), cuesta horrores creer que éste sea su primer largometraje. Incredulidad aparte, toca apuntar, en letra mayúscula, su nombre en la agenda cinéfila. Qué menos.

Nota: 7 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

< Anterior
Siguiente >