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'La partícula de Dios': Bowfinger International Pictures presenta...

Vía El Séptimo Arte por 16 de abril de 2014

En una casucha destartalada, al final de una calle en la esquina de un barrio semi-marginal de Los Angeles, Robert K. Bowfinger soñaba con convertirse en uno de los cineastas más famosos de la Factoría de los Sueños. Lo deseaba, con toda su alma, desde que tenía uso de razón; desde que sus padres le llevaron a ver su primera película en una sala de cine. Llena hasta los topes, hubo espacio, no obstante, para que un mocoso empezara a soñar. Desde entonces, aquel crío se había dedicado a atesorar todos los dólares que habían caído en su poder. Cada uno de ellos estaría destinado a la producción de su primer largometraje, aquel que iba a proporcionarle un lugar de mérito en el estrellato del séptimo arte. Esto sucedería tarde o temprano... pero sucedería, seguro, porque puede que los hubiera mucho más talentosos... e infinitamente inteligentes, pero no había una sola persona en este triste planeta que ganara en ilusión (y/o picaresca) a Mr. Bowfinger.

Puede que aquella desternillante película dirigida por Frank Oz, en forma de a la postre entrañable guiñol hollywoodiense, no tuviera el reconocimiento que realmente mereciera, no obstante, quedó en la retina del espectador con más comprensión el cariñoso retrato del que al fin y al cabo vendría a ser un -triste- personajillo basado en hechos reales. Robert K. Bowfinger, aquel pésimo director de cine dispuesto a aprovecharse de la buena fe de quien hiciera falta, era la viva imagen de todos aquellos impresentables que, incomprensiblemente, han conseguido triunfar en uno de los lugares / sectores donde teóricamente prima más la excelencia. No es ningún Expediente X; de hecho se comenta que el agente Mulder en persona echó a la trituradora el informe a los pocos minutos de poner sus ojos sobre él. Visto para sentencia: en este mundo hay farsantes que gracias a sus malas artes sobreviven una y otra vez al escrutinio de sus respectivos jueces. Es así. No hay más. Trágico (incluso injusto) para los genios que se ven obligados a tragar mierda cada día... gracioso para el resto de espectadores.

No hay ningún dato erróneo en su ficha técnica / artística: 'La partícula de Dios' es una película protagonizada por Antonio Banderas (peligro), dirigida por Tony Krantz (¿lo quién?) y del año... 2011. El calendario tampoco miente: estamos ahora mismo en 2014, a pocos meses de que el mencionado actor debute en la franquicia de ''Los mercenarios''. Entonces, ¿qué demonios está pasando aquí? ¿La cartelera está reeditando grandes clásicos modernos olvidados? ¿Ha habido una brecha irreparable en el continuo espacio-tiempo? ¿Estamos por fin ante un Expediente X digno de estudio? Nada de todo esto. El único fenómeno paranormal es el propio país donde nos encontramos. El líder europeo en lo que a paro (así como en otras muchas calamidades) se refiere, no podía renunciar así como así a su calidad de -vergonzosa- anomalía. Sería pues conveniente tomarse un tiempo para analizar, con la profundidad que requiere, el curioso (por así llamarlo) caso de la distribuidora Paycom Multimedia...

... Desgraciadamente, no es ésta la sección más indicada para destapar las grotescas deformidades del sector de la distribución / exhibición cinematográfica española; bastará, por ahora, con haber dejado constancia del nombre del culpable... y con confiar en que, consecuentemente, la curiosidad del lector se encargue del resto del trabajo. Para esto último, será suficiente el empujoncito del análisis de la famosa 'Partícula Dios', cuyo título original es, por cierto, 'The Big Bang', asimetría ''Typical Spanish'' que, por extraño que pueda llegar a sonar, esconde un acierto en la nomenclatura digno del mejor científico. Lo que ahora nos concierne es, al fin y al cabo, un desastre de proporciones cósmicas; un naufragio titánico... protagonizado por una embarcación que no llega ni a bote salvavidas, es decir, por una serie de nombres que inexplicablemente se las siguen ingeniando para ocupar salas de cine.

En una oficina destartalada, al final de una calle en la esquina de un barrio semi-marginal de Los Angeles, un tópico que acaba de salir de la prisión se cruza con otro de su misma especie y le pide que encuentre al amor de su vida, otro tópico (despampanante, como manda el manual) que parece no existir. La gracia narrativa (?) está en que ese segundo cliché se lo está contando todo a otros tres tópicos que no parecen tener la más mínima intención de hacer amigos. Qué peligro... qué intriga. En estas que en uno de los capítulos más destacados de tan absorbente trama detectivesca, el héroe de la función se tira a una camarera en un motelucho de carretera, mientras ésta le pone al día sobre todo lo que se ha ido cociendo, a lo largo de las últimas décadas, en el fascinante campo de la física cuántica. El posterior orgasmo de la fémina, surgido presumiblemente de la mente más pervertida del equipo creador de 'The Big Bang Theory', propicia un momento de clarividencia. Una repetición; un déjà vu, si se prefiere: ¿No habíamos visto a Nicolas Cage en una posición idéntica? Casi casi, en 'Furia ciega', y en un escenario calcado, el maestro de la escasez capilar reventaba a un ejército de esbirros mientras hacía lo propio con los órganos sexuales de la pueblerina que había conocido hacía tan solo unos minutos. Al nivel del mismísimo Bosón de Higgs. Cosas que pasan en ese universo paralelo llamado cine.

Es como si (el gran) Richard Kelly, durante su peor resaca, hubiera vomitado y defecado por accidente sobre un papel... y que algún ''Bowfinger'', rebuscando entre su cubo de la basura, se hubiera apropiado de tan preciada propiedad intelectual. A lo largo de más de hora y media, el tal Tony Krantz se revuelca en sus propios fluidos corporales. Llámese 'La partícula de Dios', 'The Big Bang' o, para entendernos, delirio pulp con aires kitsch, y con la amenaza del acelerador de partículas acechando a la vuelta de la esquina. Insuperable. No hay dudas al respecto, este diamante en bruto llegó, en algún u otro momento, a la mesa de Nicolas Cage, quien obviamente debió aceptar, sin mediar en dicha decisión engaño alguno por parte del director (¿qué falta le hacía?). Lo que todavía no está claro es por qué el Señor de los Actores Sobreexplotados no ha logrado colarse en el montaje final. A falta de una respuesta convincente, toca contentarse con el premio de consolación, quien ya sea queriéndolo o de forma involuntaria, se convierte, desde el primer fotograma, en el reflejo más cristalino de la catástrofe en la que se ha metido.

Y es que 'La partícula de Dios' es como el propio Antonio Banderas (ese nefasto actor que, salvo rarísimas y más que bienvenidas ocasiones, demuestra que su lugar en este negocio debería estar realmente detrás de las cámaras): es tan insufriblemente mala que hasta podría ser buena. Divertida seguro, sólo que las carcajadas aquí van en sentido opuesto al de las agujas del reloj. Paradoja temporal servida en bandeja de plata: uno no se ríe ''con'', sino ''de''... y es un no parar. Lo mismo que si a alguien le hubiera dado por cruzar 'Lluvia rellena' y 'Ninjas con bolsos falsos' (los más ilustres títulos del gran Robert K. Bowfinger) con 'Southland Tales', aquel excremento filosófico-científico-existencial (con el prefijo ''pseudo-'' delante de cada componente, of course) tamaño triceratops que un día salió del ojete del citado Richard Kelly. Por Desgracia, ni Tony Krantz ni el guionista Erik Jendersen (por mucho que éste último sea uno de los máximos responsables del texto de la serie televisiva 'Hermanos de sangre') son Richard Kelly. El hedor a basura espacial lo invade todo... aunque entre tanto horror también asoma (de manera ligera) algo remotamente parecido a la genialidad.

Su exageradísima estilización del género noir (mucho más pasada de frenada que aquel quiero-no-puedo milleriano titulado 'Gangster Squad') duele a la vista, cada gesto y frase escupidos por Antonio Banderas chirrían como la tiza más afilada rasgando la pizarra más desgastada, y las frases lapidarias de coeficiente intelectual de ameba (''Isaac Newton es tan del siglo XVII...'', por ejemplo) son tan abundantes que los cinco sentidos corren el riesgo de colapsarse al unísono durante el visionado de dicho filme. Próxima parada: parálisis cerebral. Única salvación: regodearse en ese caos que a buen seguro hubiera emocionado a nuestro querido Bowfinger ''el pícaro''. ¿O acaso no es gracioso ver cómo se sobrecalientan las neuronas de Antonio Banderas ante tal empanada mental? ¿O comprobar que James Van Der Beek sobrevive dando vida a personajes de cuarta regional? ¿O deleitarse con las transformaciones de Sam Elliott, empeñado en hacer ver que es Gandalf el -megalómano- Blanco? ¿O desencajar la mandíbula con la aparición estelar de Snoop Dogg (año 2011, recuerden, todavía no era Snoop Lion), convertido en actor / director / productor porno... participando en una película titulada 'El agujero negro'? Y basta ya. Porque 'La partícula de Dios' es exactamente esto: un vórtice que todo lo engulle, un desmadre tan patoso y estúpido que nos hace creer, una vez más, en la veracidad implícita en aquella parodia de Frank Oz. ''¡Ya os tengo, catetos!'', gritó alguien durante el rodaje del bodrio de marras. Seguro.

Nota: 3 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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