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'La mujer del chatarrero': Un episodio cualquiera

Vía El Séptimo Arte por 20 de febrero de 2014

La gran cita cinéfila de Berlín, quizás consciente de que no hay manera de atar fuerte un elenco importante de grandes nombres (la competencia entre festivales de la misma categoría es feroz, y ahora mismo, tiene un balance insosteniblemente desequilibrado... el año pasado, por ejemplo, Asghar Farhadi, uno de los hijos predilectos del Oso de Oro, hizo las maletas y se fue a la Croisette), se ha encomendado, a lo largo de los últimos años, a los artistas de -y que nadie se ofenda- aparente segunda línea para elevar el nivel de su programación. En determinadas Secciones Oficiales, el pedigrí, por muy devaluado que esté, importa. Quizás demasiado, porque el efecto ''vieja gloria'' acaba saliendo caro: por norma general, las cuatro fotografías mal tiradas en la alfombra roja apenas compensan la decepción registrada más adelante en la sala de proyección. En aquella 63ª edición, si la competición estaba resultando mucho más atractiva que la del año pasado era precisamente gracias a los directores cuyo nombre tuvo que ser googleado cuando se anunció la organización dio a conocer la parrilla. Era gracias a aquellos autores que, para la gran mayoría, se habían escondido, hasta aquel momento, en el anonimato. Queda claro pues, el efecto sorpresa también puede (y hasta debe) redundar positivamente en la valoración del ''producto'' en global.

Es por todo esto que muchos sonreímos (por mala fe; por puro nerviosismo) cuando vimos que, cuando mejor estaba rindiendo el Concurso de la 63ª Berlinale, los programadores nos pusieron, para la primera sesión de aquel día, la nueva película de... Danis Tanovic. Si bien es cierto que no puede ponerse en la carpeta de ''anónimos'' un nombre que un su día conquistara el Oscar a la Mejor Película de habla no-inglesa (está en la memoria la excelente y matadora 'Tierra de nadie', su ópera prima con trece años de edad ya en su haber), no menos cierto es el que desde entonces su carrera ha caído, en el mejor de los casos, en la más absoluto olvido. Peligro. No obstante, los cuatro gatos que fuimos siguiendo los pasos de dicho cineasta, nos dimos cuenta de que su cine estaba totalmente vinculado a su tierra (esto es, Bosnia y Herzegovina), que cuando más se alejaba de ella (véase la horrible 'Triage'), más se desvanecía su talento, y que, cuando más cerca se encontraba, más lo recuperaba ('Cirkus Columbia', por ejemplo).

A veces resulta que todas estas -tontas- cábalas no fallan: 'La mujer del chatarrero' no tarda nada en confirmar las buenas sensaciones con las que algunos decidimos autoconvencernos antes de aquella sesión. El título original de la cinta (''An Episode in the Life of an Iron Picker'') traducido al cristiano, nos deja con un ilustrativo ''Un episodio en la vida de un chatarrero'', y la película es precisamente esto: un capítulo cualquiera, brindado por una cámara que sigue de cerca (tan cerca que a veces parece más un microscopio) los pasos de un padre de familia que se levanta cada día sin saber a ciencia cierta cómo demonios va a poner comida en el plato de su esposa y sus dos hijas. El drama se establece a las primeras de cambio a través del factor ambiental. De forma sabia, Tanovic cede el relevo del protagonismo a una realidad que habla por sí sola (a un modo de vida en el que, precisamente, cada capítulo, cuenta), y lo hace porque sabe perfectamente a lo que juega. Su intención no es la de emocionar, mucho menos la de jugar vilmente con los sentimientos del espectador. Lo que pretende es firmar, de la manera más honesta posible, un estudio sobre una cotidianidad totalmente definitoria.

Es por esto que no es de extrañar (al contrario, es motivo de celebración) el que la acción se quede indefinidamente suspendida en los quehaceres que marcan un presente que constituye el principal argumento a favor para acercarnos al filme. De la escasísima hora y cuarto de metraje, una generosísima porción se destina a momentos en principio intrascendentes (durante cinco minutos vemos, por ejemplo, al protagonista efectuar todo el proceso de tala leña para proporcionar un poco de calor a su familia antes de que la fría noche se cierna sobre ellos), pero que, como todo en este filme, inmediatamente se descubren como fundamentales a la hora de entender la aventura más sincera de todas.

Hablamos, por supuesto, de la de la supervivencia en un día a día que es enemigo mortal de cualquier calendario. Al final de esta discreta, silenciosa pero brutal odisea, un personaje choca contra la cámara (poco después de que una de sus protagonistas se quedara embobada, mirándonos literalmente a la cara) y se confirma así la dinamización de las barreras invisibles de un cinéma vérité tan intrusivo como respetuoso con los sujetos de estudio. Un compromiso total con la causa presente desde su ficha técnica, donde todos los ''actores'', héroes anónimos de lo cotidiano, están acreditados, como no podía ser de otra manera, a modo de ''as themselves'', y donde la ejecución final es el resultado de unos deberes impecablemente preparados, es decir, una pieza (contundente en el plano físico e igualmente efectiva en lo espiritual) casi perfecta dentro de los objetivos que se ha establecido. Por cierto, aquel año en Berlín Tanovic se hizo con el Gran Premio del Jurado, por puro y más-que-bienvenido efecto sorpresa. No se vaya demasiado lejos, por favor.

Nota: 7 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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