Definitivamente estas pastillas son una chufa. Lo peor es que siempre acaba pasando lo mismo y a pesar de esto no hay manera de aprender. No, espera, lo más triste es que no tienes alternativa. ¿Te tildan de loca porque ves continuamente el fantasma de tu madre (además de muchas otras apariciones) que intenta advertirte de lo jodidamente arruinada que quedará tu vida después de cada elección que vas a tomar? ¿No soportas más las miradas inquisitivas de la gente supuestamente normal? Entonces no te queda otra más allá de atiborrarte a base de fármacos... y así hasta quedarte al borde del coma. Lo que sea para dejar de ver muertos por todos los rincones, que éstos entran sin pedir permiso y luego no hay quien los eche de casa. Pero a pesar de las recetas, de todas las prescripciones y de haber aumentado las dosis y las molaridades un millar de veces, ahí está otra vez tu querida mamá haciéndole gestos obscenos al palurdo de tu marido... ¡y parece que está hablando con tu hija! Esto va
de mal en peor.
''Hasta aquí hemos llegado'', te dices, ''¡Una ya no puede desconectar ni en la bañera!'', exclamas, de modo que agarras a tu querido retoño por su doradita cabellera, sin miedo a que los siempre acechantes agentes de los servicios sociales consideren que estás reproduciendo demasiado bien los ritos bélicos de los Apalaches. Próxima parada, el hospital Sagradao Corazón memorial Lindon B. Johnson, el mejor del condado. Se acabó el escatimar recursos en materias de sanidad, que esto definitivamente se ha salido de madre. Después de cinco horas esperando a que alguien te atienda, estableces contacto visual con una doctora y te dices a ti misma que ésta no se te escapa. La agarras a ella también del pelo y la obligas a que haga un chequeo completo, tanto a ti como a tu hijita, que a pesar de ser algo rarilla, es el amor de tu vida. Tres horas después salen los resultados: ''Inconcluyentes'', afirma la de la bata blanca, ''a todos los niveles'', añade. ''Debería hablar con un psiquiatra... o con un reverendo''. (Nos ha jodido) A continuación, maldices por enésima vez el día en que al desgraciado de tu marido le pareció buena idea mudarse a Georgia. (
Hasta sería gracioso... si tuviera gracia)
Llega la feria ambulante de 'Exorcismo en...' al ''Estado del melocotón'', y con éste ya sólo quedan 48 (50 si contamos Puerto Rico e Israel) crucecitas para poner en el mapa político de los Estados Unidos, lo cual es, dicho sea de paso, el principal argumento terrorífico con el que cuenta el primer largometraje de Tom Elkins, encargado del montaje de, entre otras, la primera entrega de esta
atípica y potencialmente interminable (lo dicho: horror) saga. Como siempre, la continuidad del experimento tendrá que refrendarse (más bien sustentarse) en la taquilla. Mientras la gente pase por caja, la factoría podrá mantener vivas sus aspiraciones expansionistas. Para ello, y aunque estas palabras no vayan dirigidas al público de los Estados Unidos, docto en ir a los tribunales cada vez que el producto no se adecua a sus -disparatadas- expectativas, es preciso dejar claro que nuestros queridos traductores han vuelto a hacer de las suyas.
¿Exorcismos? Sí... tal vez... por los pelos... quizás ajustando el nivel de exigencia a ''remotamente''. Para entendernos, y en el mejor de los casos, es como si a algún genio se le hubiera ocurrido titular ''Gusanos gigantes del espacio exterior'' a 'El imperio contraataca'. ¿Falso? Pues no, pero dejémoslo en ''remotamente cierto''.
Hablando de... ¿qué película de título engañoso está basada en ''hechos estrictamente reales''? Efectivamente, 'Exorcismo en Georgia', aunque viendo el resultado final, lo más adecuado hubiera sido hablar de un
''aburrimiento real'', pues todo (tanto los factores internos como los externos) en este film parece conspirar en contra de las pocas neuronas que tengan la desfachatez de aguantar despiertas.
El problema, más allá de que Elkins vaya a todos los lugares comunes del género (del mismo modo en que la rubia tonta parece ir a buscar, deliberadamente, la trampa que la llevará a la más horrible de las muertes),
es que lo hace sin ninguna gracia y, lo que es aún peor, con una parsimonia que pasa de lo agotador a lo desesperante. El camino recorrido (cuyo trayecto parece estar incluso por encima de la prueba de ''los-colegas-y-las-birras''), es en realidad infinitamente más corto de lo que nuestro Cicerone quiere hacernos creer. De modo que si alguien se quedó con ganas de más después de 'Exorcismo en Connecticut' (otro subproducto de una mediocridad abrumadora en el que, por supuesto, no se hacía honor al título y que si acaso sólo era salvable por algún que otro detalle técnico y por la siempre interesante presencia de Elias Koteas), la segunda parada en este particular recorrido por la geografía estadounidense tiene todos los números para convertirse en una de las mayores decepciones de la temporada.
Y es que en este mundo
ya no se puede contar ni con las pastillas ni, al parecer, con el eternamente decadente encanto sureño. El calor, el sudor, la música y la inconfundible manera de tomarse la vida -y la muerte- quedan aquí enterrados en una soporífera historia de espíritus con cuentas pendientes desde los tiempos del ferrocarril subterráneo, trama sobrenatural que sobre el papel cuenta con un buen material de base, pero que a la hora de la verdad se vende, de la manera más rastrera, a un
lamentable e interminable encadenado de sustos a los que se les olvida asustar. El dolor es todavía más profundo cuando entra en juego el casi siempre injusto (pero también muy ilustrador) factor comparativo. En un año en el que afortunadamente la dignidad del género ha sido reivindicada por superdotados como Fede Álvarez, James Wan o Jim Mickle, Tom Elkins queda empequeñecido y posteriormente retratado como lo que, al menos de momento, es: un
verdísimo novato al que, para colmo de males, ni se le intuye el ímpetu del debutante ansioso por mostrar su valía. Un taxidermista barato, cuyos
monstruos quedan encorsetados en el estaticismo más acartonado, recordándonos que por sus venas no corre más que serrín. Un vulgar ejecutor de un manual que afortunadamente nos estamos dando cuenta de que se está quedando desfasado; aquel que nos dice que
el terror, para bien (esa divertidísima escena de los hilos, que parece más típica de una cinta de artificieros) pero sobre todo para mal, es algo llanamente ruidoso y asqueroso... interprétese eso último al gusto del lector; siempre acertará.
Nota:
3 / 10
por Víctor Esquirol Molinas