'Espacio interior': Tres metros cuadrados
Ahora mismo, toparse con cualquier noticia proveniente de México es una invitación a hundirse en una depresión absoluta... con riesgo de suicidio, también prácticamente garantizado, incluido en el pack. Alumnos desaparecidos, fosas comunes, cargos políticos que llevan la corrupción hasta las cotas más sangrientas, narcotraficantes que han hecho que su ley sea la única válida... la tragedia humana es total, y es el reflejo de la fallida total de un Estado que hace tiempo que dejó de ejercer las funciones básicas de protección de sus ciudadanos, dejándolos así a merced de unas fuerzas terribles, cuya comprensión (si es que esto es posible) parece estar alejadísima de cualquier mecanismo lógico con el que estemos familiarizados. Cosas de moverse en un territorio delimitado por una ética que, claramente, está enterrada en uno de los muchos agujeros que todavía tiene que ser descubierto.
'Espacio interior' es una película que trata frontalmente, pero desde una perspectiva deliberadamente limitada, uno de los muchos temas con los que, día a día, se escribe la crónica negra mexicana. Hablar de la inseguridad ciudadana es hacerlo, desgraciadamente, de una de las lacras con las que peor fama se ha labrado la nación azteca. Hablar, más en concreto, de secuestros, es ahondar más en una herida que, efectivamente, existe, y a buen seguro debe doler sobremanera. El caso del que nos habla Kai Parlange es tan real como todo lo que viene comentándose en estas mismas líneas. Como manda la tradición fílmica dentro del subgénero, la aclaración, explícita a más no poder, de ''Basada en hechos reales'', estará tanto al principio como al final de la narración, en lo que sin duda es una reiteración que podía haber sido ahorrado. No porque el filme se resienta por ello, sino porque, a poco que se tenga una mínima noción del horror que se está viviendo ahí, a pocos juramentos de veracidad se tendrá que someter el narrador para que le creamos. El drama está tan implantado en dicha sociedad que, por una vez, el retraso con el que llega el filme a nuestras salas de cine (un décalage de dos años) es lo de menos. De hecho, se erige en involuntario, pero muy contundente (por monstruoso) monumento a la espantosa inoperancia de unas fuerzas gubernamentales que, a estas alturas, ni están ni se las espera. El caso realísimo del que se nos habla es, para más inri, del año 1990 (hace más de dos décadas, sí)... pero como si hubiera sido ayer mismo. Lázaro, un joven y afamado arquitecto, es atacado por unos desconocidos en un parking (en la que prácticamente es la primera escena de la película) y arrastrado hasta un zulo de 3 x 1.50 metros en el que va a pasar, totalmente incomunicado, una larguísima temporada. Con casi todas las cartas puestas sobre la mesa a las primeras de cambio, parece que el director y co-guionista tenga la totalidad de elementos para empezar a construir el clásico discurso de denuncia... Pero no. La voluntad de Parlange va por derroteros mucho más artísticos. La duda que surge entonces es más que peliaguda. Con un material tan sensible (y repetimos, tan real) entre manos, ¿es ''correcto'' (menuda palabrota) reivindicarse como autor? Lo cierto es que, en la mayoría de casos, y entrando en los peligrosos terrenos de la subjetividad, la respuesta se quedaría en un rotundo no. La razón, tan obvia como irrefutable, nos dibuja el incómodo escenario de ignorar el sufrimiento ajeno (hasta acallarlo) para servirse de él de la manera más impúdica y, por supuesto, reprochable. Afortunadamente, el cineasta nacido en DF sabe situarse, con mucho acierto, en la línea divisoria que separa un panorama (el ahora comentado) del otro (el de la devoción absoluta al suceso... hasta quizás llegar a una situación de semi-esclavitud con respecto a él). En otras palabras, 'Espacio interior' se las ingenia para transformar la más que tentadora condena en un ejercicio cinematográfico mucho más apetecible. Con unas artes no demasiado distintas a las empleadas por Rodrigo Cortés en la aclamada 'Buried', Kai Parlange se convierte en un notable gestor de las distancias cortísimas. Mientras, el viacrucis salta literalmente entre pantallas, hasta que el entierro de Lázaro sepulta también el patio de butacas. El visionado se convierte en algo ciertamente agobiante (y angustiante, y desquiciante), pero sin saña perceptible de parte del autor, sino la firme voluntad de lograr la inmersión en una experiencia límite a través de la técnica fílmica, apoyada en este caso en una serie de recursos algo trillados pero igualmente atractivos y, sobre todo, efectivos, configurándose así un asfixiante estudio sobre el (o la falta de-) espacio, que a la postre se convierte en la mejor metáfora de la asfixia y desamparo al que el don nadie medio (es decir, cualquiera de nosotros, ya seamos ángeles, demonios, o ambos) se ha visto expuesto. Nota: 6 / 10por Víctor Esquirol Molinas