Cotton Marcus es un evangelista que hace tiempo perdió la fe. No obstante, sigue predicando la palabra de Dios, porque esa es la única manera que conoce para alimentar a su familia. Un día llega a su parroquia un extraño encargo, en el que se le pide que se dirija a tierras sureñas para llevar a cabo un exorcismo. Sin pensárselo dos veces, Cotton llama a un equipo de documentalistas para que le sigan en su aventura, con el propósito de gravar toda la experiencia... y de demostrar que estas prácticas no son más que una patraña.
'El último exorcismo', uno de los fenómenos terroríficos del curso pasado en Estados Unidos, viene auspiciado por el gran protegido de Quentin Tarantino: Eli Roth. Este actor / escritor / director / productor de Massachusetts fijó su punto de mira en otro joven realizador, Daniel Stamm. De origen alemán, este cineasta se dio a conocer en los festivales de cine independiente a través de 'A Necessary Death', un documental que supuestamente seguía los últimos días de vida de un grupo de personas que tenían algo en común: su deseo de suicidarse. ¿Habemus polémica? Desde luego, es lo mínimo que cabía esperar de una temática tan macabra. Por suerte para las almas sensibles, todo se trataba de un engaño.
Es lo que técnicamente ha acabado adoptando el nombre de ''mockumentary''. El falso documental, que obviamente ha servido para poner en seria duda las fronteras de la denominación ''no-ficción'', ha sido uno de los grandes redescubrimientos de estos últimos años (por supuesto no es un género de invención reciente, pero ahora mismo sí que está conociendo una evidente segunda juventud). Una fórmula a la que han recurrido autores de todas las procedencias, con intenciones del todo dispares. El que sí que parece ser el factor común entre todos esos filmes, es la voluntad latente en todos ellos de romper la cada vez más fina barrera que separa la realidad de la ficción.
Las consecuencias de este efecto en el género que hoy nos atañe ya se vieron en la controvertidísima -y genial- ópera prima de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 'El proyecto de la Bruja de Blair', película visionaria en todos los sentidos que en cierta manera creó escuela dentro del departamento de marketing del séptimo arete, y que con el tiempo se mostró como un más que apetitoso aperitivo para el posterior festín de terror low-cost que estaba por llegar. Mucho menos espeluznante, pero considerablemente más provocativa -a parte de repugnante- se mostró a principios de la década de los ochenta la cinta de Ruggero Deodato titulada 'Holocausto caníbal', una obra que estuvo a punto de costarle a su director un fuerte disgusto en los tribunales (algo por lo que hoy en día no debería preocuparse... a no ser que fuera director cierto festival de cine fantástico).
Son sobre todo dos ejemplos que ilustran a la perfección lo rápido que ha cambiado la percepción del gran público sobre los productos cinematográficos. En el fondo seguimos siendo igual de ignorantes... pero tenemos más medios a nuestro alcance. Las filtraciones se han multiplicado, con lo que ahora es mucho más difícil que nos tomen el pelo. Esto se vio con la ultra-rentable 'Paranormal Activity', de Oren Peli. En ningún momento de su presentación planeó la duda sobre si lo que veían nuestros ojos era realidad o una ficción. Claramente se trataba de lo segundo, aunque la propuesta realista en el que se enmarcaba la acción consiguió el efecto terrorífico deseado.
Idénticas o por lo menos muy parecidas intenciones podían intuírsele a Daniel Stamm para 'El último exorcismo'. Ya en la primera escena, vemos al protagonista de la historia siendo enfocado por una cámara que se ve descaradamente reflejada en un espejo. No hay la más mínima intención de ocultar el formato. Un acercamiento sin contemplaciones al plano ''real'', que supuestamente debe hacer más convincente (y por ende, más aterrador) el ente maligno de turno que va a aparecer en pantalla. Es un instrumento de inmenso potencial terrorífico, que no obstante es usado para la ocasión con propósitos diametralmente opuestos.
Así es, el segundo largometraje del director nacido en Hamburgo funciona mucho mejor como comedia que no como película de terror. Que nadie imite a la niña del póster y se suba por las paredes al tiempo que se contorsiona de manera inverosímil. No es una afirmación empleada a modo de crítica, sino más bien de piropo, pues todo apunta a que buena parte de las intenciones de Stamm giraban en torno a darle la vuelta a las claves del sub-género de exorcismos, en clave paródica (una voluntad no muy lejana a las ahora popularizadas spoof movies, sólo que en este caso hay buen savoir faire). Para ello es imprescindible la excelente composición de Patrick Fabian (premiado en Sitges con el galardón al Mejor Actor) para el personaje de Cotton Marcus.
Se trata de un pastor evangelista que, aunque haga tiempo que perdió su fe en Dios, sigue predicando y dirigiendo su rebaño porque (según sus propias palabras) "con algo tiene que ganarse el pan". El más encantador de los presentadores de la teletienda, que por caprichos del destino, se ha visto obligado a tratar con asuntos espirituales, en vez de vender productos "milagrosos" adelgazantes. Así, con un transgresor sentido del humor y jugando muy bien con las normas de este tipo de películas que hacen del engaño su principal signo distintivo, el cineasta germano hace que simpaticemos con mucha facilidad con ese embaucador profesional y todo lo que tiene que contarnos (a su favor juega por ejemplo la deliciosa escena del primer exorcismo, uno de los momentos más divertidos del año pasado).
Mientras, nos acerca a la siempre misteriosa e inquietante América profunda, definida muy afortunadamente como una mezcla a veces letal de culturas, folkolre y religión, que supone el caldo de cultivo perfecto para que broten todos los tipos de supersticiones imaginables. Una excelente elección y recreación de escenario, que se encarga de aportar a la película las dosis necesarias de mal rollo. Una magia negra que por desgracia se va diluyendo en una tonta espiral de giros argumentales cada vez menos impactantes. El fiasco relativo se confirma en la recta final, en la que el conjunto intenta ponerse serio, al renunciar éste a todo indicio de realismo e ir a parar a la ficción más sobada... aquella que hemos visto tantas veces. Aquella contra la que parecía luchar Stamm al principio de su película. Pero ya se sabe, el bien no siempre gana.
Nota:
5,5 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas