¿Qué se hizo de Tony Kaye? De hecho, ¿quién es Tony Kaye? Por partes. Empezando por lo básico, y haciendo un poco de memoria, el nombre corresponde a aquel director que hará ya catorce años sorprendió con su rabiosa irrupción en el mundo del cine. A este reputado documentalista, la fama no le llegó hasta el estreno de 'American History X', un título que, al principio entró en las salas de cine sin hacer excesivo ruido, pero que poco a poco fue creciendo con el siempre efectivo boca-oreja. Con estilo y siempre permitiendo que el contundente guión firmado por David McKenna mostrara todo su poder, Mr. Kaye se presentó a la comunidad cinéfila como uno de los talentos más prometedores de aquel entonces, justo cuando amenazas como el ''efecto 2000'' empezaban a rondar por nuestras cabezas. Cómo pasa el tiempo...
Ahora la primera pregunta: ¿Qué se hizo de Tony Kaye? Pues siguió con su carrera artística, marcada por más documentales, más vídeos musicales y sí, más largos de ficción. Ninguno de ellos gozó de la comprensión en el sentido del riesgo necesario por parte de la maquinaria distribuidora, con lo que permanecieron bajo la triste sombra del olvido. El que por el contrario sí ha conseguido llegar a nuestras salas (hecho que siempre es motivo de celebración) ha sido 'El profesor' (traducción facilona -una más- del original 'Detachment'), título cuyo desembarco comercial cabe atribuir a dos factores. El primero es la conocida como ''táctica Malick'', es decir, conseguir un cartel repleto de grandes nombres. Miembros distinguidos del star-system que no acostumbran a dejarse ver por los círculos independientes -o alternativos-, y que quizás por esto llama todavía su particular reunión.
El segundo factor es evidentemente la calidad, requisito presuntamente sine qua non para que alguien vea potencial comercial a la propuesta. Se supone... Llegados a este punto, es hora de mojarse entrando de lleno en los terrenos de la siempre peligrosa subjetividad, pero antes de que ésta se apodere de este análisis, nunca está de más recordar que, afortunadamente, siguen existiendo películas que se resisten a dejar indiferente a quien tiene la suerte -o todo lo contrario- de verlas. Desde sus primeras secuencias, 'El profesor' reivindica este papel, lo cual es por definición un arma de doble filo, al jugar ésta constantemente con emociones extremas -más que fuertes- y renunciar a la tibiedad de aquello que puede satisfacer a todo el mundo.
Quizás ésta era la única táctica a seguir, al centrarse el director en un tema con el que, efectivamente, es para echarse a llorar... y a patalear... y a romperlo todo. Una muy acertada viñeta de una publicación científica mostraba a dos ardillas en su guarida. Una estaba regañando airadamente a la otra, ¿por qué? Porqué la muy imbécil había estado perdiendo el tiempo inventando un rompenueces. ''¡Idiota! ¡Lo que necesitamos son nueces!'' Correcto. De abrirlas ya se preocuparían luego, cuando llegara el invierno. Se trata quizás de una de las mejores parábolas sobre lo injustamente maltratados que están ahora mismo activos en realidad de valor calculable como la investigación, el desarrollo... y claro está, la educación. De la pública, mejor ni hablar. El drama se intensifica cuando pisamos suelo estadounidense, donde la privatización de todos los servicios es algo parecido a una religión.
En este mismo país se halla un instituto cuyo nombre es lo de menos, pues su caso, más que ser representativo, es una de las muchas muestras de la triste realidad de un sistema que quizás se esté viniendo abajo. Las aulas de dicho recinto van a conocer a Henry Bathes, un nuevo profesor, un sustituto que, al igual que aquel apuesto joven de pelo oscuro y rizado que en su día enamoró a Lisa Simpson, sorprenderá tanto a alumnos como a compañeros de profesión por sus amplios conocimientos en literatura, pero sobre todo por su entrega total a una causa que parece perdida. Con un formato cercano al documental, ligeramente cercano al de Laurent Cantet en la magistral 'La clase', Tony Kaye combina un estilo directo y sin concesiones con las confesiones personales de varios maestros, la mayoría de los cuales está al punto del colapso debido al desgaste de su trabajo.
El menosprecio hacia la disciplina y el respeto hacia la autoridad por parte de unos menores que quizás se fijan demasiado en los mayores; deficiencias en la financiación debida por parte de unos entes que creen más en la inmediatez de las ventas de terrenos que no en los beneficios a largo plazo que lleva implícitos toda buena formación; la pérdida de fe del propio sistema educativo en que vaya a revertirse su trágica dinámica... son todas ellas -y muchas más- explicaciones suficientes para instaurar en el ambiente un fatalismo del cual es imposible salir. Como en el famoso relato de Edgar Allan Poe, ''La caída de la casa Usher'', todos los elementos presentes en la historia tienen la misión de poner su granito de arena a la hora de construir un sentimiento firme de melancolía... para poco después proceder al derrumbe.
La diferencia está en las formas. Lo que con Poe era sutileza y perfecto control sentimental, aquí es -para bien y para mal- poesía sucia, iracunda y sí, pasional. Ya no hablamos de melancolía, esto es un estado generalizado de depresión de caballo del que no se escapa sin darle caña a la droga dura. Kaye propone un drama que convoca para la ocasión espíritus tan incontenibles como, por ejemplo, el de Alejandro González Iñárritu o el de Lee Daniels: todo induce a la lágrima y no hay ni un solo resquicio a través del cual pueda siquiera intuirse el más mínimo rayo de esperanza. La caída -al vacío- empieza desde el minuto cero... y ésta no termina ni después de los títulos de crédito finales.
Es por esto que 'El profesor' parece ser un poema escrito por un estudiante adolescente rebotado con el mundo, por su incontinencia y descontrol en toda la materia que trata. Sin matices, sin contrarréplicas que valgan, la película se deja llevar por la fuerza destroyer que ella misma ha invocado. El resultado es un drama social a veces genial y a veces ridículo en su intensidad y excesos. Del mismo modo, Adrien Brody ofrece por fin una actuación digna del talento que tan poco se tardó en otorgarle, James Caan se come la pantalla en sus pocas apariciones, pero Lucy Liu y Bryan Cranston producen risas, cuando pretendían justo lo contrario (no se sabe bien si porque se pasan de frenada, o por un montaje final que hace que sus intervenciones parezcan desvinculadas del bloque general). En la misma línea, Tony Kaye dibuja con acierto la desolación en un paisaje que solamente admite este sentimiento, pero no acierta a encontrar el punto intermedio imprescindible para que su réquiem adquiera la credibilidad para llegar a convertirse en el documento de denuncia que debiera ser.
Nota:
5,5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas