De la misma manera que una imagen puede valer más de mil palabras hay expresiones que pueden decir mucho sin apenas decir nada, unas pocas palabras que dispuestas en el orden adecuado se bastan para, en ocasiones con una capacidad de síntesis asombrosa, definir lo que de otra manera podría llevarnos a pulsar un millar de caracteres sobre el teclado sin que necesariamente la definición salga ganando por ello. Si lo bueno es breve dos veces bueno es algo que también se dice por ahí, otra de tantas expresiones populares que nos hacen la vida más fácil a través de las palabras de otra persona que falsamente hacemos nuestras por pura comodidad, vagancia, pragmatismo, interés o lo que sea que sea lo que sea. Ahora bien, ¿y si los dueños de estas frases se levantarán de sus tumbas y en vez de exigir una ración de cerebro crudo de almuerzo demandasen los derechos de autor derivados de su ingenio, en la mayoría de los casos meramente casual y fortuito?Voy a intentar ser breve... porque lo bueno si es breve, dos veces bueno. Y nada mejor para ello que ir directo y al grano: 'El ladrón de palabras' bien podría pasar por ser una especie de "telefilme de lujo". ¿Acaso estas tres palabras no resultan de por sí tan suficientemente reveladoras como el título español del filme? Podríamos dejarlo ahí, y quien más quien menos ya se podría hacer una imagen mental de lo que cabe esperar de 'The Words', aunque sea sólo de manera aproximada. ¿Una imagen vale más que mil palabras? En ocasiones sin duda, si bien en este caso tildar a 'El ladrón de palabras' de "telefilme de lujo" sin más sería una imagen un tanto borrosa... no porque requiera de mil palabras para ser explicada, pero si alguna más de tres. Y no porque no sea un "telefilme de lujo", que lo es, sino porque no es su intención serlo, un matiz relevante para apreciar con mejores ojos lo que no deja de ser una producción relativamente fallida, sí, pero a su vez relativamente satisfactoria. Y es que una cosa es ser breve... y otra ser tanto, oiga.
Si una imagen vale más que mil palabras los realizadores debutantes Brian Klugman & Lee Sternthal, también guionistas, precisamente se pierden entre esas mil palabras y la imagen, entre el guión y la pantalla. Porque del dicho al hecho hay un trecho, y las buenas intenciones de las palabras que adornan su guión no encuentran del todo el brillo en una serie de imágenes incapaces de hacerse valer de la misma manera. No, el hecho de que podamos considerar a 'El ladrón de palabras' como un telefilme en el sentido más cotidiano del término (cuando se le aplica al celuloide) no tiene por qué ser objeto de desprecio ni de coartada para descatalogarla de forma automática de nuestra lista de posibles visionados futuros. Porque la producción resultante es apreciable e incluso interesante, en cierta manera, otra cosa es que sea lo suficientemente apreciable e interesante como para hacer de ella algo digno de recordar... que va a ser que no. Pasable, esa es la opción adornada con el "allá usted" y "sobre gustos..."
De la misma manera que un buen telefilme, que haberlos haylos, 'El ladrón de palabras' se deja ver y cumple perfectamente como producto a desfilar por delante de nuestros ojos, puede que sin gloria pero también sin pena. No hay nada evidente en ella que moleste, por contra tampoco que destaque (ni mucho menos que entusiasme). Su puesta en escena es correcta, los actores demuestran saber moverse delante de una cámara y a nivel técnico resulta tan convincente como efectiva, lo necesario en base a las necesidades de una producción cuyos argumentos se dejan en manos de las palabras. Si acaso sólo cabe destacar a Jeremy Irons, quien con muy poco es capaz de acaparar toda nuestra atención cuando aparece, y la banda sonora de Marcelo Zarvos, lo único que suena con algo de personalidad y capaz de acompañar nuestros pensamientos en aquellos ocasionales momentos en los que divagamos ante una producción que no demanda nuestra atención a tiempo completo. Porque lo justo y necesario, si carece de brillo, es tan discreto que lo que por un oído nos entra por el otro nos sale.
Así es 'El ladrón de palabras': bonitas palabras impresas en un papel no tan bonito, buenas intenciones a las que la mano que mece la cuna no sabe sacar partido. Como toda buena comida no vale sólo con saber bien, además tiene que parecer que sabe bien para que cuerpo y alma alcancen ese consenso necesario que alimenta de verdad. Su guión puede que tampoco sea realmente soberbio, cierto, pero sí cuenta con los suficientes elementos e ideas interesantes como para que en caso de haber caído en manos de un realizador con más experiencia, no necesariamente más talento, o de unos actores con algo más de saber interpretativo, o simplemente con más ganas de lucirse, pudiéramos haber estado ante un filme capaz de robarnos el alma y no solo las palabras, sin ganas de hablar por culpa de la indiferencia que en última estancia despierta un "telefilme", sea de lujo o no. Se intuye más una buena película detrás de 'El ladrón de palabras' que una mala, no obstante, aunque venga a ser como una simple y convencional adaptación de un novela a la que no hace justicia, y en donde parte del interés se ha perdido entre la palabra y la imagen. ¡Ah!, y sólo dije que lo intentaría... y tampoco tiene por qué ser buena.
Nota:
6.0
por Juan Pairet Iglesias
No sólo de intenciones o de palabras se vive, hacen falta también sentir las emociones.
Por algún extraño motivo aún no logro entender por qué, pero me pareció muy pifia el papel de Denis Quaid
Buena película para un domingo somnoliento