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'El juez': ¡Yo soy la ley (del pueblo)!

Vía El Séptimo Arte por 23 de octubre de 2014

'El juez' comienza con Robert Downey Jr. llegando al que suponemos es su pueblo natal, el cual deducimos -en base a nuestra experiencia para con el cine norteamericano- que abandonó hace tiempo para prosperar en la vida y ahuyentar los fantasmas del fracaso que tanto obsesionan a los de aquel país. Pero en base a los hechos no sabemos quién es, qué hace o a qué se dedica, tampoco el por qué vuelve. Poco a poco lo vamos sabiendo... bueno, en realidad no es así, la película no comienza de esta manera: es que un servidor, apurando apurando, ha llegado diez minutos tarde. No importa, de hecho mejor así si podemos sintonizar con la frecuencia adecuada. Es un decir, no nos perdemos nada sin habernos perdido algo. Depende.

Es un decir, depende, porque no hay mucho que el tráiler o nuestro Currículum Vitae como espectador no nos haya podido contar ya, siendo este factor un punto involuntario a su favor: a su favor pero involuntario, el que descubre una película con la ingenuidad de un espectador desprejuiciado que no está pendiente ni de tomar notas ni de otros referentes. Ni mucho menos, de lo que ya sabe que sabe pero no recuerda saber. En el fondo, lo de siempre y a usar cuando nos interesa. Lo sé, suena a esa misma excusa que se esgrime cuando se nos recrimina por ver algo en teoría indigno desde un punto de vista supuestamente racional que sin embargo a nosotros nos gusta. Oye, porque es divertido, o porque ver Gran Hermano twitteando o whasapeando tiene su punto. Ni si ni no, sino todo lo contrario. Pasemos página.

Se puede establecer un paralelismo entre 'El juez' y Robert Downey Jr. El otrora actor desde que se vistiese con la armadura de Iron Man disfruta de las mieles del estrellato, como si fuera ese mismo hijo que deja a su familia atrás para triunfar en la gran ciudad. Y ahora para muchos, especialmente los más jóvenes (y los más olvidadizos), Robert Downey Jr. es poco más que Tony Stark. O en su defecto, Sherlock Holmes. Lejos quedan los tiempos en los que era Mel Gibson quién daba la cara por él (y no al revés). Al igual que su personaje, Hank Palmer, Downey Jr. regresa al pasado para descubrir que las cosas sin dejar de ser muy parecidas, ni son lo mismo ni se ven de la misma manera. Uno no se quita el traje de estrella así como así, menos aún entre medias de los distintos episodios del serial que te ha convertido en una de ellas ante los ojos de quién, hasta entonces, apenas te alcanzaba a reconocer como un rostro familiar.

Al igual que su personaje, Hank Palmer, Downey Jr. regresa con un ánimo independentista que se apoya en los medios del Estado (¿no les suena familiar...?). Quizá no sea tanto uno mismo como lo que le rodea, pero eso es lo que nos llega: el de un drama demasiado bien empaquetado -esto es Hollywood- al que se le ve el juego de manos en no pocas ocasiones, en un intento evidente y descarado -y susceptible de confundirse con la honestidad- por conmover al espectador. Pero he aquí que, al igual que el año pasado ocurría con 'Al encuentro de Mr. Banks', la maquinaria de la industria suma apoyos a lo que sería un modelo muy cercano a esa vertiente del Hollywood clásico que, la distancia, la perspectiva, permiten reverenciar cuando bien podría ser algo similar en su momento a lo que 'El juez' es ahora. A los puntos, y porque los tiempos cambian las formas que no el espíritu que las respaldan (por más que lo veamos con otros ojos, actitudes y prejuicios).

Una película sin nombre ni ángel que se debe a su profesionalidad, sin tacha más allá de la en ocasiones molesta fotografía de Janusz Kaminski (que reclama un excesivo protagonismo), resuelta con la misma elegancia con la que se puede desarrollar una partida de póker descubierto. Podemos deducir el desarrollo de la partida, y podemos llegar tarde y creer que no nos hemos perdido nada pues las cartas están a la vista, si bien esa carta que no vemos es precisamente la carta con la que nos hace la jugada: la de nuestra propia convicción, un posible error de cálculo que nos provee de un veredicto convenientemente impugnado por esa revelación de última hora. Porque no se trata de llegar antes (ni mucho menos después...) para verle el truco al que antes que mago es un ilusionista, sino de dejar que te haga el truco que, una vez bien ejecutado, te induce a olvidar que se trata de un truco.

Nota: 7,0

Por Juan Pairet Iglesias


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