'El club' - La primera norma del Club es...
En fin, lo habrán adivinado (los que no tengan ni pajolera idea de que va la película), 'El club' NO es una especie de remake latino sobre un grupo de curas zurrándose de lo lindo a lo Tyler Durden... por más que algo si tenga que ver (lo de siempre, que cada cual tire de aquello que Dios -u otro- le han dado). También tenemos un club cuyo cometido original, cual Gran Hermano, se pervierte por el camino. O puede que ya este comprometido de antemano, que sea su propia naturaleza, o puede que seamos nosotros como espectadores los que lo tiñamos de perversión en base a nuestros queridos prejuicios personales.
Cuestión de fe. O no.
Es precisamente esta duda, o más bien la intención de su máximo responsable, el realizador Pablo Larraín, por mantener sobre el terreno de juego esa duda tan bendita en lo cinematográfico, lo que aportan un voluntad potencialmente divina a 'El club'. Ya desde sus primeros compases, con una atmósfera opresiva, un montaje laico y una textura visual un tanto incómoda con el que intentar ejecutar un golpe a la religión personal de cada uno de los presentes. Cada uno con lo suyo, y Dios en lo de todos.
Y durante un tiempo, a ratos, en determinados momentos, de vez en cuando... funciona.
Pero también dicha textura se antoja forzada, por no decir que algo artificiosa y no de una fácil justificación narrativa. Este es el punto en el que un personaje "corrompe" al filme, un personaje -un alcohólico porculero para más señas- encajado de tal manera para que sea quién provoque el conflicto... en lugar de permitir que este brote de la propia dinámica de la situación. O de los personajes anteriormente citados: un factor externo no demasiado bien explicado -he aquí el problema- que rompe la "atmósfera" cada vez que se presenta. Y que por tanto, al tratarse de un filme mayormente atmosférico, "rompe" a su vez la credibilidad del relato.
Este elemento de "provocación" añade el factor "manipulación" que tanto debe esconder un narrador y con el que tanto hay que tener cuidado. Esa duda que tanto sentido podría tener ya no se percibe fortuita, circunstancial, natural, sino que se antoja "forzada" y con un cariz de premeditación que, unido a su no menos forzado aspecto visual, sugiere un artificio en el que la narración acaba sucumbiendo. Cuestión de fe, o no: No es tanto su inclusión, como la evidencia de su inclusión como claro recurso de un guión por el que dar la cara a partir de ahora.
Y al final lo que bien podría ser una reflexión sobre cosas como la fe, la redención y otros temas más o menos divinos y por el estilo, termina reducido a una mera cuestión de caridad para con el prójimo, cristiana o no, y al que lejos de incomodar se le ofrece una especie de donativo con el que limpiar su conciencia.
Quizá sea la pertenencia a un "club", quizá sea la falta de perspectiva que produce a menudo la pertenencia a un "club". O quizá sea que, después de todo, Groucho tenía razón... a su manera.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex
Le doy un 7.