En la oficina en la que trabaja Alberto Castilla, un veterano empleado que se ha mantenido siempre fiel a la empresa, acaba de nombrarse un nuevo gerente. El primer contacto entre ambos no es precisamente cordial, no obstante, el jefe recién llegado descubre que Castilla posee algo que él ansía por encima de todo: un número de una revista que por su antigüedad, actualmente es imposible encontrar. Cuando parece que las dos partes van a ponerse de acuerdo en un intercambio, Castilla se da cuenta del incalculable valor sentimental que encierran las páginas de las que está a punto de desprenderse.
La primera escena de 'Cuestión de principios', película basada en el popular cuento del escritor y dibujante argentino Roberto Fontanarrosa, muy al estilo del mítico camarote de los hermanos Marx, presagia ya cuál va a ser la pauta a seguir. En un mundo tecnológicamente hablando cada vez más desarrollado y más superpoblado, los espacios se han reducido mucho, quizás demasiado. Una de las consecuencias de dicho panorama es la proliferación de los archiconocidos choques generacionales. Unas fricciones que, debido a las circunstancias del escenario en cuestión, son si cabe más tensas de lo que lo habían sido hasta ahora.
Alberto Castilla, protagonista del filme que nos concierne, da buena cuenta de ello. Vaya donde vaya, se ve obligado a vérselas -en todos los sentidos- con gente que no ha debido vivir ni la mitad de primaveras que él. En el trabajo, un joven y ambicioso empresario frustra sus sueños de ascender (que por lo que nos han enseñado desde que somos pequeños, implica siempre una más que sensible e irrenunciable mejora en nuestra calidad de vida). El hogar tampoco ofrece un horizonte mucho mejor, al tener allí todavía demasiado peso la ausencia de una hija con la cual el personaje central hace tiempo que no se habla... y al pesar también demasiado el consentimiento con el que se ha criado un hijo que por edad, debería ser considerado nieto.
Es decir, cualquier momento parece propicio para comprobar que el mundo está cambiando, y obviamente para la gente que lleva más tiempo aquí, lo hace para peor. Llámese la manidísima pérdida de valores (una expresión que por pura repetición, está perdiendo su sentido) de las nuevas generaciones. Llámese, situándonos ahora en el otro lado del cuadrilátero, la falta de comprensión o el empecinamiento en no querer aceptar nuevos puntos de vista o pensamientos por parte de la tercera edad... elementos todos ellos imprescindibles para construir la mítica figura del carcamal (una palabra que por puro desuso, para bien o para mal, está cayendo en el olvido).
Del que de ninguna manera podemos olvidarnos es de ese gran actor llamado Federico Luppi, que en esta ocasión carga sobre sus espaldas todo el peso dramático y cómico de la trama, demostrando una vez más que su sola presencia es capaz de salvar de la debacle a cualquier producto cinematográfico. Esta valoración catastrófica para nada se corresponde con el resultado final de 'Cuestión de principios', aunque más innegable aún es el hecho de que la cinta adolece de una serie de problemas, algunos más graves que otros, que impiden que su visionado se traduzca en una experiencia plenamente placentera.
A saber, destaca por encima de todo la cojera intergenérica que el director y co-guionista Rodrigo Grande arrastra desde su ópera prima, 'Presos del olvido (Rosarigasinos)'. En ella, dos criminales que salían de la cárcel tras una condena de treinta años, se proponían recuperar a toda costa el tiempo perdido. El resultado era una irregular mezcla tragicómica que a pesar de que avanzaba con soltura y se seguía con -justo- interés, no dejaba poso ni a la hora de producir risas ni a la hora de provocar lágrimas, lo cual situaba al filme en el cajón de ''olvidables'', salvándose solo Federico Luppi -cómo no- de la amnesia posterior del espectador.
Un diagnóstico muy parecido puede hacerse de 'Cuestión de principios', una cinta que en absoluto deja mal sabor de boca, pero que tampoco llega a despegar en ninguno de los registros en los que osa aventurarse. Hay gags que sobre el papel son prometedores, pero que a la hora de la verdad se podría haber exigido mucha más brillantez en su ejecución. Del mismo modo, la transición hacia temas más serios se ve forzada en demasiadas ocasiones, y hasta se antoja como un entorpecimiento para el desarrollo de la historia central. Una sensación esta última que se ve reforzada por la clásica irrupción de personajes secundarios, que más que aportar distensión, aumenta la carga temática, convirtiendo lo que debía ser un producto simpático y de fácil digestión -que en esencia lo es- en una película a la que le sobran frentes abiertos... y muchos minutos. Realización de antiguos sueños, problemas conyugales y laborales, conflictos de valores... demasiada ambición para tan discreto talento detrás de las cámaras. Eso sí, delante de ellas están Federico Luppi, Norma Aleandro, Pablo Echarri... la película es suya, y de ellos es el mérito de que, a pesar de todo, valga la pena asistir a este choque frontal de principios. Y si no les gustan, no olviden que la cartelera tiene otras propuestas.
Nota:
5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas