El eterno sueño americano ha consistido desde tiempos pretéritos en la autorrealización definitiva del individuo, traducida en la obtención obsesivo-enfermiza de bienes materiales que se supone deben ayudar al sujeto en cuestión a alcanzar una sensación de plenitud y de infinito bienestar. Una casa en las afueras, ideal para desconectar del ajetreo de la gran ciudad; con jardín y piscina, ideal para no asfixiar ese concepto tan etéreo y subjetivo que es el espacio vital; y cómo no, una familia atenta y afectuosa, que dote de calor humano al hogar y que ayude al líder familiar a evadirse de la rutina laboral, así como distraer su cerebro ligeramente atormentado por la responsabilidad que supone alimentar a tantas bocas.
¿Quién no desearía un destino así? ¿Quién no sudaría sangre para alcanzar todas estas metas? Nadie en su sano juicio diría que no a esos tesoros de valor incalculable. Así pues, ¿cómo es que no todo el mundo alcanza la tierra prometida? Tal vez sea porque, tal y como nos advirtiera tiempo ha Thomas Malthus, vivimos en un planeta de recursos limitados, que por tanto no puede satisfacer las crecientes necesidades de una no menos creciente población. Aforo limitado; no hay sitio para todos. Pero antes que aceptar la cruda realidad, siempre ha sido más cómodo cubrir nuestros ojos con el velo de la ignorancia (¡bendita ignorancia!), y culpar de nuestros males a la persona que tenemos más cerca. Nos acercamos ya al sueño español, que no es otro que el de dar muerte al maldito jefe.
Él, quién si no, es la fuente de todos nuestros males; el que conspira día y noche para que todos nuestros sueños se vean reducidos a un mar de lágrimas y frustraciones varias. Y lo hace por el principio universal que se manifiesta en toda empresa, al ser ésta un organismo en el que sus miembros van ascendiendo de rango hasta llegar a su nivel de total incompetencia. Qué mala es la envidia... Pero mucho peores son los jefes en 'Cómo acabar con tu jefe'. Más que por ser unos completos ineptos en sus respectivos puestos de trabajo, porque -estos sí- son criaturas que parecen directamente salidas del mismísimo averno. Seres malvados, que disfrutan con el sufrimiento de sus compañeros y cuyo único propósito en esta vida es la de torturar a todo aquel que se interponga en su camino... o simplemente a todo aquel que ose mirarles.
En el camino de estos individuos detestables se cruza el sufrido trío protgaonista, tres hombres de mediana edad entregados en cuerpo y alma a su trabajo, y cuyos deseos de prosperidad en el entorno laboral corren el riesgo de volatilizarse, ya sea por los excesos ególatras, por los arrebatos nimfómanos o por el abuso en el consumo de sustancias alucinógenas, por parte de los peces gordos en cuestión. Estas son las amenazas que deben afrontarse, y no hay negociación que valga para tratar de esquivarlas, sólo el ataque frontal. En otras palabras, conseguir que el condenado jefe se quite de en medio. A cualquier precio, sin pensar en las consecuencias. Medidas drásticas, que son exigidas por los caprichos de unos rivales de excepción.
El director Seth Gordon ya sorprendió hace cuatro años con el documental 'The King of Kong: A Fistful of Quarters', que filmaba la delirante rivalidad entre Steve Wiebe y Billy Mitchell por hacerse con el récord mundial en el clásico de las recreativas ochenteras Donkey Kong. Un duelo de titanes que tuvo en el retrato del segundo personaje su mayor acierto. Se trataba de un obseso de la también muy americana concepción de que el mundo se divide entre triunfadores y perdedores. Él pertenecía -o eso se decía a sí mismo- al primer grupo, al de la gente que, acostumbrada a mirar a sus semejantes por encima del hombro, le ha cogido cariño a dicho hábito, y no piensa permitir que nadie le prive de esta dulce arrogancia. Todavía se albergan dudas sobre si éste era un personaje real o creado para la ocasión, lo que es innegable es que Mr. Mitchell era un villano memorable.
Algo similar puede afirmarse de los personajes encarnados por unos divertidos Kevin Spacey, Jennifer Aniston y Colin Farrell (casi irreconocible éste último bajo un frontón de campeonato). Son los movimientos (todos ellos encaminados a conseguir que el mal e imponga a su alrededor) de estos tres temibles némesis, y los posteriores réplicas (primero defensivas y después en forma de claro contraataque) los que vertebran la narración de esta comedia alocada en la justa medida, que empieza con fuerza y llega a la línea de meta algo escasa de fuerzas. En efecto, la presentación de la problemática es hábil y gamberra (sin llegar a hacerse del todo ofensiva). Se trata de una película que afortunadamente va al grano, y que en menos de diez minutos, ya nos ha metido de lleno en situación, sin rodeo alguno, y sin tiempo para el bostezo.
Objetivo conseguido gracias a la agilidad del guión firmado conjuntamente por Michael Markowitz, John Francis Daley y Jonathan M. Goldstein, y a las dotes interpretativas del reparto de actores, que en el lado de los buenos exhibe una química encomiable, y en el bando de los malos una avalancha de puñaladas traperas, algunas más graciosas que las otras, pero casi todas cumpliendo con las cotas de comicidad exigibles. Y en representación de los outsiders, la inestimable colaboración de unos invitados de lujo (ciertamente divertidas las apariciones de Jamie Foxx en su papel de macarrilla impostor), dispuestos a conseguir matrícula en esa siempre desmadrada academia de los "roba-escenas". Los distintos elementos están bien conjuntados, cada uno de ellos rinde a buen nivel, y por si fuera poco, el ritmo se mantiene.
Todo funciona como un reloj suizo en la primera mitad de la película, hasta que la propuesta corre el riesgo de colapsarse debido a la escasa capacidad de Gordon para sacarse de la manga nuevos recursos que mantengan el interés de una historia que ni con la clásica escalada de tensión puede ocultar que, pasada la media hora, se hace algo repetitiva. Por suerte, el aburrimiento nunca hace acto de presencia, y el espectáculo se las ingenia para salir a flote, aunque sea a base de un ejercicio de mínimos sobre todo en su tramo final. Una dejadez que empaña el resultado de una película que podría haber sacado más sangre de su temática principal, y muchas más carcajadas al público, lo cual no quita que 'Cómo acabar con tu jefe' se sitúe ligeramente por encima de la media a la que nos tiene acostumbrados la comedia americana actual, lo cual es una buena noticia... y un dato que debería invitar a la reflexión. Porque los jefes pueden llegar a ser unas personas terribles... pero siempre será peor la autocomplacencia.
Nota:
5,4 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas