'Camino de la cruz': Camino a la...
La inocencia, la pureza y la bondad (así como otras muchas supuestas virtudes), son las máscaras elegidas por el mal (y/o lo que entendemos por perversión) para esconderse y seguir existiendo, y así seguir contaminando el mundo que, por otra parte, las ha creado. Como todo en esta mundanal vida, los hechos, sea cual fuere su naturaleza, son interpretables y, consecuentemente, deformables. Al gusto del consumidor, claro... y a partir de ahí entra el consabido libre albedrío. Amén. Tomemos, por ejemplo, una clase llena de chiquillos tan lejos (o cerca, según cómo se mire, ¿ven?) de la mayoría de edad como de su propio nacimiento. A su cargo ha quedado un cura de aspecto joven y atractivo. El trato que éste mantiene con los críos es cordial, cercano, cálido... y claro, ya se han detectado múltiples levantamientos de ceja en el patio de butacas. Estamos, recordémoslo, en la sesión matutina del Berlinale Palast, donde Dietrich Brüggemann presenta en sociedad su nueva película: 'Camino de la cruz'.
Es normal que haya suspicacia por parte del público, más aún cuando éste tiene tan claro el escenario y el contexto en los que se encuentra. Siglo XXI (nunca está de menos recordarlo); festival de prestigio; cine alemán. A estas alturas, y con cantidades bíblicas de mierda digiriéndose todavía en el estómago, es comprensible que estemos sufriendo por los chavales. Afortunadamente, parece que el poco aire que circula entre alumnos y maestro no es más que otra muestra de afecto y confianza mutua. Pero, ¿y si sólo se trata de una máscara? ¿Y si la amenaza se acerca y se manifiesta por otras vías? Escuchemos atentamente... y ahora sí, horroricémonos, pues en pleno siglo XXI (recordemos...), siguen habiendo perturbados capaces de someter a sus queridos retoños a la educación (por así llamarla) más retrógrada y adoctrinadora que se pueda imaginar. Aunque visto de otra manera (maldita sea), quizás no pueda reducirse el asunto a una simple confrontación entre "blanco" y "negro". Quizás las intenciones del profesor no tienen nada de malvadas y, quizás, todas las barbaridades (según nuestro rasero, obviamente) que salen de su boca sean, a su modo de entender el mundo, una clara expresión de la virtud que su credo tanto dice perseguir. Quizás las apariencias también engañan con los mocosos, y éstos son en realidad mucho más listos y conscientes (con respecto a lo que están escuchando; a lo que dicen...) de lo que su cortísima edad nos daría a entender. Y con la duda nos quedaremos (serio aviso). El segundo largometraje de Brüggemann empieza precisamente con la escena descrita, es decir, con un joven profeta (?) y sus jovencísimos acólitos, quienes algún día, quién sabe, se van a convertir en nuevos apóstoles de una fe que rige sus vidas, y que para ello les sumerge en un mar de infinitas normas que, por mucho que puedan llegar a contradecirse las unas con las otras, nada les quita el sacro carácter de "inviolables". El absurdo, cruel donde los haya, nos lleva a catalogar la música de Roxette en la carpeta de "Satánicos". Es sólo un ejemplo. El cacao mental está garantizado (imagínenselo ahora en la cabecita de un niño cualquiera... pues eso), y para colmo de males, el espiritual, también. En la nueva película de Dietrich Brüggemann es fácil ver reconocidos tanto a nuestro Javier Fesser de 'Camino' (qué cambio, ¿no?) como al Ulrich Seidl de 'Paraíso: Fe'. Absténganse aquellos que hacen del sentimiento religioso el faro de su existencia. Defina cóctel molotov; defina via crucis. En este caso, el de una niña criada en una familia ultra-católica, que va a llevar al límite su fe. Por su parte, el director y co-guionista de la cinta hará lo propio con la secuencialidad y el estaticismo en el cine. ¿Por gozo estético? Seguramente, pero sobre todo para reforzar el alma de su producto. En este 'Camino de la cruz', ¿el objetivo final es la salvación o la perdición? ¿Hay maldad o bondad? ¿Tenemos que escandalizarnos o, por el contrario, podemos quedarnos tranquilos? Ah, las dudas... Dividida en catorce actos (se hace caso omiso de la reforma de Juan Pablo II… lo dicho, manda la vieja escuela) en forma de planos secuencia, el narrador/observador sigue siempre de cerca a su joven protagonista (entonadísima la joven Lea Van Acken, quien vino a confirmar que aquel era el año de los críos en la Berlinale). Rige, casi siempre, una cámara inmóvil que refuerza las tesis del autor (esto es, ahondar en la fisura entre un mundo que avanza y otro que, simplemente, no) y que paradójicamente, es pura habilidad. Desde su impactante prólogo (apabullante muestra de planificación en la puesta en escena), Brüggemann incomoda, tensiona y pone a prueba. A sus personajes, a sus propias tesis fílmicas (recordemos su cortometraje previo, 'One Shot)' y, faltaría más, a un espectador que definitivamente ya no sabe dónde empieza lo blanco y dónde lo negro. Fustiga, con saña e inteligencia. Arrea puñetazos sin cargar excesivamente el brazo, pero descargándolo, eso sí, con una contundencia que noquea al rival. Se ríe en silencio (pero a carcajada limpia) y después deja que la ambigüedad, igualmente cómica (en su versión más negra, claro), nos lleve hasta un final que depende absolutamente de nosotros. Como sucede siempre con el cine que realmente importa. Gracias por la confianza. Nota: 7 / 10por Víctor Esquirol Molinas