'La casa Gucci' - No es nada personal, son sólo negocios
'La casa Gucci' tiene mucho de 'Todo el dinero del mundo', algo por otro lado comprensible teniendo ambos "basados en hechos reales" al mismo director, un Ridley Scott al que la relativa indiferencia con la que fue recibida aquella parece haberle servido de acicate. Puede que 'La casa Gucci' no sea tan estimulante como 'El último duelo', pero sirve al menos para traer de vuelta al Scott que algunos disfrutamos en 'El consejero', obra incomprendida e infravalorada de la que emanaba una disfrutable sensación de liberatorio regocijo equivalente a un alegre (y saludable) corte de mangas.
Decía en su momento sobre la película no protagonizada por Kevin Spacey que era fácil imaginarse a Scott como un director "sobrado" y con las ideas muy claras. Alguien al que debe costar mucho corregir o llevarle la contraria, dado que debe ser casi imposible encontrar en un set de rodaje a alguien con más experiencia que él. Así, en los últimos años sus películas se debatían entre la solidez artesanal -'Marte'- y la rutina industrial -'Exodus: Dioses y reyes'-, siendo que hasta proyectos en teoría más personales como 'Prometheus' y 'Alien: Covenant' se manifestaban con un frío distanciamiento emocional.
Eso en realidad no cambia mucho en 'La casa Gucci', si bien el cineasta lo envuelve de un halo de grotesca e irrespetuosa indiferencia hacia una historia que sólo Lady Gaga parece tomarse en serio. Es como si Scott jugase a ser Adam Mckay aunque sin hacer ningún esfuerzo por serlo, dejando que la narración se desenvuelva y desarrolle a su aire. Casi como si una vez puesta la cámara les hubiera dejado a los actores a su suerte, permitiéndose además el lujo de esperar a que salgan de la habitación para cortar el plano. Como si no hubiera prisa, y sobre todo, nada tuviera por qué ser relevante.
Como si Ridley Scott no estuviera interesado en definir una historia que no ha querido o no se ha molestado en entender, y que ha rodado a lo campechano para que se disperse por la pantalla sin aferrarse a nada. Ni a nadie. De esta manera, no queda claro cuál es el objeto o fin último de todo, pareciendo que dentro de ella conviven varias películas que se van turnando para aparecer y desaparecer sobre la marcha, sin que de verdad importe o deje de importar que sucede más allá de hacer tiempo hasta el momento en el que los consabidos rótulos nos manden a casa.
En esta ocasión, lo más fácil es ver con nuestro tercer ojo a Scott disfrutando maliciosamente del rodaje como si fuera un niño travieso al que sus padres creen incapaz de haber roto nunca un plato. Alguien capaz de juntar en una misma imagen a una intensa Lady Gaga con hambre de Oscar con un Jared Leto muy pasado de vueltas y recién salido de 'Dick Tracy'. Entre medias un Adam Driver feliz por poder hacer de guaperas o un Al Pacino feliz por poder tomarse su Dunkaccino en paz, este último tal vez el alter ego del propio Ridley Scott en plan "Hago lo que quiero, con mi pelo".
Algo así como el "será un imbécil, pero es mi imbécil" que dice Pacino al menos un par de veces. ¿O dice inútil? No estoy seguro, pero sí de que Scott ha procedido con evidente relajación y una voluntad mucho más "camp" que académica. Una suerte de 'Zoolander' medio oculto y enterrado tras la seriedad del "basado en hechos reales" que se supone es o debería ser... y en cualquier caso, sigue siendo y nunca deja de ser: Una película que por el qué dirán, se contiene para no soltar una carcajada en mitad de la ceremonia, por más que (casi) todo el mundo esté deseando que suceda.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex