'Silencio' - La última tentación de Cristóvao Ferreira
Para ir de Lisboa a Nagasaki, hay que pasar antes por Goa y Macao. Para ello, se requieren meses de navegación penosa, luchando contra las fuerzas de la naturaleza y todo tipo de enfermedades, recorriendo la costa africana occidental y buena parte de las inclementes aguas del Océano Índico y Pacífico. El Canal de Suez, en la época en la que transcurre la acción, no llega ni a ensoñación descabellada del ingeniero más loco, y las noticias tardan todavía meses (a veces años) en cruzar los charcos. Y así, de un año para otro, el padre Ferreira, idolatrado seminarista portugués y heroico misionero en tierras japonesas, deja de informar sobre sus esfuerzos evangelizadores en tierras paganas. A partir de ahí, el más angustioso de los silencios. Nada. Sólo espacio y tiempo para que los rumores (algunos más malintencionados que otros) empiecen a ennegrecer el recuerdo de la virtud. Se dice, se comenta, se teme... que el pastor ha apostatado. Ante tales calumnias, Sebastiao Rodrigues y Francisco Garpe, dos de los alumnos más aventajados de Ferreira, deciden embarcarse en el viaje de sus vidas para demostrar que todas las injurias volcadas sobre su maestro no son más que esto, una dolorosa mentira.
De Lisboa a Goa va un puñado de meses de puro sufrimiento. De Goa a Macao, otro via crucis. De Macao a Nagasaki, más tormento... Y una vez en tierras niponas, aguarda la peor de las torturas: la que ataca directamente al alma. Para llegar de un extremo al otro del planeta, más que requerirse medios, se necesita mucha fe. Fe en que la palabra del Señor será bien recibida en territorio desconocido, fe en que ninguno de los incontables obstáculos que se van a encontrar durante el camino van a resultar insalvables... Fe en que el padre Ferreira no haya renunciado a la suya. El proceso de Martin Scorsese para adaptar al cine 'Silencio', novela pilar en el legado artístico del escritor nipón Shusaku Endo, también cabría definirlo como un auténtico salto de fe. De Lisboa a Nagasaki va una infinidad de millas náuticas, y de las páginas a la pantalla grande, van años... incluso décadas. Tiempo durante el cual el cineasta se desvive para que el proyecto no muera, batallando constantemente para que el olvido, el destino al que no pocos le condenan, acabe marcando el punto final de la travesía.
Hasta que llega el año 2016 (uno más, en el mundo no-tan civilizado), y justo cuando termina la temporada de festivales, la promesa se convierte en realidad. Ésta se materializa, dígase ya, en una traducción perfecta. Es tal el respeto que Scorsese muestra hacia el material ofrecido por Shusaku Endo, que la novela hasta podría adquirir el carácter de “sagrada escritura”. No se trata sólo de hacer una traducción, por así llamarla, literal (aunque también, al verse la práctica totalidad de diálogos, reflexiones y descripciones propuestas por el escritor, directamente reflejada en la película que ahora nos ocupa), sino también, y sobre todo, espiritual. Una vez más, toca hablar de fe... y de comprensión de los medios. De sus caprichos, necesidades y posibilidades. Y es que con los grandes discursos (y éste, sin duda lo es), para poder recitar, antes se tiene que haber entendido la lección. Si con 'El lobo de Wall Street' Scorsese se reencontró con su mejor versión para completar así la que se ha catalogado como la trilogía del American Gangster (compuesta también por 'Uno de los nuestros' y 'Casino', no en vano, dos de sus trabajos más logrados), ahora con 'Silencio' hace lo propio con el ya conocido como tríptico sobre la espiritualidad.
Primero fue 'La última tentación de Cristo', después 'Kundun' y ahora otro brillante ejercicio de mezcla (más bien de violento choque) entre la esfera íntima y la colectiva. Dos realidades y dos niveles narrativos (el de la crónica histórica y el de la reflexión espiritual) que avanzan paralelamente y que conviven como reflejo recíproco, compartiendo la naturaleza de la misma angustia, la que surge del escalofriante silencio del mentor (en este caso, Ferreira / Dios) ante una situación para la que éste no parece habernos preparado. En dicho escenario, el sujeto se ve obligado a lidiar con un más que comprensible complejo de abandono, que no hace más que magnificar su drama interior... hasta convertir su sufrimiento en una carga que pasa de personal e intransferible, a irremediablemente compartida. No sólo con las personas a su alrededor, sino también, claro está, con el propio espectador. Y recordamos de nuevo, por obra y gracia de Martin Scorsese, ese maestro siempre a nuestro lado, que la buena adaptación no se limita a copiar, sino a respetar las virtudes de la(s) referencia(s) con la(s) que trabaja.
En este sentido, Shusaku Endo planteaba en su libro un crescendo trágico que avanzaba implacablemente, y de forma cada vez más apresadora, hacia un clímax final desolador ante el que era casi imposible mantenerse impermeable. En esa devastación, el novelista (criado en el catolicismo, al igual que el realizador que ahora le homenajea) conseguía que la crisis de fe del protagonista en la ficción tuviera su réplica en una cuestión mucho más global, nunca mejor dicho. Así, la odisea de Sebastiao Rodrigues se convertía en la excusa perfecta para que Endo cuestionara el carácter universal del mensaje cristiano, una actitud que, en un presente marcado, entre cosas, por el avance imparable del movimiento globalizador, da un renovado interés a la obra en cuestión. Scorsese hace lo propio en una película que, hablando de reciprocidad, se beneficia de la exquisitez en la puesta en escena (sólo empañada ligeramente por alguna decisión estética algo desconcertante) y la dirección de actores (Andrew Garfield, por ejemplo, cumple con solvencia la auténtica primera prueba de fuego a la que se ha tenido que someter) y la nitidez en la narración de quien mueve ahora los hilos, para que su mensaje llegue ahora al receptor con igual -o incluso más- fuerza.
'Silencio' hace de la aritmética (se respeta a rajatabla la proporción 100 páginas; 1 hora de metraje) una opción que lejos de antojarse impostada, se descubre como la más natural, y por ende, deseable. A diferencia de Masahiro Shinoda (quien ya adaptara el mismo texto allá por el año 1971, en una película de idéntico título), Scorsese, consumado misionero, evita la tentación “carnal” de desviarse del camino propuesto por Endo (aunque siendo justos, pocos eran los pasajes en que Shinoda se atrevía a hacerlo), centrándose así en lo que verdaderamente importa: difundir la palabra, o para ser exactos, unas inquietudes claramente compartidas. Sin miedo a usar recursos mal considerados trillados (véase la voz en off) o a prescindir de aquellos en los que se han cimentado buena parte de los éxitos del pasado. En lo referente a este último aspecto, la irrupción prácticamente nula de la banda sonora en la narración es uno de los muchos síntomas que evidencian lo bien interiorizada que está la materia prima. El silencio, originalmente génesis del desconsuelo, convertido aquí en un alivio que permite que el texto respire. De la literatura al cine va mucho menos que de Lisboa a Nagasaki. Sin intromisión que valga. La religión (sea cual sea) puede que no, pero desde luego hay ciertos relatos que sí son universales. Silencio, el maestro está hablando.
Nota: 7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol
Un 8.
De todos modos y antes de que un grupo de ultracatólicos visite mi casa, por supuesto con el que más empatizo en el film es con Andrew Garfield y su tribulación. La lucha interna que nos narra y los dilemas morales que plantea son muy duros a la par que apasionantes. Primero su orgullo propio, su fe, todo sobre lo que ha sustentado su vida, luchar por ello a nivel interior y con los demás. Después si uno es medianamente reflexivo, plantearse si es cierto todo ello en primer lugar y en segundo, si aunque lo fuera vale la pena. Y para terminar y quizá lo más difícil de todo, decidir si cometer un acto que puede aliviarte a ti y puede salvar a vidas inmediatas y futuras pero cuya onda expansiva puede ser catastrófica. Y es que no es sólo apostatar o pisar una figura de Cristo, es mucho más.
Hablando del continente más que del contenido, quizá no te tenga anonadado el 100% del tiempo o mordiéndote las uñas pero pese a sus casi 3 horas de duración y su ritmo pausado no se hace pesada, visualmente es apabullante y tiene momentos remarcables tanto en diálogos como de sucesos que siguen clavados en tu mente dando vueltas sin parar aún horas después. Junto a su fotografía, tiene una trabajada atmósfera y notables actuaciones, seguramente encabezadas por Garfield, aunque son las escenas donde aparece Issei Ogata (alias "El Inquisidor") donde el film alcanza sus momentos más álgidos. Y junto a ellos una ristra de personajes (Kichijiro,
Mokichi, Ferreira, etc etc) de muchos quilates.
Sin duda, una de las obras de las estrenadas en 2017 que se verán en muchos tops al finalizar el año y que con el paso de las horas y el reposo en la memoria gana más y más.
Nota: 7'5
Le doy un 6.
Martin Scorsese se sale del guión del cine de mafias y nos lleva al Japón del siglo XVI donde hay una lucha por la religión, uno de los mayores cánceres de la historia.
Y la verdad es que ambas partes tienen razón, tanto japoneses como cristianos; unos renegaban de la religión cristiana y otros pensaban que su verdad era universal y que solo había diferencias de pensamiento, como dice Andrew Garfield durante la película. Es una tema discutible, ya que, si bien es verdad que los japoneses tenían parte de verdad en su idea, nunca jamás se puede llevar a cabo como se ve aquí. Me cuesta reconocer a esta parte violenta de Japón. Por eso empatizó también con la causa de Andrew Garfield y Adam Driver, ya que ellos nunca intentan meter sus ideas por la fuerza.
Esto es como cuando uno tiene una ideología republicana e intenta meter por la fuerza sus ideas en un país monárquico, incluso pasándose de la raya (podría citar este ejemplo como tantos otros): nunca se debe forzar a nadie a ser como tú quieras que sea.
En el tema artístico y cinematográfico, una vez más Scorsese aporta unas interpretaciones buenas, aunque no notables, de Adam Driver y Andrew Garfield y un apartado visual apabullante y cuidado hasta el mínimo detalle, como no podía ser menos de una película de tan legendario director.
No me parece de las mejores películas de su carrera, se hace un poco larga, pero tampoco de las peores. Hay que valorar que se ha salido del camino establecido y ha hecho algo distinto, y eso siempre se agradece. Otra cosa son los gustos de cada uno.
7