'La La Land: Una historia de amor' - A los que miran, escuchan y sueñan...
Son exactamente las siete de una mañana cualquiera de noviembre, y hace un calor inhumano. Hace también dos horas que se ha apoderado de tu cuerpo una fuerte alergia hacia todo lo que tenga que ver con el género humano, así como hacia el mundo que éste ha construido. Todo da urticaria; todo despierta arcadas. Estás en Los Angeles (¿dónde sino?), ese asco de ciudad en la que hay que ir montado sobre cuatro ruedas hasta para conseguir una maldita barra de pan. El caso es que estás atrapado en ese ritual matutino al que en las otras partes del planeta se conoce como “atasco”. Aquí es simplemente un peaje. Otro más. Coches inmóviles a la izquierda, a la derecha, delante y atrás. Todos igualmente atascados; todos cómplices necesarios de esa trampa taquicárdica que cualquier sofocante día de esos, lo sabes, va a acabar contigo... A no ser que acabes tú antes con ella. Llegados a este punto, sólo dos opciones parecen entrar en los siempre estrictos límites de lo racional. Primera, la de Michael Douglas en 'Un día de furia': hacerte con un revólver, o una metralleta, o una escopeta recortada, o una carga de dinamita, o un bazooka (o lo que sea...) y ajustar con ello números con un universo que sin lugar a dudas es deudor de una cuenta de proporciones literalmente astronómicas.
Segunda, encender la radio y olvidarte, por un momento, de esa manía tan tuya de pensar que la música (y ya puestos, el cine) de hoy en día no vale nada. Navega un poco por el mar de emisoras y encuentra aquella en la que te sientas más a gusto. Y déjate llevar. Canta con todas las energías que tengas en el cuerpo. Fuera complejos, porque el cretino del coche de la izquierda, fíjate, está haciendo exactamente lo mismo que tú. Y el de la derecha. Y el de delante. Y el de atrás. Ya no son idiotas, sino criaturas gráciles, amables y virtuosas. Y cuando te has dado cuenta, resulta que aquella autopista infecta, la misma ratonera en la que estabas convencido de que ibas a morir miserablemente cinco minutos antes, se ha convertido durante este breve pero intensísimo período de tiempo, en la pista de baile más increíble que se haya visto jamás. Los de la carretera de al lado, atónitos ante tal espectáculo, detuvieron también sus vehículos y se apuntaron a la fiesta. Ni pudieron ni quisieron reprimir las ganas de formar parte de aquello. Y así, la juerga se extendió hasta los límites de la área urbana. Y los sobrepasó, y conquistó el país, y el continente, y el mundo entero... y por un momento, la vida volvió a ser maravillosa. Nos dimos cuenta, y ya había empezado 'La La Land'.
No estábamos aún en “La ciudad de las estrellas”, sino en la de los canales. En el Lido, para ser más exactos, con la excusa de la 73ª edición del Festival de Cine de Venecia. Tras el tropiezo del año anterior con la indigna 'Everest', de Baltasar Kormákur, la organización tuvo a bien volver a dar a su película de apertura toda la envergadura que dicha institución merece, recordándonos de paso que inaugurar un gran festival, más que un privilegio (que también), es una responsabilidad. Así pues, prohibido dormirse en los laureles, mucho más amedrentarse. Y apareció Damien Chazelle... otra vez. En 2014, recordemos, en la 30ª edición del Festival de Sundance, tuvimos ocasión de conocerle. Se nos vendió que aquella película que presentaba a concurso era su debut... y en realidad no, pero como si lo fuera. El hombre (el chico, para ser más exactos) era un astro cuyo brillo todavía no había sido detectado por la mayoría de radares. Con 'Whiplash', que así se titulaba aquella bestialidad, lo pusimos por fin en el mapa. Dicha cinta, por cierto, sirvió como pistoletazo de salida para aquel certamen, y sin nosotros saberlo, ya estaba todo vendido en Park City. A ritmo de desenfrenada percusión jazzística, Chazelle arrasó. En Sundance, y en Cannes... y a poco se quedó de repetir en los Oscar.
Nada mal para un -falso- debut. Pues bien, dos años después, Venecia puso toda su confianza en el mismo niño prodigio... y volvimos a dar en el clavo. Y nos regodeamos en los placeres que sólo pueden ofrecer esas canciones irremediablemente pegadizas, que vamos a tararear para nuestros adentros hasta que el cerebro no pueda más. De esto va en parte la nueva propuesta de Chazelle, de recordarnos la inmortalidad de ciertas expresiones artísticas a las que quizás dimos por muertas demasiado pronto. Llámelo jazz; llámelo género musical. Al salir del pase de prensa de 'La La Land' en la Sala Darsena (donde se fueron encadenando los aplausos durante la proyección) era inevitable reencontrarse con buena parte de las sensaciones de aquel año en Sundance. No había dudas al respecto: Chazelle lo había vuelto a hacer. Y lo hizo perfeccionando su propia fórmula del éxito. Si en su -auténtico- debut, 'Guy and Medeline on a Park Bench' el cine y la música se enamoraron a primera vista; en 'Whiplash' se dieron una soberana paliza... y ahora en 'La La Land' danzaban y cantaban en perfecta armonía, demostrando que no existe mejor pareja de baile que una cámara ágil y una de esas partituras que contagia eso que sólo puede describirse como “la alegría de vivir”.
Como en los mejores musicales. Del Vincente Minnelli de 'Un americano en París' al Martin Scorsese de 'New York, New York'; del Busby Berkeley de 'Desfile de candilejas' al Stanley Donen de 'Siete novias para siete hermanos'... 'La La Land' es puro gozo cinéfilo en su reverencia a un género que, de repente, parece estar más vivo que nunca. Es puro derroche. De carisma por parte de Ryan Gosling; de encanto por parte de una Emma Stone simplemente escandalosa. El resto, esa magia que sólo puede aportar el cine, va a cargo del más prodigioso de todos: el director, el guionista... el hombre orquesta. Éste, como ya se ha dicho, nos lleva a Los Angeles, esa ciudad donde todo se adora pero nada se valora, y done Sebastian y Mia se conocerán... y quién sabe si se enamorarán. Él es un músico peleado con el mundo, en su tozuda cruzada por preservar las esencias originales del jazz; ella es una joven aspirante a actriz, de momento derrotada por la ceguera de una industria que no puede (o no quiere) ver su talento. El planteamiento arquetípico del “chico-conoce-a-chica” estalla aquí en uno de los arranques más formidables que nos haya dado el séptimo arte en mucho tiempo, y discurre, a través de la hora y media restante, en una danza deslumbrante en la que la nostalgia se convierte en un gesto para nada anclado en el pasado.
Como si el CinemaScope se hubiera inventado ayer; como si lo cursi fuera en realidad cool (y así es); como si el flare azul fuera el complemento perfecto para el aroma a celuloide quemado. La adoración hacia la tradición es sólo comparable al compromiso para con el futuro. Modernamente clásica, o clásicamente moderna (qué más da), 'La La Land' es una maravilla de la coreografía, del plano secuencia (el primero de ellos mantuvo la boca abierta de quien escribe durante exactamente cinco minutos y medio) y de las notas como raíles en una montaña rusa emocional irresistiblemente encantadora. Damien Chazelle, consciente de que no se puede contagiar la pasión si ésta no se siente en la misma piel, vuelve a entender mejor que nadie que no hay sentidos que se complementen mejor que la vista y el oído. El que banda sonora y guión sean prácticamente lo mismo (algo que ya se daba en 'Whiplash') por supuesto no es fruto de la casualidad. “No sólo hay que escucharlo, también hay que verlo” le dice Sebastian a Mia en una escena del film. Se refiere al jazz, pero en un meta-guiño que no por obvio deja de ser bello, no es difícil imaginarse al propio Chazelle pronunciando las mismas palabras, refiriéndose ahora a una certeza que con él adquiere una nueva (?) dimensión: No hay cine sin música... y por lo visto, tampoco puede haber música sin cine. No es conveniencia, es puro flechazo. Es, ni falta hace decirlo, la auténtica historia de amor que alimenta “La ciudad de las estrellas”, ese atasco gigantesco, lleno de insensatos que se atreven a soñar. “Es algo conflictivo, comprometedor y muy, muy excitante”. De nuevo, lo dice Sebastian... y Chazelle, claro, a través de un cine que igualmente hace soñar.
Nota: 8 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol
Ojo! Soy un enamorado de Los Miserables, pero por la historia y la música que ya venían dadas. En manos de cualquier otro podríamos(deberíamos) estar ante una obra maestra.
Puestos a comparar, baste comparar con el trabajo de Chazelle en 'Whiplash'. Se nota que es una película que tenía muy, muy pensada. Es de una solidez enorme, la misma de la que carece 'La ciudad de las estrellas'.
Se pegó 7 años para hacer La La Land. Más pensada que esa me cuesta creerlo.
En cuanto a guepard, no sé por qué página vamos, pero bastante atrás dejé todos mis argumentos por los que estaba muy a favor de esta película, incluso una crítica de la misma. Búscalos si es que te apetece seguir debatiéndolo.
Lo que me anima a pensar que lo de 'Whiplash' fue un poco de casualidad...