'Amigos de armas' - Ni artista ni loco
Con 'Amigos de armas' sucede algo parecido a lo que ocurría con 'Ant-Man': si bien es una película que se puede disfrutar -y que de hecho mayormente se disfruta-, "pesa" todo el rato sobre ella una molesta sensación equivalente a estar participando en una carrera de coches caros, bonitos y rápidos con el freno de mano levantado. Tan sólo un poco, pero más que suficiente como para competir derrotado.
Si en la producción de Marvel era el nombre de Edgar Wright el que nos aguijoneaba constantemente la nuca, en este caso es el de Michael Bay. Más, si en la cinta dirigida por (admito que he tenido que consultarlo) Peyton Reed lo era por la herencia sustraída, en la cinta dirigida por Todd Phillips lo es por la ausencia de una herencia de la que echar mano en caso de duda (si es que la hay).
El por qué de esa asociación (i)lícita parte de 'Sangre sudor y gloria', de esa misma ciudad para golfos que es Miami y de ese mismo "don nadie" con más ingenuidad que talento que quiere apropiarse del sueño americano, por la barra y con las estrellas. La historia de 'Amigos de armas' remite claramente a ese mismo universo paralelo en dónde la realidad adelanta por la derecha a una ficción falta de coraje.
Si Shia LaBeouf se refería a Michael Bay como "un artista que debería volverse aún más loco", con Todd Phillips no tenemos ni al artista ni al loco, ni mucho menos al artista que se vuelve loco. Porque todos nos hacemos mayores, Phillips prueba a eso mismo que probó Adam McKay con relativo éxito en 'La gran apuesta', a que le tomen en serio. Lo mejor, que no nos lo podemos tomar a broma...
... pero tampoco demasiado en serio. Se agradece el intento, pero a todas las partes implicadas les falla ese plus que no redireccione nuestro pensamiento de la pantalla a sus referentes, con la alargada sombra de 'El precio del poder', 'El señor de la guerra' o incluso 'El lobo de Wall Street' -Hill mediante- asfixiando su narrativa de igual manera que la Unión Europea, parece, que oprime a los españoles.
Phillips, al igual que McKay, y en cierta medida que (vuelvo a mirarlo) Reed, sobrevive con dignidad dentro de un traje que o le queda grande o ante el que se queda pequeño, y que se disfruta tan pronto como se disolverá en el pasado sin nada memorable que retener por Navidad, dn una de esas ocasiones en las que, en caso de ser una entrevista de trabajo, gracias por haber venido. Ya le llamaremos. Cierre la puerta al salir.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex