11 píldoras
Vía Festival de Venecia
por reporter 10 de septiembre de 2015
El tiempo es algo así como esa nota que pusiste en el marco de la pantalla de tu ordenador, o para ser un poco más gráficos, es también como el olor que permanece en el retrete después de una de tus largas sesiones de Tetris (por ejemplo) sentado en la taza del váter. Digamos que es el apestoso recordatorio (y perdonen el arrebato de filosofía zen de servilleta) de una de las lecciones vitales más importantes. Todo se acaba. Así, en tres palabras. Y no, no es el falso slogan del penúltimo capítulo de la enésima saga cinematográfica revienta-taquillas, desgraciadamente es la incontestable realidad que, en cierto sentido a esto a lo que llamamos ''vida''. Y si encuentran algún acto que hayan efectuado durante las últimas 24 horas (no vamos a forzar demasiado la memoria) que no esté más o menos fundamentado en que algún día de estos vamos a empezar a criar malvas, por favor no se olviden mencionarlo en el espacio reservado a los comentarios de los usuarios. Y mientras este cronista espera, irá despidiéndose del Palazzo del Cinema, porque sí, su primera incursión veneciana ha llegado ya a su fin. Cosas del tiempo, que en la Mostra Cinematografica también se acaba para algunos.
Un último vistazo a la habitación del hotel para asegurarnos de que no nos hemos olvidado de ninguna pertenencia personal (ni tampoco de las muestras de cordialidad prestas a ser vilmente robadas) y una nueva comprobación al reloj del móvil. Las once en punto de la mañana (o del mediodía, a saber...), tiempo justo para otro atracón en el buffet libre, para comprobar que ayer no rayaste ningún coche cuando llegaste, a las tantísimas, al parking habilitado para los acreditados del festival, y para atrapar el próximo ferry de salida del Lido. En total, 11 minutos... y nos sobran dos. Sí-se-puede. Y si tenemos en cuenta lo que Jerzy Skolimowski ha sido capaz en '11 Minutes', la motivación, así como las ganas de conquista de, pongamos, el mundo entero, se disparan aún más. Y que nos quiten lo bailao'. Para despedir nuestro particular periplo por la Competición de este año, nos sentamos por última vez en una de las butacas de la Sala Darsena, para poco después salir de dudas: en el cine, el tiempo también sirve como recordatorio. Más aún si la película que nos ocupa es un thriller.
Lo que pretende el veterano director polaco con éste su nuevo trabajo es destilar el propio género hasta obtener de dicho proceso un concentrado de graduación no apta para estómagos, hígados y/o cerebros poco curtidos en batallas libradas en las antípodas del mainstream. '11 Minutes' es precisamente un lucha épica contra el recordatorio de marras; una pieza de orfebrería de la narración fílmica en que una serie de vidas cruzadas se acercan y alejan las unas de las otras, para más tarde colisionar de la manera más espectacular, tensa y, quizás por todo esto, divertida. Montando un complejo sistema de reflejos fomentado en el hábil juego entre puntos de vista y, claro está saltos temporales (hacia delante y hacia atrás, todo vale), Skolimowski parece decidido a desmontar todos los mecanismos genéricos para así llegar, quién sabe, hasta su mismísima alma. Y prepárense para una de esas tracas finales especialmente diseñadas para permanecer en la memoria. Una vez más, en Venecia se desprecia (para bien, créanme) la(s) historia(s) contada(s). Lo que importa aquí es el fondo, la forma y comprobar si la carambola cósmica prometida se consumará o no. Con esto basta (y sobra) para que el espectador no pueda apartar ni un solo segundo la vista de la pantalla, y desde luego, para que el maldito recordatorio se convierta durante 81 trepidantes minutos, en el juguete cinematográfico más atractivo del mundo.
Cuenta atrás, 10 minutos. En Orizzonti, una de las grandes sensaciones de la 72ª Mostra. Como tal, le acompaña la controversia. Al final de la sesión en la PalaBiennale, turno primero para los abucheos, y unos segundos después, para los aplausos. Para todos los gustos. 'The Childhood of a Leader' (en cristiano, ''La infancia de un líder'') significa el debut en la dirección del actor Brady Corbet, y si me preguntan, podría perfectamente traducirse, también, en el más que probable nacimiento de una estrella detrás de las cámaras. Sin miedos ni dudas que valgan, el de Arizona oculta de forma excelentemente su condición de novato a costa de un dominio casi absoluta de la técnica fílmica. No demasiado lejos de los niveles de seguridad (en sí mismo, se entiende) de otros genios de la talla de Alex Ross Perry o, por qué no, Paul Thomas Anderson, el rookie (que sí, en serio que lo es) rescata diversas formas cinematográficas del olvido y las moldea a su imagen y semejanza. El resultado es una ucronía Histórica tan gloriosamente abusiva en el uso de sus recursos sensoriales (esa música ensordecedora, ese casi insultante aprovechamiento de la luz natural...) como estremecedoramente hipnótica en las capacidades envolventes de su magia negra. Como siempre en este caso, la opinión general se debate entre la llegada de un nuevo mesías y la más airada acusación hacia el enésimo impostor. Salimos a la calle y la discusión se prolonga en un tiempo que, durante las dos horas previas de proyección, se ha convertido en un recordatorio de lo siempre... y de que la materia con la que se originan nuestras pesadillas, es indudablemente atemporal.
Cuenta atrás, 9 minutos. Sin movernos de la sección ''secundaria'' por excelencia en Venecia, no tardamos ni dos escenas en comprender que Dito Montiel y Shia LaBeouf han respondido a la llamada de Alberto Barbera con ánimos de boicotear su amado certamen. Lo de 'Man Down' ya es directamente algo salvaje, tanto como oír country melódico en pleno tiroteo de la guerra de Afganistán. La imagen está directamente prestada del film en cuestión, y es solo uno de sus muchas imágenes grotescas, empleadas a modo de ladrillo (nunca mejor dicho) para la construcción de vaya-usted-a-saber qué templo, dedicado a vaya-usted-a-saber qué maligna divinidad. Cómica en el drama e insufriblemente tediosa en el desarrollo de su trama, el pretendido bisturí que debiera diseccionar el estado de esquizofrenia colectiva de la América post 11-S no es más que un cuchillo de cocina (por poner una imagen a la altura) con el que el autor de 'Memorias de Queens' lleva a cabo el harakiri más triste; más cansino. Algo así como 'American Sniper', pero con LaBeouf de protagonista (imagínense), o como aquellas últimas películas que le dejaron hacer a aquel Michael Cimino en pleno estado de descomposición... y en peor. Una pérdida de tiempo intolerable. Imposible salvar nada; imposible justificar la presencia de tamañana indignidad en una plaza que, visto lo visto, no es tan distinguida como nos hicieron pensar.
Cuenta atrás, 8 minutos. Llega al rescate Julie Delpy, quien por lo visto se ha levantado hoy generosa, y decide solidarizarse con el pobre (?) Dito Montiel. 'Lolo', quinto trabajo de la actriz francesa detrás de las cámaras, oficializa la existencia de una batalla en el sub-mundo de la inmundicia veneciana, dedicada a ver quién se queda con el dudoso honor de ser la peor película mostrada en el festival. De nuevo, el escenario juega en contra del contendiente. La película que ahora nos concierne está destinada a engrosar la también muy inmunda parrilla televisiva de los domingos por la tarde, lo cual es un cometido la mar de noble, en el mantenimiento de la paz social en occidente, pero de nuevo, ofensivo en uno de los supuestos templos del cine de autor. La personalidad en esta comedia romántica brilla por su ausencia; la elegancia y/o consistencia en el humor exhibido, también. Queda, eso sí, esa capacidad innata del cine galo para conectar con el gran público. Cuidado, no tiene por qué ser una bendición. En el reparto está, para hacernos a la idea, el mismísimo Dany Boon, y puede afirmarse sin miedo a equivocarse que él es lo mejor de todo el conjunto. Así se presenta el panorama. Y el tiempo, se nos sigue escurriendo...
Cuenta atrás, 7 minutos. En la Semana de la Crítica, otra ocasión para la decepción. La turca 'Ana Yurdu' (con coletilla en el título que nos habla de la ''Madretierra'') empieza con las buenas sensaciones que nos dejan los juegos con la cámara a manos de la directora Senem Tüzen. Encuadres calculadamente cortados por obstáculos más o menos naturales nos convierten en agentes intrusivos (y ciertamente indiscretos) en la vida de una joven mujer que vuelve a su pueblo natal para atender al funeral de su abuela. Ahí, se reencontrará con su madre, y como sucede con casi cada reunión familiar, ésta se convierte en el caldo de cultivo para que salga a la superficie toda la mierda del pasado. El tiempo, ya saben, que no olvida. Por desgracia, a la cineasta se le olvida también que la paciencia del espectador no es infinita. Obsesionada con guardar las cartas, pierde la noción del interés y cuando encara la recta final del relato, se pasa de frenada emocional, confundiendo el impacto de lo desgarrador con la irritabilidad de lo exagerado. Y ya, se nos fue otra hora y media más.
Cuenta atrás, 6 minutos. Para invertir un poco la dinámica catastrofista en la que nos hemos metido, el recientemente malogrado Claudio Caligari nos deja, a modo de testamento cinematográfico, 'Non essere cattivo', correcto ejercicio de corrección genérica. La película ofrece todo lo que se le puede pedir a un producto de sus características. El cóctel molotov que nos estamos a punto de beber se ha preparado con las justas medidas de sexo, alcohol y drogas. Todo está en su sitio, lo cual parece ir en contra de la naturaleza de la historia contada. Y efectivamente. La previsibilidad con la que se mueve Caligari, quien en la liga donde juega parece llegar un par de décadas demasiado tarde (el tiempo, que vuelve a jugar en nuestra contra), es un engorro constante que en el último acto se convierte, para colmo de males, en el factor que más evidencia el carácter -ridículamente- moralizador de la propuesta. Sermones aparte, queda, eso sí, el disfrute de esas borracheras, de esos ataques de ira y de esas explosiones de amor tantas otras veces filmadas, pero de las que, por alguna razón (¿espíritu destructivo?) no nos cansamos nunca. Y con la broma, y sin rechistar demasiado, se nos ha ido otra hora y media.
Cuenta atrás, 5-4 minutos. Sin proponérnoslo, presenciamos un extrañísimo caso de ecos en la misma sección. Orizzonti nos ofrece primero 'Madame Courage', y después 'Lama azavtani'. La primera transcurre en Algeria, y la segunda entre Israel y Palestina. Ambas tienen como protagonista (y eje central de su narración) a un joven paria social, resultado tanto de la desatención de una su familia desestructurada, como del estado de devastación generalizada del espacio por el que se mueven. Ante nosotros, dos odiseas de la supervivencia urbana, presentadas con una voluntad nada intervencionista en su exposición. Bienvenida sea. Tanto en un filme como en el otro se impone una muy apreciable actitud contemplativa, heredera del mejor cine social de instituciones como, pongamos, los hermanos Dardenne. El punto de divergencia lo encontramos en el momento en que se pasa de la contemplación a la acción. Mientras Merzak Allouache, director de 'Madame Courage', opta por la consistencia (y ya de paso, por la coherencia), Hadar Morag (el de 'Lama azavtani') apuesta por un cripticismo que no lleva a ninguna parte, si acaso, a ahondar en una hostilidad que ya había venía suficientemente remarcada. El tiempo sirve ahora para poner a cada uno en su lugar. Allouache termina con un producto ciertamente sólido en su poder, mientras que a Morag el experimento se le termina derrumbando.
Cuenta atrás, 3 minutos. Basta. Nos ha sobrado tiempo. Respiremos... y Arrivederci Venezia.
El año que viene, más.
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por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol