Buscador

Twitter Facebook RSS

Sundance '14, de la A a la Y

Vía Festival de Sundance por 06 de febrero de 2014
Ni dos semanas después del fin de su 30ª edición... y pocas horas antes de que empiece la nueva Berlinale, éste es un momento tan bueno, como cualquier otro, para repasar lo que dio de sí la última cosecha indie. Sundance cumplió treinta años, y lo hizo a lo grande, acomodado en el actual éxito del cine que tanto tiempo lleva pregonando, pero también sin dejar de mostrarse activo en la eterna búsqueda de nuevo talento. La parrilla y el posterior Palmarés, como suele decirse, tuvo ''todo esto y mucho más...'' Rescatamos a continuación, algunas de las películas más destacables vistas este año en Park City. ''De la A a la Y'' porque la Z de 'Zipi y Zape y el club de la canica' (en inglés, 'Zip and Zap and the Marble Gang') ya la vimos antes, bendita excepción. Así que, sin más dilación... después del salto, y por cortesía de Robert Redford, 44 píldoras cinematográficas dispuestas en estricto orden alfabético. Que aproveche.

#

'20000 Days on Earth': El número se corresponde, supuestamente, con el número de días con los que Nick Cave ha honrado al planeta entero con su presencia. La cifra, por supuesto, es una invención. Un calculado desajuste; una declaración de intenciones que se ve recompensada por un mar de sensaciones poco imaginable en un documental. Iain Forsyth y Jane Pollard mezclan realidad y ficción para introducirnos dentro de la cabeza de uno de los artistas más fascinantes de nuestros tiempos. La cámara se convierte en diván y la entrevista en psicoanálisis. La experiencia resultante es sensorial y mentalmente total... como lo son, de hecho, la mayoría de actuaciones de este irrepetible compositor. La magia del proceso creativo se apodera de la cinta, y el poder transformador cae tanto sobre el emisario como el receptor. Pura poesía cinematográfica, inconteniblemente estimulante.
A

'Alive Inside: A Story of Music & Memory': 74 minutos, ni más ni menos, son los que dura el documental de Michael Rossato-Bennett. Ni hora y cuarto. Duración ideal para que al producto ni se le dé la ocasión de cargar ni de llegar al exceso... y letal si las intenciones pasan por querer abarcar mucho. En estos casos, ya se sabe, poco suele apretarse. En este axioma se encuentran precisamente tanto el principal encanto como la cojera más visible de la película. ¿De qué trata? Sobre el poder curativo de la música en gente cuya avanzada edad / estado de degeneración habían hecho que el mundo, muy erróneamente, les diera por muertos... pero también trata de las vergüenzas del sistema sanitario americano, especialista, a veces, en ignorar a los más necesitados y desvalidos. Hay más, como por ejemplo un breve repaso a la historia reciente de la neurología. Hay más... y claro, con tan solo 74 minutos, a Rosato-Bennett le sobra tiempo para captar y llamar la atención... pero le falta -y mucho- para profundizar al nivel que todos sus temas exigían.

'Appropriate Behavior': Una de estas pequeñas gemas que el indie nos sigue dejando de vez en cuando. Minúscula; microscópica en lo que a prestigio (apriorístico) se refiere (de esto debería tratar este festival), la recompensa está en el hallazgo de talento fresco, desvergonzado, sin miedo y con cosas a decir. El debut de Desiree Akhavan destaca en la dirección y en la escritura (más que en las labores delante de las cámaras) primero por saberse alejar de discursos aleccionadores y reivindicativos (la historia, sobre una joven estadounidense de origen iraní que empieza a sentirse atraída por las mujeres, invitaba a ello) y después por, consecuentemente, ofrecer un filme romántico con alto grado de pureza, que a la vez nos habla con desenfado y honestidad sobre los distintos procesos que marcan nuestra vida. En la reducida escala donde juega, desborda veracidad y, directamente, vida... y el resultado es grande, casi inmenso.
B

'Babadook, The': El terror, poco a poco, vuelve a dar señales de vida. Sale momentáneamente del coma al que le sometieron las majors y cuando despierta, nos mira con los ojos inyectados en sangre. Como hacía antes. Nosotros, saltamos de la butaca y nos llevamos todos nuestros miedos (que también han resucitado) a casa... como nos sucedía antes. El primer largometraje de Jennifer Kent es, y no hay otra, un prodigio del género. Básicamente porque le da conciencia propia, y nos deja claro que todo, absolutamente todo, cabe en él. Es más, todo, absolutamente todo, debe entenderse a través de él. El Hombre del Saco vuelve a llamar a la puerta desde Australia, y lo hace para que volvamos a mirar debajo de la cama antes de ir a dormir, para que nos tapemos del todo con la manta (por lo que pueda pasar...) y para que nos replanteemos el sentido mismo de temas tan universales como la maternidad, la pérdida, la soledad y la locura. El monstruo, como no podía ser de otra forma, es el enemigo... pero también la clave para darle sentido al horrible caos que nos envuelve.

'Battered Bastards of Baseball, The': Notable documental; MVP especializado en trascender. En el libro prohibido del baseball, nos topamos con una historia que cuando nos pensábamos que nos hablaba del pasatiempo nacional yankee, en realidad lo hacía del deporte. En toda su inmensidad. Y cuando pensábamos que trataba sobre esto último (casi nada), en realidad lo hacía sobre el híper-loable carácter inconformista del outisder. David contra Goliat, pero a lo bestia. A lo USA. Un equipo de renegados contra el establishment... y con vistas de final feliz para el pequeño. Chapman y Maclain Way sacan el máximo jugo de una historia que rebosa cine por todos los lados (en sus orígenes encontramos al clan Russell o a Todd Field... en sus consecuencias descubrimos que, después de este documental, ya hay película anunciada) golpeando una y otra vez al espectador con su sentido de la comicidad y de la épica (imprescindible para ello la estupenda partitura de Brocker Way), que es deportiva, claro, pero profundamente humana a la vez.

'Boyhood': Y Linklater lo volvió a hacer. Ni un año pasó para que tuviera que reeditar la conquista de Sundance. En la edición anterior lo hizo con la casi-perfecta 'Antes del anochecer'; en ésta con una película tan colosal como su planteamiento técnico: Contar la infancia de un chaval y rodarla, literalmente, a lo largo de 12 años. A ver quién lo supera. Lo mejor es que 'Boyhood' consigue sobrevivir a esta monstruosidad (en el buen sentido) de punto de partida. Sí, pasarán a la historia esas más de dos décadas de concepción (qué bestia...), pero también debería hacerlo la naturalidad con la que Linklater, apoyado en las magníficas interpretaciones del elenco de actores al completo, nos planta la vida misma ante nuestros morros. Sin regodearse en lecciones vitales; sin querer pasar a la posteridad... pero haciéndolo, irremediablemente. Es, como nuestra existencia, un drama, una comedia y hasta una película de terror. Esencialmente insignificante y, aun así, inabarcable. Indescriptible, en definitiva. Imposible a través de las palabras... con imágenes, ya es otra cosa. El tiempo se deforma hasta extremos impensables. Ni Dalí. En menos de tres horas de metraje han transcurrido doce años, pero las manecillas de nuestro reloj biológico se han quedado inmóviles. Milagro.
C

'Camp X-Ray': La ficha artística no miente... aunque no todo se explique a través de ella. El nombre que más destaca es el de su actriz protagonista, quien para no contradecir a su ilustre hoja de servicios, vuelve a reforzar candidatura a Peor Intérprete de la Historia. Kristen Stewart es la estrella principal y ahí es donde, efectivamente, empiezan a fallar las cosas... pero volcar todas las culpas en la reina de la no-interpretación es, por lo menos, injusto. El problema más gordo de esta improbable historia de amistad (¿y de amor?) entre una joven militar y un preso de Guantánamo está precisamente en su improbabilidad, convertida en indignante y peligrosa ingenuidad. Porque resulta que no estamos en una de las últimas aberraciones de la historia de la humanidad; estamos en Azkabanm y aun así, todo es cansino, pesado, aburrido... y sí, increíble. En el mal sentido. Ni Payman “Nader” Sattler lo arregla. Un desastre de juzgado de guardia.

'Cerrajero, El': El segundo largometraje de Natalia Smirnoff hace gala del discreto encanto de las películas con vocación pequeña, pero con aspiraciones por encima de su apariencia. Muestra auténtica de realismo mágico (la rutina laboral y amorosa de un cerrajero da un giro de 180º el día en que el hombre descubre que tiene un don de lo más atípico: con solo poner el ojo en el cerrojo de sus clientes, es inmediatamente capaz de desnudar todas sus intimidades), sus virtudes se esconden detrás del semi-pétreo rostro de su protagonista, Esteban Lamothe. Hay que saberlas desbloquear, con paciencia y oficio, porque al otro lado de la puerta quizás se encuentre alguna que otra verdad innegociable acerca de los intrincados mecanismos que determinan la dirección que tomará tanto nuestra vida como aquella de los que nos rodean.

'Cold in July': Jim Mickle, ese “otro” autorazo, se olvida por un momento del terror en el sentido estricto y hace que no lamentemos esta decisión. La razón del cambio es buenísima, y es que resulta que trajinando por su videoteca, se topó un día con una de estas películas de las que ya no se hacen. Su acción se desarrolla a lo largo del año 1989, en el este de Texas, y parece que realmente esté rodada en este sitio; en este año... solo que está protagonizada por Michael C. Hall, Don Johnson y Sam Shepard, quienes, como quien no quiere la cosa, acaban conformando un “grupo salvaje” para el recuerdo. No es ninguna paradoja temporal, es otra demostración de la enorme valía de Mickle. Lo suyo no es nostalgia (un poco, sí), es más bien conocimiento histórico aplicado magistralmente para acabar confeccionando lo que sin duda es una máquina del tiempo perfecta. Bendito regreso al pasado... con su ritmo, su gestión calculadísima de los recursos, su violencia despiadada que pilla por sorpresa, y su filosofía... ahora mismo tan incómoda pero (y en esto somos todos más o menos culpables) también tan añorada. Se acabó el suspirar, a disfrutar se ha dicho.

'Cooties': Elijah Wood sigue abonado al cine de género. En este caso, protagoniza y produce una película en la que, desgraciadamente, todo se queda en las expectativas. Una remesa de pollo en mal estado causa una infección entre los mocosos de un centro de educación primaria. El resultado es una ingente horda de pequeños zombies (más o menos...) que pondrán a prueba los límites morales del profesorado. Prohibido pensar (por respeto) en el clásico de Narciso Ibáñez Serrador, pues si de algo está contagiada esta película es de la torpeza de sus directores. Jonathan Milott y Cary Murnion ejecutan sin gracia ni riesgo las bromas de un guión que tampoco es precisamente la flor y nata de la inspiración. Salvo por la balsámica intervención de alguna que otra pinceladita gore, el producto aburre hasta la irritación. Un escalofriante ejemplo de los peligros de la incompetencia: si algo asusta aquí es el imperdonable despilfarro de potencial. No busquen a Rainn Wilson, es como si no estuviera.
D

'Dead Snow 2 (Red Vs. Dead)': Ó Tommy Wirkola recuperando nuestro amor después de su desastroso desembarco en los Estados Unidos. Back to Classics... y a lo grande. 'Dead Snow 2' es, ante todo, una secuela modélica. El “más-y-mejor” adquiere un nivel exorbitado, llevando la gamberrada originaria dos, o tres, o cuatro, o cinco... peldaños más allá. El cineasta noruego destripa todos los tabús del género y pone al servicio de la astracanada una técnica asombrosa, firmando así un nuevo hito del género. El gore creativo (se) explota hasta que no queda bicho vivo (o no-muerto) en cincuenta kilómetros a la redonda. La hemoglobina, los intestinos y los miembros seccionados dialogan y se pelean entre ellos y Wirkola se ríe, junto a la audiencia, a carcajada limpia. (Mal)sanísimo divertimento, trepidante, espectacular y desternillante. Una nueva cumbre a superar en la pringosa celebración del splastick.

'Dinosaur 13': Más que sobre uno de los descubrimientos más importantes en la historia de la paleontología (esto es, el del esqueleto de un tiranosaurio conservado en un estado casi-perfecto), el documental de Todd Miller trata sobre las bromas -crueles- que a veces nos tiene preparadas el destino. Su mayor virtud (la banda sonora de Matt Morton) acaba convirtiéndose en la delatora de su mayor pecado. Cuando el informe se transforma en un alegato lacrimógeno; cuando lo sentimental traiciona a una historia que no precisaba de estos recursos. Cuando lo cargado se carga, nunca mejor dicho, a una narración bien entendida en el plano teórico... pero desastrosa en lo que a sinceridad emocional se refiere.
F

'Frank': Lenny Abrahamson se sirve de “lo raro” para hacer avanzar (a veces demasiado a trompicones) un relato que en un principio parece que sólo nos hable de, una vez más, “lo raro” (¿o acaso hay otra manera para definir la decisión de ocultar el rostro de Michael Fassbender bajo una máscara / escafandra a los Chris Sievey?). Al final, uno se da cuenta de que detrás de las marcianadas de esta marcianísima banda de rock avantgarde, hay una amarga, melancólica y divertida (todo eso, a ratos) reflexión sobre qué implica ser el factor diferencial en una sociedad cada vez más abonada a la homogeneidad. Al igual que los diversos tonos adoptados, funciona (y muy bien)... a ratos.

'Fishing Without Nets': La respuesta inmediata al 'Capitán Philips' de Greengrass viene de parte de un indie que, definitivamente, ha perdido casi todos los complejos. Esta "pesca sin redes", correctamente recompensada con el Premio a la Mejor Dirección, es sobre todo una asombrosa muestra de músculo realizador. El esfuerzo -técnico- a la hora de narrar el problema de la piratería en aguas somalíes desde el punto de vista de los supuestos "bad guys", es mayúsculo, y Cutter Hodierne lo lleva con sorprendente pulso. No se escatima en un impacto que se hace notar, por el contrario, las cuentas no acaban de cuadrar en el plano emocional. El drama (a dos bandas) está -muy- bien documentado y plasmado, pero a la película le cuesta horrores que el factor humano se lance al abordaje del patio de butacas.
G

'Guest, The': Ya era oficial pero ahora lo es todavía más: Adam Wingard es un autor como la copa de un pino. Después de la -necesariamente- sorprendente 'You’re Next', el enfant terrible del mumblegore demuestra que su propuesta (los endiablados juegos malabares de géneros) es un imparable todoterreno, y que por esto puede aplicarse a cualquier situación. ¿El 'Teorema' de Pasolini combinado con las secuelas de la Guerra de Irak? Con Wigard es posible, deliciosamente imprevisible y terriblemente divertido. Porque de nuevo, nadie ni nada está a salvo, y así, los tótems más sagrados de la sociedad y de propio arte cinematográfico van sincronizando sus temblores... de puro miedo; de puro nervio.
I

'I Origins': Mike Cahill ha pasado la prueba de fuego... y sin estar tan sustentado por Brit Marling. Lo de 'Another Earth' no fue obra de una One Hit Wonder, sino el que parece ser el primer paso en la carrera de un talento cuya ambición no conoce límites y que, por lo visto, sabe lo que se hace. Como muestra, su segundo largometraje, que a lo largo de sus casi dos horas de metraje al principio decide poner a prueba la fe de los nuevos fieles. Empieza la película con una promesa chocante: un descubrimiento científico que podría cambiar el destino de toda la humanidad. Pero los minutos transcurren y los resultados no se deciden a llegar. La primera mitad de 'I Origins' discurre entre la auto-contemplación ocular (es posible), la cháchara y una empalagosidad cósmica. Por suerte, justo a la mitad del recorrido todo se pone patas arriba, y la ciencia-ficción, que hasta el momento era poco más que palabrería estéril, se transforma en alma; en espiritualidad no-embaucadora que eleva a un autor que, una vez más, nos da las herramientas necesarias para que, una vez terminada la película, seamos nosotros los que la continuemos. Impagable.

'Internet’s Own Boy: The Story of Aaron Swartz, The': Brian Knappenberger sigue inmerso en el ciberespacio. En esta ocasión, nos acerca a la historia de uno de sus más ilustres -y trágicos- protagonistas. Aaron Swartz, co-fundador de la mega-web reddit e incansable activista a favor de la colectivización de la propiedad intelectual. El suicidio de este prodigio de la programación a la temprana edad de 26 no hizo más que avivar el debate en torno a la red de redes, gigantesco monstruo que, desgraciadamente (o “afortunadamente”, según como se mire) se ha convertido en el síntoma más ilustrativo de nuestra era. En el caos de internet, el director de este apreciable documental se topa con una tragedia humana clásica. Sus intenciones con ella son las de dotarla de una calidez que parece haber abandonado la mesa sobre la que ponemos el ratón y el teclado. El trasfondo (es decir, el de un mundo que todavía no se sabe por dónde demonios hay que empezar a reconfigurarlo) asoma la cabeza sin necesidad que lo empujen demasiado; las conclusiones, como debería ser siempre, quedan en manos del patio de butacas.
J

'Jamie Marks is Dead': Carter Smith, el cafre de la muy reivindicable 'The Ruins', sigue indagando en el terror, pero en esta ocasión atacando al corazón, más que a la vista. Atrás quedan los -bienvenidos- excesos gore para adentrarnos, ahora, en un cuento de fantasmas con la siempre conflictiva entrada en la edad adulta como telón de fondo. El factor fantástico está tan herméticamente implantado en el también híper-hermético universo de la High School que a veces el resultado, directamente, es ridículo. Pero cuando nos olvidamos del terror (Smith quizás lo haga demasiado bien), queda la valentía de un filme que no duda a la hora de arriesgarse y abordar un tema sobado que quizás sí necesite de nuevos enfoques y perspectivas. En este sentido, el fantastique cumple su cometido, y hace que las hormonas de la adolescencia se conviertan en una incontrolable fuerza sobrenatural capaz de destapar violentamente (por puro efecto colateral), toda la mierda que el mundo ha ido ocultando alrededor nuestro. Elemental, si se piensa fríamente.
K

'Killers': Kimo Stamboel y Timo Tjahjanto (AKA The Mo Brothers) vuelven a la carga (aparten a los niños) con una película que demuestra que el cine, al igual que el mundo al que sirve de espejo, cada vez entiende menos de fronteras. Las del género, se cosen a puñaladas, las territoriales, se diluyen a través de una filmación que navega entre Indonesia y Japón. Es efectivamente, una película que se empapa de estas dos naciones. Doble pasaporte pues para una historia que maquilla su espíritu moralizador con rojo-sangre. La tensión entre dos asesinos va subiendo merced a una macabra competición a base de snuff movies firmadas, por supuesto, por ellos mismos. La violencia se convierte en algo más que una excusa para atraer al público ávido de experiencias fuertes (ésta, que no quepa la menor duda al respecto, lo es); se convierte en una contundente (aunque no siempre convincente) arma arrojadiza para arremeter contra unos tiempos despiadados, en los que “lo humano” definitivamente ha pasado a ser el peor de los insultos.
L

'Laggies': La deriva en la que entró el año pasado la ex-musa (nótese el prefijo) indie Lynn Shelton va esclareciéndose. Definitivamente, no estamos en los terrenos del mumblecore. Parece, además, que no estamos ni en el reino de lo independiente. 'Laggies', más allá de cuatro aspectos que caen en el mero detalle, es puro mainstream, lo cual no tiene nada de malo, sólo que plantea, una vez más, el incómodo debate de hacia dónde está yendo Sundance y, por ende, el cine del que dice hacer bandera. Debates snobs aparte, lo que Shelton ha hecho en esta ocasión es una comedia ligeramente angustiada sobre el miedo a hacerse mayor. Ya saben, trabajo, matrimonio, hijos... compromisos. Buf. Ante tal panorama, a Keira Knightley (que por cierto, no es la única estrella involucrada en el proyecto) le entra la crisis de ansiedad y huye de todo y de todos. Lo que pasa es que las segundas oportunidades que ofrece la vida son imprevisibles, con que el castillo de cartas que había ido construyendo desde los primeros años de instituto se desmorona en un abrir y cerrar de ojos. A la película de Shelton no es que le pase lo mismo, pero mantiene la compostura asentándose en mínimos (de risas, lágrimas y otros aciertos vitales) auto-condescendientes y confiando en que los actores cumplan con su deber... y lo hacen. Y ya.

'Land Ho!': Dos ex-cuñados (peligro a la vista) bien entraditos en edad (ídem) se reencuentran después de mucho tiempo para ponerse al día y para revitalizar su antigua amistad. El problema (o no) es que uno de ellos ha planeado en secreto un viaje para los dos a Islandia. Es el punto de partida de la colaboración entre Aaron Katz y Martha Stephens, joint venture auspiciada por, atención, David Gordon Green, quien para la ocasión ejerce de productor ejecutivo. La mano de este último pequeño/gran genio se nota en cada diálogo, cada situación y desenlace. Las luces y sombras de los dos ancianos se descubren con naturalidad y con una característica melancolía alegre, al borde de lo extraterrestre, pero siempre de una humanidad plenamente accesible. Como en la relación de amor-odio que, al fin y al cabo, mantenemos con el resto de la especie La cinta, así como sus personajes, se hace(n) querer... sin buscarlo, pero consiguiéndolo por algo tan irrefutable como la ley de la gravedad. El amor, a veces, cae por su propio peso.

'Last Days in Vietnam': Se confirma, por si todavía había dudas al respecto, que el Canal Historia, para bien o para mal, ha creado escuela. El documental de Rory Kennedy sigue al pie de la letra el manual de dicha factoría. De nuevo, en lo bueno y en lo malo. Lo -televisivamente- convencional se apodera del impactante relato de los últimos y dramáticos días (hablamos, por supuesto, del bando perdedor) de la Guerra del Vietnam. Sin sorpresas ni en el planteamiento ni en la ejecución de la narración, pero con un gran rigor y clarividencia a la hora de recopilar testigos y material de archivo. El mérito está en que unas formas ya vistas nunca pierden en interés; y que una Historia en teoría ya conocida, sigue descubriéndose como un notable ejemplo de intriga, suspense y, por qué no, heroicidad.

'Life After Beth': Para quien dudase del excelente estado de forma por el que está pasando actualmente el cine de género, el debut en la dirección de Jeff Baena va y reivindica a la figura del zombie como utensilio totalmente legítimo a la hora de dotar de más profundidad a aquellos que están más cerca (porque así nos lo han enseñado) de la universalidad. Los peligros de no saber / querer pasar página se transforman, gracias a una aún-más-adorable Aubrey Plaza retornada de la muerte, en una excelente desdoblamiento de la comedia clásica, que aquí se muestra en sus facetas de romántica, negra y, por qué no, apocalíptica. Los tortolitos van de la mano de los muertos vivientes, y ante el asombro del respetable, se dan cuenta de que el amor está en el aire. No es que no se estorben, es que se necesitan el uno al otro. Desesperadamente. Que cunda el ejemplo.

'Life Itself': La “vida misma” de Roger Ebert hecha película. Estaba escrito. De 1942 a 2013, Steve James coge el libro de instrucciones (la autobiografía del famoso crítico y escritos) y no se mueve de ahí. Falla, imperdonablemente a la hora de recrearse,muy sádicamente en los últimos y penosos momentos de Mr. Ebert, pero recupera la dignidad (la propia y la ajena) cediendo la voz y el timón a la estrella. La fibra sensible está permanentemente expuesta (cosas de las heridas que, por falta de tiempo, todavía no han cicatrizado), pero los atajos emocionales se perdonan con facilidad cuando uno se da cuenta que la única intención del director es rendirle a su buen amigo el homenaje que se merece. El cine, las borracheras, los grandes artículos y las trifulcas de amor-odio pasan a un segundo plano. Se entiende... Y descanse en paz.

'Locke': Los buenos informes que llegaron desde la Mostra de Venecia no mentían. El salto de Steven Kight de las labores de guionista a las de director (sin olvidar las primeras, ojo), es seguramente uno de los mayores motivos para la celebración por parte de la cinematografía británica. Las Islas nos han dado a un nuevo cineasta al que seguirle la pista, y con éste van... Listas aparte, la propuesta de 'Locke' es tan claustrofóbica (el único escenario de la acción es un coche, donde encontramos a un hombre que conduce mientras su vida se va desmoronando a una velocidad cada vez más vertiginosa) como apasionante e indudablemente bien llevada. La asfixia no sólo es física (que también), sino también emocional... hasta espiritual. Está claro, no hay mejor manera que estrujar el cuello que a través del buen desarrollo de personaje(s). Road movie de corte teatral, el sustento, más allá de la estilosa fotografía a cargo de Dickon Hinchliffe, está en la medidísima y potencialmente explosiva interpretación de Tom Hardy, quien no pierde la ocasión -otra...- para reivindicarse como uno de los actores más terroríficamente brutales de su generación.
M

'Mr Leos Carax': En su fracaso está lo bello. El documental de Tessa Louise-Salomé es incapaz de concretar su propósito (condensar en poco más de hora y cuarto la esencia de Leos Carax)... lo cual no hace sino reforzar la magia, misterio y embrujo que rodea a este eterno enfant terrible. Al puzle planteado tanto por su enigmática personalidad como por su apasionante filmografía le faltan piezas, bien porque nunca deberían ser encontradas, bien porque la directora es incapaz de reunirlas (en este sentido, hay que lamentar la a la postre insuficiente colección de testigos alrededor del objeto de estudio). En cualquier caso, la cinta acaba siendo una excusa, tan buena como cualquier otra, para dejarse tentar, una vez más, por el inconfundible magnetismo de un cineasta totalmente fundido con su obra. Maravillosa y desesperantemente insondable... tanto él como ella, claro.
O

'Overnighters, The': La vida, perrísima donde las haya, en uno de los culos oficiales del mundo convertido, de la noche a la mañana (y por obra y gracia de los “pozos de ambición”) en una súper-apetitiva mina de oro. En Estados Unidos también hay crisis, y buena parte de sus víctimas se dirigen hacia Dakota del Norte, en un intento desesperado para encontrar trabajo en la obscenamente lucrativa industria del petróleo. El documental gira en torno a un personaje memorable: un reverendo dedicado en cuerpo y alma a cuidar de todas las ovejas descarriadas (y no son pocas). La empresa, indudablemente noble, choca no obstante con las dudas y miedos de una comunidad que no ve con buenos ojos este nuevo flujo migratorio (por muy interno que sea). El trabajo del director Jesse Moss se sobrepone a una estructura algo confusa, a través de la estimable confección de un mosaico social tan atípico como los tiempos que nos ha tocado vivir. Cada pieza es un momento o una situación desgarradora; casi surrealista. La imagen general nos enseña, directamente, la cara más desesperanzadora de la derrota.
R

'R100': O sobre cómo Hitoshi Matsumoto consiguió lo que a priori parecía imposible: que su cine siga sorprendiéndonos; siga cogiéndonos descolocados. Su cuarto largometraje es una vuelta a los orígenes después del agradable paréntesis de 'Scabbard Samurai'. Es, pues, otra desenfrenada celebración de la creatividad artística más desbocada. Un hombre gris da un giro de 180º a su gris existencia cuando decide contratar los servicios de una peligrosa agencia especializada en ofrecer servicios sadomasoquistas a sus clientes. Más allá de hurgar en el insondable submundo de las perversiones de una sociedad ridículamente estirada, Matsumoto decide reírse del propio arte de confección cinematográfica, y como suele pasar en la nación del sol naciente, el desmadre exterior es en realidad puro cálculo milimétrico. Caótico en apariencia, pero lúcido y estimulante una vez la mandíbula ha vuelto a encajarse.

'Raid 2, The': Gareth Evans, ese monstruo que hará dos años nos ofreció una de las mejores películas de acción de la historia, no ha faltado a su promesa. La secuela de aquel prodigio es exactamente lo que esperábamos de ella. Tanto en el sentido positivo como en el negativo. La continuidad entre antecesora y precursora es respetada a rajatabla, pero el tono se dramatiza, y la ambición se eleva a la enésima potencia. Ya no sólo se trata de descargar adrenalina (aunque en estas labores, actualmente son poquísimos los que superan a la pareja Evans & Uwais), sino también de mezclar el cine de artes marciales más desbocado con la tradición más noble del relato criminal. Las dos horas y media de metraje, como no podía ser de otra manera, agotan (de nuevo, en el buen y el mal sentido); hasta se pierden en su aberrante (ídem) inmensidad, pero el titánico encadenado de set pieces no deja lugar a dudas: ésta es, seguramente, la oda definitiva a la melée, a los miembros rotos, a los huesos partidos, a las weapon-of-choice, al combo, al counter-attack, al fatality... en definitiva, a todo aquellos placeres violentos que te hacen salir de la sala como si acabaras de recibir la paliza de tu vida.

'Rudderless': El debut en la dirección de William H. Macy parece estar condenado (aunque no de forma demasiado severa) por una fuerza superior que, como tal, escapa a nuestra comprensión. 'Rudderless' está surtida de golpes de efecto de alto impacto (la historia empieza el día en que un padre descubre que su hijo se ha suicidado justo después de haber perpetrado una sangrienta matanza en su universidad) y las piezas parecen gestionarse bien (un Billy Crudup muy puesto en el papel de progenitor destrozado por la tragedia; un poderoso aprovechamiento del poder martirizador y a la vez exorcizador de la música) durante todo el metraje... aun así queda claro que casi nada en ella sobrevivirá demasiado tiempo en la memoria. Y es que a esta agradable (sí) combinación entre el desgarro más insoportable y la esencia del feel-good más puro le sucede lo mismo que a la mayoría de actuaciones musicales en directo en el bar de la esquina: mientras duran te vas dejando llevar por los decibelios, pero cuando pagas las consumiciones, te das cuentas que apenas puedes tararear ningún estribillo; entiendes que lo que escuchabas era poco más que una buena música de fondo.
S

'SEPIDEH: Reaching For the Stars': En un pequeño pueblo rural alejado de la gran ciudad de Teherán, una niña, cuyo héroe es ni más ni menos que Albert Einstein, sueña en convertirse en astrónoma y, por qué no, en viajar a las estrellas. El documental de Berit Madsen se obsesiona con la idea desde la cual parte, y ahí se queda durante hora y media. El mundo puede ser un lugar maravilloso; lleno, a rebosar, de magia... si aceptamos entrar en el juego y creernos esta visión tan naif de la vida, la experiencia puede convertirse en un amable cuento de hadas en el que la no-ficción (?) se viste de efectiva feel-good movie. Excesiva (y mucho) en su desconexión con la realidad, pero efectiva en la fantasía en la que se mueve. Además, ¿quién somos nosotros para cargarnos los sueños de la chavalada?

'Signal, The': Otra -sorprendente- muestra de que al indie cada día le quedan menos barreras (por lo menos físicas) que romper. William Eubank deambula con pleno conocimiento de causa entre el thriller geek, el drama teen, el relato de terror y la ciencia-ficción más desquiciada. En este último terreno es donde se planta el -tardío- campamento base. Ahí, el director de 'Love' pone todo su poderío visual al servicio de una aventura hipnóticamente desconcertante y espectacular (en letras mayúsculas), tanto en sus escenas más adrenalínicas como en la certeza de que, con una imaginación sin trabas, las fronteras dejan de existir. Y volvemos al principio, que en realidad es el final, lo cual tiene todo el sentido del mundo... y ninguno en absoluto. La mente quizás haya implosionado, lo mismo que el concepto “imposible”.

'Skeleton Twins, The': Ocho años después, sigue percibiéndose, y de qué manera, la sombra de aquel monstruo de la empatía que llevaba por título 'Pequeña Miss Sunshine'. Como en aquella perla del indie, lo amargo (el doble intento de suicidio, el mismo día y en sitios diferentes, por parte de dos hermanos que hace tiempo que perdieron el contacto) se recubre de sonrisas, no por cobardía, sino por encomiable y muy respetable filosofía de vida. El talento cómico de Kristen Wiig y de Bill Hader se pone al servicio de este más-que-correcto (en lo que al cumplimiento de objetivos se refiere) drama cómico sobre la fragilidad (y el valor incalculable) de los lazos fraternales. La dupla protagonista nada en todos los registros como pez en el agua, y tira de química a la hora de dar continuidad e intensidad al discurso del director y co-guionista Craig Johnson, quien se enfrenta a los obstáculos de la vida a veces con posado serio y otras con una sonrisa de oreja a oreja, cambiando de chip con una coherencia que desarma. Lo mismo -casi- que en la ópera prima de Jonathan Dayton y Valerie Faris, se acuerdan, ¿verdad?

'Sleepwalker, The': Se demuestra por enésima vez que la convivencia harmoniosa y pacífica no es más que una enclenque ilusión. En otras palabras: “Cuantos más seamos, más nos pelearemos.” Mona Fastvold debuta con un thriller / drama psicológico que se cree mucho más listo de lo que realmente es. Dicha descompensación queda tapada bajo el avanzadísimo (más teniendo en cuenta que hablamos de una rookie) dominio de una técnica que tiene en lo perturbador su lógico pero demasiado obvio objetivo principal. Como Sean Durkin en su celebrada ópera prima, pero sin tanta honestidad. La película mide exquisitamente los recursos sensoriales (buen aprovechamiento de la música; excelsas composiciones de claroscuros) e indudablemente incomoda... pero porque lo busca desde el primer fotograma, no porque se produzca como derivación natural de sus intenciones.
T

'Trip to Italy, The': Los jetas, al principio despiertan nuestro odio. Porque a pesar de todo sobreviven, y normalmente a cuerpo de rey. Pero también, y esto es muy humano, los admiramos. Hasta nos caen bien, porque, por razones que escapan a la razón, son divertidos. Michael Winterbottom, Rob Brydon y Steve Coogan son unos jetas de campeonato. Montan una fiesta, nos invitan a ella pero “sólo” nos dejan mirar. Por si fuera poco, vuelven a hacerlo apenas pasados dos años, y nosotros, que somos así, volvemos a caer ante su encanto. Después de 'The Trip', vuelve el -simpático- choque de egos (delante y detrás de las cámaras) y nada ha cambiado desde la última vez. El paisaje, quizás, que presencia (ahora sí) lo mismo: dos colegas pegándose la vida padre, riéndose con sus bromas internas, imitando a cualquier otro actor que les venga en mente e inflándose a base de buena comida y buen alcohol. El espejo ahora está plantado en Italia, y su reflejo nos muestra a un Coogan, un Brydon y un Winterbottom que apenas caben en el marco. Y sigue teniendo su gracia, por supuesto.
V

'Voices, The': Marjane Satrapi ahora baila sola, y para celebrarlo hace las maletas y se va a los Estados Unidos. Allá le espera un muy entonado Ryan Reynolds, que resulta que está colado por Gemma Arterton, aunque también le hace tilín la buena de Anna Kendrick. Importante, en los aferes amorosos (y laborales, y de salud... y en todo lo que haga falta), saltan a la palestra dos consejeros con los que no contábamos: un gato malvado y un perro bonachón. Es, ciertamente, un chiste. Una comedia negra en la que el protagonista oye voces. Por supuesto, el pobre diablo está como una regadera... pero esto no quita que todo el mundo en su entorno esté igualmente afectado. Satrapi se va a lo más profundo de su nuevo país de acogida... y se ríe en su cara. El dedo acusador (y socarrón) apunta hacia una América bunkerizada en su propia demencia y en una nostalgia fruto de unos tiempos pasados (es decir, mejores) que, tal vez, jamás existieron. La película, por su parte, corre el riesgo de quedarse anonadada, escuchando voces (en otras palabras, juega con fuego a la hora de no ir más allá de lo meramente anecdótico), pero por lo que nos cuenta su directora, las apariencias engañan, y a la que los -antológicos- créditos finales empiezan a desfilar, todo queda claro: los dardos envenenados han hecho diana, y la víctima, lejos de yacer muerta, se encuentra danzando en pleno delirio, a solas con su propio ridículo.
W

'What We Do In the Shadows': La siempre interesante dupla compuesta por Taika Waititi y Jemaine Clement coge el relevo de Vincent Lannoo en el título de culto 'Vampires' y demuestra de nuevo que el falso documental casa muy bien con el universo -colectivo- de los chupasangre. El mundillo nos lo sabemos al dedillo, como si fuera una de nuestras lecciones favoritas (y de hecho lo es), pero sigue siendo una fuente casi inagotable de alegrías y placer freak comunitario. Sin llegar a funcionar tan bien como el citado mockumentary de Lannoo, 'What We Do in the Shadows' contraataca con una metralleta de gags con un grado de acierto más que aceptable. Las risas fluyen al mismo ritmo que las referencias, en un saludable ejercicio de desmitificación, fruto del ya clásico choque entre la ficción y lo cotidiano. Nosferatu se sube literalmente por las paredes: se ha convertido en un chiste. Aunque de esto ya hace tiempo, lo que han hecho Waititi & Clement ha sido remarcarlo... y aprovecharlo El chiste, por cierto, tiene gracia, a veces mucha.

'We Come As Friends': Sin duda, EL gran documental este año en Sundance. A la altura de su pedigrí. Hubert Sauper ahonda en la herida de la notable 'La pesadilla de Darwin' y firma un trabajo aún más imprescindible; aún más necesario. Más que sobre el nacimiento de una nación (concretamente, el de Sudán del Sur, el país más joven del mundo), la película trata sobre las ruina (es decir, África) que quedan tras el abominable paso de los amos del mundo (es decir, occidente y otras súper-potencias invitadas a este banquete grotesco). La realidad, a ojos del director, muta en un monstruo repugnante, directamente llegado del mismísimo corazón de las tinieblas. Y no hay manipulación (no hace falta), más allá del arte quirúrgico de saber colocar la cámara en el momento y el sitio indicados. Brutal.

'Web Junkie': Shosh Shlam y Hilla Medalia nos llevan en este documental al corazón de una de las problemáticas más recientes y significantes (significativas también, si se quiere) de nuestra época. China se ha convertido en el único (dejémoslo en “primer”) país del mundo en declarar la adicción a internet como una enfermedad oficial. De hecho, ésta supone, para el gigante asiático, la principal preocupación en materia de sanidad pública concerniendo a sus habitantes más jóvenes. Para combatirlo, nada mejor que un poco de vieja medicina. 'Web Junkie' es material de primera directamente proveniente de una de las 400 academias militares designada para que los jóvenes adictos se desintoxiquen de la red de redes. A las buenas o a las malas... no hay que ser demasiado avispado para acertar cuál de las dos opciones es la que se acaba imponiendo. Pero resulta que la lista de prioridades de estos directores no está encabezada, ni mucho menos, por el hecho de recrearse en la crudeza de la terapia de shock, sino en profundizar en las destrozadas relaciones familiares de una sociedad a la que le falta tiempo (como en casi todo) a la hora de tratar de comprender por qué está perdiendo, a marchas forzadas (de nuevo, como en casi todo), el don de la empatía humana. Continuará...

'Wetlands': Queda terminantemente prohibido entrar a la sala de proyección con el estómago inmerso en el proceso de digestión. El riesgo de vomitona es demasiado elevado. El objetivo del director David Wnendt es mucho más complicado de lo que en un principio pueda parecer: provocar durante una hora y cuarenta minutos. Desde los títulos de crédito iniciales (en los que se nos advierte que lo que estamos a punto de ver es la adaptación de un libro pensado para no poder ser adaptado) hasta la escena de cierre (cuando lo acaramelado se ha tomado -ligera- posesión del filme). Lo asqueroso como principal motor / motivación narrativo(a) y el encanto guarro de Carla Juri para poner el resto. Canto nihilista a las hemorroides, a las almorranas y a las infecciones vaginales. Las risas se combinan, como nunca antes, con las arcadas, y la comedia romántica (por así catalogarla) se envilece a ritmo frenético y con estilo tan fresco como impactante. ¿Y qué si en la recta final la bestia afloja un poco el ritmo? Para aquel entonces, el suelo ya está inundado de fluidos corporales (todos los que vengan a la cabeza).

'Whiplash': El nombre de Sunance ’14 sin duda fue el de Damien Chazelle. Con él empezamos (el primer pase de prensa fue el dedicado a su película) y con él terminamos. El Premio a la Mejor Película no vino sólo de parte del Jurado, sino también del Público. Unanimidad total para una película que realmente la merece. Este filme sorprendente a todos los niveles, inunda al espectador con su concepción total del sonido. La batalla entre Miles Teller y JK Simmons (soberbios ambos dos) es sólo la punta de un iceberg capaz de hundir a cualquier transatlántico. La cinta, dotada de un sentido del ritmo solamente al alcance de los grandes virtuosos del jazz, es además una apabullante exploración de los límites a los cuales deben llegar los -poquísimos- destinados a alcanzar la sublimidad en el mundo del arte, que puede llegar a ser el más resquebrajado y terrible espejo de nuestra existencia. Brutal, precisa, inteligente, súper-dotada... con uno de esos clímax finales llamados a entrar por la puerta grande en la historia del cine. Estas puertas, por lo visto, están igualmente abiertas para Chazelle... Damien Chazelle.

'White Bird In a Blizzard': El tiempo no perdona a nadie. Ni al eternamente joven Gregg Araki, quien, por mucho que a algunos nos pese, parece haber madurado. La deliciosa puerilidad y la contundente rabia (hacia el mundo, en general) de esta abanderado del New Queer Cinema parecen haberse diluido para dejar paso a un deje más templado, amenizado, esto sí, con algún que otro brote de aquel cineasta tan destroyer al que tanto llegamos a querer. Su nuevo trabajo se funde con la prosa lírica de Laura Kasischke, en ella, brilla con luz propia, una vez más, el encantador talento de Shailene Woodley, y se filtra, poco a poco, y con tono de thriller policíaco pseudo-pulp, una desolada desmitificación de la idílica vida suburbial estadounidense. El deseo (tanto en su “voluntad” como en su “falta”) se convierte entonces en la vía de acceso a una mejor comprensión de la siempre confusa revolución hormonal. Los elementos que ayudaron a la creación de la mejor versión de Araki están ahí... pero no con aquella característica desmesura, lo cual, a malas, quizás ayude a hacer más accesible el discurso de uno de estos autores que ha hecho méritos suficientes para salir de la sombra al que, de momento, le ha confinado la Historia.

'Wish I Was Here': Y Zach Braff, efectivamente, “estuvo aquí”. En el fondo, “lo deseábamos”. Basta. Gracias a la aún palpable estela del encantador “J.D.” y gracias también, y por supuesto, al crowdfunding. Es importante tener esto último en cuenta (el que el segundo largometraje del autor de 'Garden State' seguramente no habría llegado a ver la luz de no ser por la intervención directa de la masa de fans), porque lo que en realidad tenemos aquí es un producto pensado para satisfacer en todo momento al gran público. Sin demasiado amor propio pero innegablemente con mucho oficio. La historia de una familia que se cae a trozos debido a las dudas existenciales (más bien pueriles) del padre es a efectos prácticos la constante (e indiscriminada, y descarada...) búsqueda de la epifanía definitiva. Una lleva a la otra, y la siguiente siempre es más grande; más contundente. Vista fija en el horizonte, salado por el mar de lágrimas brindadas. De felicidad, de tristeza... de emoción. Tan falso y cursi como, en el fondo, simpático, tierno y, admitámoslo, efectivo.
Y

'Young Ones': La siempre memorable presencia de Michael Shannon basta (y sobra) para que este atípico y fascinante western empiece a caminar (y más adelante, a trotar) por su propio pie. Jake Paltrow no le teme al riesgo y usa la ciencia-ficción como destartalado -y muy atractivo- vehículo para llevarnos a un mundo plenamente autónomo y, aun así, en constante, respetuoso y enriquecedor diálogo con sus referentes. La fuerza y lo despiadado del género de referencia lucen con elegancia en un futuro distópico (casi post-apocalíptico) donde el ser humano se ve desnudo ante los demonios que le han perseguido desde sus albores. En este entorno árido y cruel, brota, como si de un salvador oasis se tratara, la historia de un adolescente obligado a enfrentarse a un proceso de maduración tan repentino como traumático. Todo esto mientras la audiencia digiere la confirmación de un nuevo talento a seguir, y se da cuenta de que la familia sea seguramente, sin importar el lugar, la época o la fantasía, la fuente de todo lo bueno y lo malo que hay en nosotros.

Por Víctor Esquirol Molinas

Click aquí para más información
< Anterior
Siguiente >