'Una razón para vivir' - Mantenerse en pie
El productor Jonathan Cavendish siempre creyó que la historia de su padre sería un material impactante para una película cautivadora. Cerca de los 30 años, a Robin Cavendish le diagnosticaron polio y quedó paralizado desde el cuello hacia abajo. Totalmente dependiente de un respirador artificial, le esperaba una vida confinada a una cama de hospital. Sin embargo, se negó a aceptar aquel destino y, con la ayuda de su esposa Diana y de sus ingeniosos amigos, encontró una manera de vivir su vida en el mundo exterior, fuera del hospital.
Más concretamente, y si sois de los que prefieren saber lo justo (o menos) pasad directamente al siguiente párrafo (o seréis más o menos spoileados sobre un basado en una historia real), y con la ayuda del inconformista profesor de Oxford Teddy Hall, diseñó una silla de ruedas revolucionaria con un respirador incorporado. Con el apoyo extraordinario e incondicional de su esposa Diana, Robin se convirtió en un célebre activista por los discapacitados, y dedicó su después de todo larga vida a luchar por la calidad de vida de las personas paralizadas.
Por su parte el director -debutante en estas lides- Andy Serkis también tenía sus razones personales para querer participar en la película: Su madre enseñaba a niños discapacitados, su padre es médico y desde hace 10 años que su hermana está en silla de ruedas por culpa de la esclerosis múltiple. De hecho en 2010 el actor interpretó en 'Sex & Drugs & Rock & Roll' a Ian Dury, uno de los padres del punk rock británico de los años 70 quién también tuvo que vérselas cara a cara con la polio. El respeto de un hijo, un director novel y un basado en hechos reales.
Aunque despreciar un filme como 'Una razón para vivir' es relativamente aceptable, también es verdaderamente injusto. Injusto en cuanto a lo exacto de su relación entre pretensiones y prestaciones. Serkis deja de lado los efectos especiales que le rodean habitualmente cuando trabaja como actor para encargarse de esta producción relativamente de carne y hueso, relativamente fácil. En todos los sentidos, siendo esta una especie de versión ligth de 'La teoría del todo' dónde ha prevalecido el interés por satisfacer al público de media tarde antes que la sed por el ego o los premios.
Esto es, más allá de una golosina servida en colchón de plata para sus dos protagonistas, Andrew Garfield y Claire Foy, no hay en la cinta nada más que humildad, elegancia y respeto. En todos sus frentes. Hacia el público, la película y la historia. Recuerden la ecuación: El respeto de un hijo, un director novel y un basado en hechos reales. O lo que es lo mismo, un filme enroscado en lo correcto que es presa fácil de facinerosos sin alma, por más que a su vez, resulte igualmente sencillo dejarse llevar por el optimismo y el inspirador buen rollo de una historia al gusto del consumidor.
Eso es en resumen lo importante, y lo que deja al margen la posible contemplación de 'Una razón para vivir' como una buena película. Funciona, y lo hace principalmente ante aquellos que acuden procesando de antemano su fe, no por casualidad a los que va dirigida. Sin grandes ambiciones pero con honestidad y la ilusión de sacar brillo a una emoción no tan pasajera, salvo que uno se sienta molesto por su capacidad para hacernos sentir mayores. O lo que podría ser tildado como una película "para señoronas" tan elegante como para serlo con orgullo (y la conciencia bien tranquila).
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex