Aunque su nombre tiende a la confusión, 'Las amistades peligrosas' no es una nueva adaptación de la novela de 1782 ni tampoco un remake de la aún más famosa película de 1988. Podríamos decir que se trata de un preludio, término más elegante que el de precuela. La intención, al contar con unos Valmont y Merteuil adolescentes, parece evidente desde fuera: acercar la obra original a un público algo más joven y afín a series como 'Los Bridgerton' que a 'Downton Abbey'.

Pero no mucho, sino más bien tan sólo un poco, respetando el material original y sin caer en la tentación de hacer que todo gire en torno al morbo o el feminismo. Esto es, que pueda valer para el mayor espectro posible de público sin que a cambio, o aunque a cambio no sea destacable para nadie en particular. Salvo, claro, para los que siempre han gustado de las clásicas intrigas de sexo, amor, secretos, cartas, celos, envidia, traición y venganza protagonizadas por aristócratas.

Esto es en resumen 'Las amistades peligrosas', una serie a medida de sus ambiciones y de su público potencial que sirve, de paso, para establecer el origen de esa atracción envuelta de odio que acaban profesándose Valmont y Merteuil en la obra original. Algo así como el 'Prometheus' de 'Alien', tan innecesaria como a la vez complementaria y aunque no a tiempo completo, lo suficientemente interesante en su conjunto como para poder disfrutar de ella sin cargo de conciencia.

Ninguno. 'Las amistades peligrosas' es una buena y efectiva serie "de época" que cumple, más que de sobra y a todos los niveles. No inventa la rueda, pero la hace girar con dignidad, ritmo y buena letra, logrando lo que logran todas las series que vemos con ganas y no por compromiso: que a cada nuevo capítulo nos sintamos más y más atraídos por la hipocresía y postureo de los pijos y niñatos de antaño, una clara relación de amor (en la pantalla) y odio (en la vida real).

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex