'Hombre muerto no sabe vivir' - Un ladrillo
Mientras veía 'Hombre muerto no sabe vivir' en la pasada edición del Festival de Málaga no podía dejar de pensar en 'Crematorio', la estupenda serie de los hermanos Sánchez-Cabezudo. También en 'Reservoir Dogs', siendo esta la ópera prima de Ezequiel Montes una película que aunque esté enmarcada en la actualidad, suena "a otra época". A esa época en la que todos querían ser como Tarantino, Boyle, Ritchie y compañía y se produjeron imitaciones como 'Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto'.
Como si fuera un recién licenciado con su cámara a cuestas y un puñado de buenos amigos, Montes pretende hacer un claro homenaje a esos thrillers "posmodernos" pero a la española y en donde no obstante, nos encontramos más de Takeshi Kitano que de por ejemplo, el Paco Cabezas de 'Carne de neón'. Una producción "de guerrilla" y "rodada con dos duros" que quiere correr cuando aún no sabe caminar. Un 'Crematorio' con pistolas que no busca ni pretende ser realista, sino quedar bien ante la cámara.
Una producción cargada de buenas intenciones, pretendidamente cruda, seca y violenta que se ve lastrada por la incapacidad de Montes para pulir cualquier detalle de una película escrita y dirigida de manera muy tosca. Tan tosca que su actitud provocadora y moralmente incorrecta bordea de forma harto kamikaze la caricatura y el "absurder" a lo Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, con un retrato donde todos los personajes son como son porque al igual que a Jessica Rabbit, así es como les han dibujado.
Es verdad que se intuye que su tosquedad se debe en parte a la falta de recursos. Pero sólo en parte. Montes parece empeñado en hacer un determinado tipo de película "muy varonil" antes que en hacer "una película", ya sea a malas o a hostias. Y así, como un ejercicio de estilo "barato" (y hueco) antes que una historia contada de una determinada manera, su interés e impacto van decreciendo según avanzan los minutos, y lo que empieza siendo "cool" acaba por no ser más que un plato de espaguetis con tomate.
Comer se come y alimenta cuando no hay otra cosa, pero con referencias como las de Tarantino o los Sánchez-Cabezudo en la cabeza sabe a poco. Máxime cuando la pasta siquiera está en su punto y el tomate es de marca blanca. Por más que se trate de una película voluntariosa y apreciable por una apuesta poco frecuente en el cine español, la falta de elegancia y mimo por los detalles, desde el guión en adelante, la convierten en una obra demasiado tosca. En un mazacote. En un ladrillo.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex