Thomas Wolfe es un diamante en bruto, un escritor de gran talento. Pero es al mismo tiempo incapaz de gestionar su creatividad. Su éxito y reconocimiento llegarán gracias al esfuerzo del editor de libros más admirado en el mundo, el gran Max Perkins, descubridor también de otros talentos como Ernest Hemingway, John Steinbeck o F. Scott Fitzgerald. Casi nada. Perkins dedicó miles de horas a pulir los defectos de la literatura a la postre genial de Wolfe. Pero sobre todo, y más allá de lo profesional, compartió con él una extraordinaria historia de amistad.

'El editor de libros', la adaptación al cine de la biografía 'Max Perkins: el editor de libros' del ganador del Premio Pulitzer A. Scott Berg que firma John Logan, cuenta la relación de dos llamados genios del mundo de la literatura a los que interpretan Colin Firth y Jude Law. Ambos a las órdenes del director debutante Michael Grandage, "novato" en la gran pantalla pero no sobre unos escenarios en los que, entre otras cosas, llegó a sustituir a Sam Mendes como director artístico del Teatro Donmar Warehouse de Londres cuando aquel dio su propio salto al cine.

Como usted puede comprobar, con la frialdad de una nota de prensa, todo en 'El editor de libros' apunta alto. Sin embargo, al igual que el Thomas Wolfe pre-Max Perkins, la película no es capaz de gestionar todo el potencial que se le presupone sobre el papel, y también por el nombre. Como si faltasen buena parte de esas horas que Perkins le dedicó a Wolfe, Grandage ofrece una obra sin pulir en la que no encontramos, básicamente, esa agudeza que por ejemplo el citado Mendes ya mostró en 'American Beauty'. Esa agudeza para trascender del dicho al hecho, para dar movimiento al papel.

No se equivoquen, 'El editor de libros' no es una mala película. En absoluto. Pero sí carece de algo tan necesario como es un gancho y/o un valor distintivo, al margen claro de un sobreactuado Jude Law. De ese tipo de películas británicas, muy en boga por culpa de los Óscar a las que parece que ha vestido un sastre de los pies a la cabeza. Con esa elegante corrección sin tacha, e impoluta que pasa desapercibida en un plano general. Tan como se suele decir aseada, que ya solo con la portada nos basta para hacernos una idea que no necesita de 100 minutos adicionales de nuestro tiempo.

Básicamente, porque es más que posible que esa idea sea bastante mejor.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex