'Errementari (El herrero y el diablo)' es un apreciable amago lastrado por algunas decisiones verdaderamente terribles, muchas de las cuales se agolpan en el peor momento posible para una película y para el espectador: En su clímax. Un tercer acto muy torpe, tanto a nivel de guión como de moral, ética y realización, que tira por la borda las buenas intenciones que hasta entonces habían dado forma a un relato en cualquier caso fallido.

Un remate en el mal sentido, para echarla fuera en lugar de empujarla para dentro. De claro sabor agridulce y equiparable al despropósito en el que al final se convertía 'Las brujas de Zugarramurdi'. Una referencia nada casual la del ilustre caballero (también vasco) don Álex de la Iglesia, por supuesto. En su puesta de largo Paul Urkijo Alijo hace acopio de buena parte de los vicios de su padrino, más que de unas virtudes en la cuneta a verlas venir.

'Errementari (El herrero y el diablo)' representa a esa ópera prima rica en intenciones pero pobre en sentido común. O en experiencia. O en talento. Una cáscara vacía profundamente indecisa, que opta por el ruido antes que por la letra pequeña y de una apariencia desmembrada, casual, caprichosa que en todo momento ofrece menos que la suma de sus aciertos, siempre devorados por unos errores que golpean duro en la parte noble.

Errores que perfectamente pueden ser a consecuencia de una torpeza realmente apocada, en claro contraste con la orgullosa determinación habitual del mencionado De la Iglesia. 'Errementari (El herrero y el diablo)' como víctima de una (estupenda) apariencia a la que lo fía todo, incapaz de o bien asestar algún golpe que iguale la balanza, o bien de abrazar su maldad con la convicción de quién sabe qué va a dormir en el infierno.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex