Hacía tiempo que el equipo no se reunía. Años. Sin embargo, parece que fue ayer la última vez.
El nivel de compenetración entre sus miembros es óptimo, lo mismo que el estado de forma con el que cada uno se presenta a la cita. Además, llevan meses diseñando y repasando el plan de ataque. En los entrenamientos y simulaciones se han pulido los pequeños defectos; aquellas brechas que podían poner en peligro la consecución final de la misión...
Nada puede fallar. Solo que, una vez en la cancha, al conjunto le cuesta bastante entrar en juego. Las jugadas previstas en la pizarra no acaban de salir, a las piruetas y disparos más decisivos les falta aquella precisión antaño infalible, la toma de decisiones tarda cada vez más en efectuarse... ¿Qué está fallando? ¿Qué es lo que no ayuda? ¿El lugar? ¿Las condiciones climatológicas? ¿El enemigo? No, todos estos factores son meramente circunstanciales.
El caos llega a su apogeo. El desconcierto es máximo.
Gritos, explosiones y palabrotas (no demasiado malsonantes) se suceden a un ritmo cada vez más vertiginoso. Y es justo cuando la tormenta arremete con más fuerza, que una voz se eleva por encima de las demás, y con un tono que combina como ningún otro la urgencia de la preocupación con la seguridad de la ironía, deja ir la sentencia:
''Chicos, hemos perdido el factor sorpresa.'' Dicho esto, la fuente de los males ha dejado de ser un misterio para convertirse en una aplastante obviedad. A partir de ahí, toca analizar a fondo la situación; remontarse aún más para así determinar qué ha causado la desaparición de tan importante carta. De nuevo, turno para las preguntas: ¿Será que el rival estaba prevenido? ¿Será que alguien ha traicionado al equipo desde dentro? ¿Será que los tiempos han cambiado? No. Nada de esto. Y ni falta hace decirlo, pero lo de la última opción... ni por asomo.
Lo que les pasa a los Vengadores es lo mismo que les pasa a todas aquellas escuadras deportivas que se las han ingeniado para poner su nombre en letras doradas en los libros de historia de su respectiva modalidad.
Es el precio de la excelencia, y téngase esto en cuenta, la excelencia (al menos, dentro de su terreno) es el punto del que parte el equipo que analizamos ahora. ¿Y por quién está compuesta la alineación titular? Ni más ni menos que por Iron Man, el Capitán América, Hulk, Thor, Viuda Negra y Ojo de Halcón. La plantilla despierta, por sí sola, el más irrefrenable de los vértigos y, por qué no admitirlo, la más corrosiva de las envidias. La lógica matemática nos lleva a salivar aún más. Si por separado funcionan (casi todos...), ¿de qué serán capaces cuando unan las fuerzas? Pero ojo, los antecedentes hacen que se levanten las barreras de la prudencia. Dos y dos no siempre suman cuatro. Sigue en la memoria, por ejemplo, aquel último (y desastroso) episodio de Sam Raimi con el ''Hombre Araña'', que nos recuerda
los peligros de la acumulación mal gestionada.
A no olvidar: ésta se convierte, demasiado fácilmente, en aglomeración... y ésta, horror, en saturación. Le pasó, como se ha dicho, a Raimi, a quien a día de hoy sigue sin saberse del todo seguro si la prueba le iba demasiado grande o si, por el contrario, no le importaba lo más mínimo. Por suerte, y para marcar quizás excepciones a la regla, la Disney decidió apostar por la personalidad. La ocasión, uno de los mayores retos a nivel productivo de los últimos tiempos, ciertamente lo requería.
La figura de Joss Whedon emergió por fin de las ''tinieblas'' de los círculos freak... para reivindicarse primero a él mismo (sin inventar nada, se reveló como un magnífico director de orquesta, capaz de acertar con el tempo y tono de cada nota), y después a
un orgullo nerd convertido, definitivamente, en el objeto de deseo tanto del Gran Público como, consiguientemente, de la industria. Lo que antes era de uso (y disfrute) reservado a unos pocos, ahora sería algo que casi podría elevarse a la categoría de Patrimonio de la Humanidad.
La jugada de 'Los Vengadores' salió redonda. Aquel primer ''partido'' fue -incontestablemente- espectacular. A todos los niveles. Y con este dulce regusto asistimos a la segunda entrega de una eliminatoria programada a tres encuentros. A estas alturas, las reglas del juego son de sobra conocidas. Como si de las series finales del salto con pértiga se tratara:
Toca superar la anterior marca... pero sin dejar el listón demasiado, que todavía quedará todavía una última (?) prueba de fuerza en la agenda. 'Vengadores: La era de Ultrón' (AKA Vengadores 2) parece condenada, a priori, a la temida maldición del hijo mediano. Por supuesto, los padres lo querrán tanto como a sus hermanos... solo que a la práctica, no tendrá la trascendencia que se le supone al capítulo final (?), ni la frescura de aquel que empezó a abrir el camino. Y en éstas nos encontramos. Vuelve a oírse aquella voz: ''Chicos, hemos perdido el factor sorpresa.''... y volvemos, cómo no, a los siempre peligrosos dominios de la obviedad:
''Si algo funciona, no lo toques'', que dijo el cobarde.
Siendo justos, no puede rebajarse a Mr. Whedon a dicha categoría... lo cual no quita que su segunda incursión cinematográfica en el universo Marvel peque de
un conservadurismo que puede salir caro... a largo plazo. De momento, ''La película ya lleva recaudados en taquilla 200 millones de dólares... ¡antes de su estreno en Estados Unidos!'', nos recuerdan antes de que empiece la proyección del pase de prensa. Algunos, pocos, tomamos nota de tan inusual e ilustrativo precalentamiento. Después de esto, casi
dos horas y media de metraje que pasan volando... aunque no tanto como en aquella primera vez. ¿Por qué? Porque se anticipan prácticamente todos los movimientos. Tanto que hasta los poco iniciados podemos adivinar esa escena final que al menos no es del todo ''post-créditos''.
Se ha perdido el factor sorpresa, sí, y con él, aquella -prodigiosa- capacidad para ocultar gran parte de las carencias del producto. Queda, antes que nada, el acomodamiento en una fórmula de contrastadísima eficacia (en cuya nómina de triunfos encontramos a una propuesta tan hermanada como los 'Guardianes de la galaxia' de James Gunn) y que sí, sigue funcionando.
El equipo de superhéroes creados por Stan Lee y Jack Kirby sigue mostrándose como una pieza clave dentro de ese cuerpo mítico moderno diseñado para el consumo masivo. Whedon es plenamente consciente del material con el que juega; de todo lo que éste puede aportar a su causa... aunque no tanto de lo que juega en su contra. Para entendernos, cada réplica ocurrente, patada y aparición estelar
es tan divertida, cool, trepidante y sexy, que la muerte por éxito supera con creces el nivel de amenaza que pueda provocar cualquier Ultrón. Es cierto que gracias a dicho caldo de cultivo, Joss Whedon sigue elevándose a los altares del cine espectáculo... pero al mismo tiempo queda atado a unas virtudes que, por pura repetición, corren el riesgo de mutar en vicios. La pose, la auto-referencia, el guiño a una audiencia cada vez más amplia (¿recuerdan esos 200 Millones?)... son, todos ellos,
tributos al espectador -previamente- rendido, no refuerzos que apuntalen el contenido.
Éste sigue sustentándose por los Atlas de siempre, tan carismáticos como en aquel formidable debut... tan sedientos de atención que parecen condenar al ostracismo a cualquier elemento nuevo que pretenda acoplarse a esta alineación presuntamente infalible. Una vez más, nos asalta la amargura de la duda.
¿Es incapacidad para hacerle hueco a lo nuevo, o negación de ello? ¿Es fidelidad al estilo o regodeo excesivo en él? No se sabe, aunque se sospecha que en ambas preguntas, la segunda opción es la que tiene más sentido. Así, Ultrón, el villano de la función, es engullido por la -alargadísima- sombra de Loki (cayendo, para colmo de males, en una mala interpretación de la teatralización de influencia Nolan); los nuevos ayudantes de la patrulla no pasan de la intrascendencia, los apuntes sentimentales estorban (en el mejor de los casos),
la gravedad y oscuridad del relato entorpecen la fluidez narrativa marca de la casa, y las set piece, a pesar de cumplir con nota, se ven demasiado a menudo encerradas en un déjà vu que tiene demasiado de frustrante.
''Chicos, hemos perdido el factor sorpresa.'' El eco es prácticamente una tortura. Y ya que estamos, el 3D (el que tenemos en este país, al menos), 6 años después de que James Cameron tocara la corneta de aquella por ahora fallida revolución, sigue siendo una -bochornosa- vergüenza. Una porquería que todo lo desdobla; todo lo oscurece, atentando así de forma bárbara a cualquier atisbo de disfrute que pueda ofrecer una sala de cine para estas ocasiones. Y puesto que el exceso es lo que manda aquí, podría hablarse también de un guión cuyas fisuras dejan entrever las cojeras de
una historia que en algunos tramos está tan mal trenzada, que parece haberse presentado así expresamente para que pidamos, de rodillas, la más que probable versión extendida. ¿200 Millones? Y los que vendrán... A la espera de las ediciones para coleccionista, permanece el -innegable- disfrute de un show que si bien ya no puede tapar sus faltas, sí se las ingenia para relativizarlas todas. Como si, durante el visionado, ninguna de ellas importara lo más mínimo. A pesar de firmar un trabajo afectadísimamente imperfecto, lo de Whedon sigue siendo una evasión mayúscula; una máquina que
sigue rindiendo a las mil maravillas en eso de demostrar la relatividad del tiempo. ¿Dos horas y media? ¿Seguro que no ha sido sólo una? ¿Y seguro que esto no sigue siendo aquella primera película? Por desgracia, no. Ésta ya no pilla con la guardia baja. Ésta es
exactamente como la esperábamos... tan cojonudamente entretenida como era de esperar, vaya.
Nota:
6,5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol