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'Astérix: La residencia de los dioses': Si lo construyes, caerán

Vía El Séptimo Arte por 30 de abril de 2015

Esta lección de Historia se la sabe todo el mundo: Los romanos, que están más locos que nadie, no tienen suficiente con el amplio espacio de su ciudad, y deciden expandirse por todos los confines que marca el mapa gigantesco expuesto en el palacio del César. El hambre del águila imperial, ya se sabe, es insaciable. Cuando sus zarpas se han puesto sobre una nueva provincia, ya están pensando en agarrar a la siguiente, y así hasta que todo el mundo conocido se haya unificado bajo la luz salvadora del Imperio más glorioso que jamás haya existido. Pero los sueños del César nunca se ven cumplidos del todo; siempre queda una mancha en el maldito mapa, y ésta no se va ni con la ayuda del divino Júpiter. La culpa, cómo no, es de la Galia, cuyas fronteras albergan una diminuta aldea empeñada en no rendir pleitesía al -pobre- pueblo invasor. Pero, ¿será esto posible? ¿Dónde se habrá visto tal impertinencia? Vive Tutatis... ¡Están locos estos galos!

Por supuesto, hablamos de de los inseparables Astérix y Obélix, quienes ven como sus trifulcas con sus amigos los romanos saltan por enésima vez de las viñetas al formato largometraje... solo que en esta ocasión, a través de unos medios nuevos para ellos. Como sucediera con Mortadelo y Filemón, los míticos personajes de René Goscinny y Albert Uderzo prueban suerte con una jugada que, de hecho, parece impuesta por la más aplastante de las lógicas. Como si el cielo se hubiera decidido, por fin, a caer encima de nosotros. Los gustos del público marcan tendencia (menuda novedad), dictan sentencia (ídem) y los vientos soplan, ahora mismo, a favor de una animación por ordenador que parece tener cuerda para -mucho- rato. Tanto como sucediera con el universo de Francisco Ibáñez, como, ya puestos, con el de Hergé, los resultados del experimento son óptimos. Tanto que aunque delante nuestro no tengamos, ni mucho menos, una película perfecta, sí que, por el contrario, puede hablarse de un ejercicio que en su faceta de adaptación, pocos (por no decir ningún) pero puede ponérsele.

Al igual que en el comic original, el César se harta de la rebeldía gala, y visto que sus ofensivas militares no dan frutos, decide ponerse serio. ¿Y qué puede haber más serio que la violencia militar? La política. Elemental. Si no puedes con ellos... haz que se unan a ti. Como casi siempre con Goscinny & Uderzo, podemos decir que la historia fue así... aunque no exactamente así. Por supuesto, es parte de la gracia. La cronología clásica se mezcla, una vez más, con la moderna. Llevado al caso de ''La residencia de los dioses'', el derecho romano (una de las claves de la expansión y consolidación del Imperio) se reviste de tensiones laborales de carácter sindical y se afila hasta convertirse en una de las armas más letales jamás concebidas por la mente humana: los planes urbanísticos. Pongámonos todos a temblar. Más aquí, y ríanse de quienes creen que el chovinismo marca de la casa es cegador.

¿O acaso no es Marina d’Or el arma de destrucción (cultural) masiva definitiva? Grosso modo, con esta idea de base juega 'Astérix: La residencia de los dioses', es decir, con la devastación más absoluta, a través de métodos que aparentemente (y sólo aparentemente) no tienen nada de hostiles... Aunque como era de esperar (y de exigir), la cosa no es para tanto, reduciéndose todo esto a otra antesala de otra aplastante derrota romana... o si se prefiere, contundente victoria de los irreductibles galos. Sabemos cómo va a acabar todo; de hecho, queremos que todo acabe como esperamos. La dupla de directores compuesta por Louis Clichy y Alexandre Astier lo sabe, y en ningún momento se interpone en la materialización de dicha voluntad. Todo lo contrario. Reivindicando la animación CGI como espacio intermedio ideal entre las viñetas y la pantalla de cine, las virguerías visuales (de primerísimo nivel) se suceden a ritmo trepidante.

Visualmente, el resultado es una delicia; conceptualmente, si no fuera por el abuso del gag como hilo narrativo, también lo sería. Si bien es cierto que la metralleta de gags pierde en efectividad a medida que avanza la trama, no menos lo es que en el -reducido- espacio que queda entre las risas, siempre logran respirar esas tan distintivas segundas lecturas que han hecho siempre de Astérix y Obélix algo más que una serie de catastróficas (y divertidísimas) desdichas romanas. ¿Es posible que mientras los pequeños se deleitan con los tortazos, los mayores vean entre tanto uniforme volador una inteligente, cáustica e hiriente reflexión sobre las bondades y peligros de la convivencia cultural? Pues sí, claro. Ya lo era en 1971 (año de publicación del comic original) y lo sigue siendo en 2015. ¿Milagros de la poción mágica? No, de los clásicos, para los cuales, ya lo ven, el tiempo no pasa. Larga vida.

Nota: 7 / 10

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol


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